VALENCIA / María Dueñas, el hálito de los grandes
Valencia. Palau de la Música. 16-IV-2024. María Dueñas, violín. Deutsche Kammerphilharmonie Bremen. Paavo Järvi, director. Obras de Bruch y Schubert.
Técnica, virtuosismo, talento, magnetismo y sensibilidad se funden para convertir a la granadina María Dueñas en una estrella mundial del violín. Rango que puso bien de manifiesto en su debut en el Palau de la Música valenciano, donde el miércoles se ha presentado con una versión incandescente del Concierto en sol menor de Max Bruch, obra apasionada y encendida que le viene como anillo al dedo, y que interpretó con el acompañamiento puntual, preciso y cómplice de Paavo Järvi y sus disciplinados músicos de la Deutsche Kammerphilharmonie Bremen.
A sus 22 años, María Dueñas tiene el hálito de los grandes. Antes incluso de comenzar a tocar, atrapa ya la atención del espectador con una autoridad escénica que en ella es consustancial y en absoluto estudiada. ¿El aura? Eso es, y no hay que buscarle tres pies al gato. Su magnetismo escénico y musical es absoluto. No caben peros ni remilgos ante una artista tan absoluta. Ni una fisura, ni un desliz en una interpretación que fue ideal. María Dueñas lo tiene todo, y arraiga su nombre en la ilustre nómina de violinistas españoles, desde Monasterio y Sarasate a Fernández Arbós o Manuel Quiroga. Todos se hubieran quedado maravillados escuchando a esta grande del violín contemporáneo. La proyección del sonido, la afinación, el fraseo meticuloso, extremo y nunca exagerado, la naturalidad de un modo de tocar que respira y fluye sin nunca encorsetarse o distraerse en problemas técnicos…
Quintaesencia la música y la limpia de hojarascas y elucubraciones. Convierte su maravilloso Stradivari Camposelice de 1710 en su propia caja de resonancia. Ella y el violín respiran, vibran y palpitan al unísono. María Dueñas es violín tanto como el violín ella misma. Su versión del Concierto de Bruch es decididamente romántica y apasionada. Lírica y efusiva hasta el infinito, con el epicentro de un Adagio central en el que cantó y se regodeo en sus largas y quietas frases sin jamás almibarar la expresión. Antes, cargó de brío y énfasis el vibrante primer movimiento de este concierto que para Joachim era “el más rico y seductor”.
El éxito, ante una Sala Iturbi abarrotada hasta la última butaca, fue absoluto y entusiasta. Tras innumerables salidas a saludar, la granadina aplacó los bravos y estableció el silencio con la magia congelada del bis de un transcripción de Après un rêve, de Fauré. Nuevo diluvio de bravos y aplausos. El remate definitivo de tan triunfal debut llegó en plan modernillo y virtuoso, con el regalo espectacular de la vistosa Applemania, del petersburgués Alekséi Igusdeman. Imposible imaginar que se pueda tocar mejor.
Los músicos de Bremen y Järvi completaron el programa con las dos primeras sinfonías de Schubert. Avance del proyecto discográfico en el que andan empeñados, y contempla la grabación íntegra del corpus sinfónico del creador de la Sinfonía Inacabada. El sobresaliente instrumento sinfónico que es la formación de Bremen –de la que Järvi es titular desde 2004– lució sus apreciadas cualidades y calidades en un repertorio ideal para su particular configuración y características. Conjunto bien hormado y efectivo, se mostró dúctil y dócil al gobierno de un maestro del que, tras dos décadas de titularidad, conocen cada detalle e intención.
Paavo Järvi –hijo del ya legendario Neeme– planteó un Schubert a la antigua, alejado de cualquier intención historicista, a pesar del empleo de trompetas naturales. Acercó las dos tempranas sinfonías –1813 y 1815, respectivamente– al pleno romanticismo y las alejó de su ancestro clásico, con Mozart y Haydn como referencias. Sonoridades demasiado espesas, demasiado “brucknerianas”, en obras nacidas en los albores del romanticismo, cuando el compositor era un chaval quinceañero. Más que guiño o ironía, los minuetos se resolvieron atentos al detalle y su pulso métrico. Cortos de ligereza e intención. Faltó preciosismo e indagación de registros y colores. En cualquier caso, versiones con firma y calidad, como no podía ser de otra manera con orquesta y maestro de tanto calado. Músicos y orquesta sí bordaron el cielo con el colofón fuera de programa de un Vals Triste de Sibelius cuyos pianísimos, pálpitos, sutilezas y perfección cortaron el aliento.
Justo Romero
(fotos: Live Music Valencia)