VALENCIA / Lisette Oropesa, cubaneando
Valencia. Palau de les Arts. 5-III-2022. Ciclo “Les Arts és Lied”. Lisette Oropesa, soprano. Rubén Fernández Aguirre, piano. Obras de Mercadante, Schubert, Schumann, Fauré, Bizet, Rodrigo, Falla, Nin Castellanos y Roig.
Debutó Lisette Oropesa en el Palau de les Arts arropada por una legión de admiradores. Valencianos y forasteros llegados para aplaudir y bravear a la diva cubano-estadounidense, nacida en Nueva Orleans, en 1983. Antes incluso de escucharse su voz privilegiada de soprano coloratura, escuchó y disfrutó una ovación desacostumbrada, larga hasta que ella misma, perfecta en su rol de diva cercana, simpática y natural, ¡caribeña!, pidió con gestos que cesara tanto aplauso y poder así comenzar. El recital fue, claro, un éxito rotundo, ‘apoteósico’ que se decía antes, más por el desparpajo escénico de la estrella y su empeño de ‘cubanear’ casi todo —hasta los Madrigales amatorios de Rodrigo o las Siete canciones de Falla —, que por su voz y medios privilegiados. De hecho, y más allá del triunfo inapelable, la excepcional artista quedó desdibujada por una personalidad y maneras que no acaban de cuadrar con el universo único, personal, camaleónico e íntimo del recital.
El programa era un indigerible gazpacho a base de canciones y lieder de Mercadante, Schubert, Schumann, Fauré, Bizet, Rodrigo, Falla, Nin Castellanos y Gonzalo Roig, al que aún hay que añadir las piezas para piano de Poulenc y Fabini-Piazzolla, que, entre canción y lied, ‘bientocó’ en solitario Rubén Fernández Aguirre. Las dos canciones de Mercadante que lo abrieron —La stella y La primavera— ya se percibieron tan impecablemente cantadas como ayunas de su desnuda sencillez. Luego, en Schubert y, sobre todo en los cuatro lieder que seleccionó de entre los doce que Schumann compuso en 1840 sobre poemas de Justinus Kerner, se constató su lejanía con el universo de la canción en alemán. En la segunda parte, toda ella cantada en español, fue asombroso la ininteligibilidad en algo tan esencial en el mundo de la canción de concierto como es el sentido de la palabra, de cada silaba, en una dicción a lo Caballé que apenas permitía entender si decía arriba o abajo, blanco o negro.
Los Madrigales amatorios de Rodrigo fueron caricaturizados más que interpretados. Nada quedó de sus añejos aromas, de sus evocaciones lejanas de la España renacentista. De sus añoranzas y ancestrales aires populares. Prodigios como ¿De dónde venir, amore?, o el villancico De los álamos vengo, madre (Juan Vásquez) se escucharon tamizados por la cálida y generosa personalidad expresiva de Lisette, pero ajenos a su naturaleza y contexto estético. En lugar de adentrarse en el recóndito universo rodriguero, lo mutó al suyo propio.
Lo mismo ocurrió con las quintaesenciadas Siete canciones populares españolas de Falla, sentidas remotas al folclore ‘imaginario’ y a la entraña popular por la que tanto postuló el compositor. Ni la Nana fue la nana susurrada de Falla ni La morilla el agridulce canto de amor oriundo de Granada. Tampoco la Jota, que en absoluto estuvo coloreada con las ‘cadencias modulantes’ de las que escribe el compositor. Ni siquiera el acompañamiento atento, cercano y veterano en estas lides del pianista Rubén Fernández Aguirre logró reconducir unas versiones —Rodrigo y Falla— tan manifiestamente alejadas de sus raigambres populares.
Tampoco las viejas canciones del gran hispano-cubano Joaquín Nin Castellanos, tan fascinadas de arcaicas resonancias ibéricas, encontraron en Lisette Oropesa su mejor modo de expresión, aunque sí, desde luego, una voz de primera y a una cantante que sí halló la notabilidad en las canción francesas de Fauré y Bizet, y, sobre todo, en la gran aria de Cecilia Valdés, donde, ¡por fin!, se impuso la excepcionalidad sin reservas de quien es, recitales aparte, una de las indiscutibles cantantes actuales.
Cuando ya en el final de recital, cubaneó orgullosa el ¡Yo soy Cecilia Valdés! de Gonzalo Roig, realmente se sintió “¡yo soy Lisette Oropesa!”. ¡Lástima que durante el resto de la tarde se escuchara más a Lisette Valdés —¿quizá Cecilia Oropesa?— que a las músicas finas de Schubert, Falla o Rodrigo. Varios bises (“¿Españoles o cubanos? ¿Qué prefieren?”, preguntó la diva, casi ‘artetaeando’ al público que tenía bien metido en el bolsillo), y una ovación calurosa, teñida de piropos y bravos, fue colofón del éxito, al que en absoluto fue ajeno el piano preciso e inspirador de Fernández Aguirre.
Justo Romero
(Foto: Miguel Lorenzo – Palau de les Arts)