VALENCIA / Lisette Lescaut es Manon Oropesa
Valencia. Palau de les Arts. 3-X-2024. Massenet: Manon. Lisette Oropesa, Charles Castronovo, Carles Pachon, James Creswell, Jorge Rodríguez Norton, etcétera. Cor de la Generalitat Valenciana. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Dirección musical: James Gaffigan. Director de escena: Vincent Huguet
Volvió Manon (sin Lescaut) al Palau de Les Arts en una función enseñoreada por la soprano cubano-estadounidense Lisette Oropesa. Fue ella, de la mano de Massenet y arropada por la batuta efectiva y cómplice de James Gaffigan, la protagonista absoluta de una función sin baches ni lunares, pero en la que todo se movió en un tono de corrección solo roto por la sonoridad de un foso brillante, dúctil e idiomático defendido por una Orquestra de la Comunitat Valenciana pletórica de colores, registros y pasión cantable. La producción, procedente de la Ópera de París, firmada por Vicent Huguet, ambienta la acción en los “locos años veinte”. Art déco y la vedette Joséphine Baker como inspiradores de una transliteración llevada con pulso y fino hacer dramático. Vistosidad a espuertas, incluida la escenografía alla Giorgio de Chirico de Aurélie Maestre, y el coloreado vestuario de Clémence Pernoud.
Manon de Massenet ya se había escuchado en el Palau de Les Arts, en 2010, cuando fue protagonizada por Ailyn Pérez y dirigida por Patrick Fournillier. Catorce años después, su paisana Lisette Oropesa ha dejado enunciados desde su primera intervención, “Je suis encore tout étourdie” los finos perfiles de una visión de un virtuosismo vocal que renuncia a su evidente cualidad pirotécnica para volcarse en el sentido dramático de un personaje que evoluciona desde la caprichosa frivolidad casi infantil -una Lolita de 16 años- a la gran trágica que, cinco actos después, se acerca a Violetta, Salome y tantas otras heroínas de la lírica. Oropesa otorgó credibilidad teatral y adecuación vocal a este abismo entre la niñata fascinada por los oropeles mundanos y la heroína que cierra la historia con esa frase intensa y sencilla que sale de sus labios agónicos: “Et c’est là l’histoire de Manon Lescaut”.
Como Manon, el arte de Oropesa es voluble y versátil., además de directo, fresco y joven. Sin recovecos ni medias tintas. Empapado de pasado y sin reserva a la incertidumbre del futuro. Manon en cuerpo y alma. La soprano se metió en la piel del personaje y en su vocalidad compleja. Genuina y única. Diferente a Janine Micheau, a Victoria, a Cotrubas y a tantas otras grandes Manon de la historia, pero cercana al mismo olimpo. En el segundo acto afrontó el aria más célebre de la ópera, “Adieu, notre petite table”, con transparencia, nostalgia e impecable pureza vocal, en contraste con un “Je marche sur tous les chemins” (tercer acto) redondeado con gracia y sabores dieciochescos en la famosa gavota “Obéissons quand leur voix appelle”, cuando retoma las jóvenes alegrías del amor y la juventud.
Empequeñecido por el carisma y la vocalidad de la Oropesa, el tenor estadounidense Charles Castronovo fue un Des Grieux más discreto que “caballero”. Su voz hoy abrupta ha perdido el brillo, la ligereza, el refinamiento y la belleza vocal que requiere un personaje tan rotundamente marcado por el ideal de Alfredo Kraus. Quizá por merodear roles acaso incompatibles en el tiempo, como Don Carlo, Don José, Cavaradossi, Pinkerton… El gran recitativo y aria del tercer acto “Ah! Fuyez douce image” pasó casi inadvertido. Los cuatro dúos entre Des Grieux y Manon (“Tois vous oui… c´est moi!”, y particularmente el de la escena final, el patético “Ah! Des Grieux!,.. O Manon!”) se sintieron descompensados y minimizados por el abismo entre el tenor y la soprano.
Tampoco alcanzó la excelencia el Lescaut del barítono catalán Carles Pachon, cuyo cuidado y claro fraseo no bastó para realzar el aria “A quoi bon l’économie”. James Creswell fue un velado Conde Des Grieux, mientras que el tenor Jorge Rodríguez Norton supuso un lujo vocal y teatral con su Guillot de Morfontaine cargado de énfasis y chispa. El Cor de la Generalitat Valenciana hizo brillar el llamativo vestuario años veinte con tanta fortuna como su destacado cometido vocal y escénico en este original montaje. Gaffigan, que ya dirigió esta misma producción en la Ópera de París, en febrero de 2022, hizo cantar al foso y firmó una de sus mejores noches valencianas con una dirección cargada de colores, matices y esas fragancias y sutilezas que distinguen la música francesísima de Massenet, amorcillada con música grabada que sobra aunque no llega a molestar. Una solemne majadería. Ni más, ni menos.
El maestro neoyorquino escuchó y arropó las voces, y, junto con son músicos, acertó de pleno al generar una opulenta sonoridad sinfónica, que tuvo el plus de no tapar a los cantantes ni rivalizar con ellos, algo particularmente meritorio cuando se dirige en una acústica tan brillante como la de la sala principal de Les Arts. Aplausos y bravos al final de una función larga y amena en la que todo -o casi todo- funciono con precisión. Los más intensos, claro, para la orquesta y su titular, Pero en los saludos finales, los intensísimos quedaron reservados a la gran protagonista de la noche. Una tal Lisette Lescaut o, lo que es lo mismo. Manon Oropesa. Cubana, estadounidense y, sobre todo, tan francesa como la música de Massenet.
Justo Romero