VALENCIA / Leonidas Kavakos: Dos en uno por un número uno
Valencia. Palau de la Música. 10-V-2024. Leónidas Kavakos, violín. Orquestra de Valencia. Alexander Liebreich, director. Obras de Bartók y Beethoven.
Tras catorces largos años de ausencia, Leonidas Kavakos y su stradivarius Willemotte han regresado al Palau de la Música de Valencia. En esta ocasión por partida doble: el viernes, el violinista ateniense ofreció con la Orquesta de Valencia su versión pura y transparente del Segundo concierto para violín de Bartók, en la que certificó que el “sombrío pesimismo” del que tan certeramente escribe Joaquín Guzmán en el programa de mano no está reñido con la emocionada fascinación de una obra capital del repertorio violinístico del siglo XX y de todos los demás siglos. Dos días después –el domingo 12– el as ateniense del violín repite actuación en la misma Sala Iturbi para ofrecer un programa francófono acompañado por el piano de Enrico Pace. En los atriles, sonatas de Poulenc, Ravel, Debussy y Franck.
Kavakos, a sus 56 años, disfruta la plenitud artística y virtuosa ideal para adentrarse en las sombras y destellos, en los retos de toda índole que embadurnan y entraña el comprometido concierto bartokiano, que tanto anticipa el Concierto para orquesta, compuesto tres años después. El aire rapsódico del movimiento inicial, su aparente carácter improvisador fueron santo y seña en un Kavakos que desveló con asombrosa naturalidad, transparencia y belleza sonora los más ocultos e inquietantes recovecos de este movimiento en el que, como recuerda Guzmán citando a Halsey Stevens, Bartók parodia el lenguaje schoenbergiano y su dodecafonismo inherente, algo con lo que en absoluto congeniaba. Como contraste, en el tema y variaciones que es el segundo movimiento, de tan sustancial sentido camerístico, solista y orquesta se replegaron a una sonoridad y atmósferas de quietud y reflexión, truncada en el rondó final, tan reminiscente del inquietante primer tiempo.
Fue una versión sobresaliente, redondeada con una orquesta y maestro visiblemente impregnados de la verdad sin vericuetos del solista. Liebreich y la Orquesta de Valencia bordaron un acompañamiento cómplice cargado de excelencia y convicción. Quizá una de las mejores interpretaciones escuchadas a la formación en la fecunda “Era Liebreich”. Al final, los aplausos arreciaron unánimes de todos –público y orquesta– para reconocer el trabajo y el arte de este número uno del violín. Kavakos respondió con la misma naturalidad y sencillez con que acababa de tocar el Concierto de Bartók. El regalo de dos tiempos de la Primera partita para violín solo de fue colofón ideal de este Bartók inolvidable.
Tras la pausa, Liebreich y sus crecidos músicos plantearon una impulsiva lectura de la Octava sinfonía de Beethoven, en la que el maestro bávaro, generalmente de maneras templadas y cabalmente administradas, se entregó al impulso y énfasis que entraña una sinfonía que, además de vehemencia, también requiere cuadratura, aire en los silencios, pulso métrico y regulaciones dinámicas menos deudoras del subidón y frenesí del momento. Lo mejor radicó en los dos movimientos centrales. También en una orquesta que Liebreich, dueño del podio y de la partitura, hizo sonar admirablemente. Trompas (con María Rubio a la cabeza) y violonchelo solista (Mariano García) no perdieron la ocasión de mostrar en el minueto sus mejores aristas. Como el fagot cantable de Ignacio Soler y los timbales precisos y atentos de Javier Eguillor, fondo y base rítmica de la muy personal versión planteada por el podio. Gran éxito, como siempre que se toca así de bien una sinfonía de Beethoven.
Justo Romero
(foto: Live Music Valencia)