VALENCIA / La ondina Rusalka recala en aguas mediterráneas
Valencia. Palau de les Arts. 3-II-2024. Olesya Golovneva, Adam Smith, Máxim Kuzmín-Karavaev, Sinéad Campbell-Wallace, Enkelejda Shkoza, etcétera. Cor de la Generalitat Valenciana. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Dirección musical: Cornelius Meister. Director de escena: Christof Loy. Dvořák: Rusalka.
Tras su paso por el Manzanares y su vecino Teatro Real (noviembre 2020), la ondina Rusalka ha recalado finalmente en aguas mediterráneas, en Valencia y su operístico buque insignia, el Palau de Les Arts. La ópera maestra de Dvořák ha llegado mecida, mimada y abrazada por el arte teatral del alemán Christof Loy, nombre clave y verdaderamente grande de la escena operística contemporánea. Loy se inventa una historia sin aguas ni nenúfares, sin lunas ni olas. No hace falta. Su genio total, su milimétrica sensibilidad escénica y dramática sumergen la acción en lo más profundo del amor y del desamor, del deseo y la realidad (Cernuda), del sueño y las miserias “de los humanos”. Una coproducción que en sí misma es obra de arte, iluminada con mano igualmente maestra de Bernd Purkrabek y ambientada en una escenografía limpia, rocosa y palaciega de Johannes Leiacker.
Loy homenajea al ballet, a la expresión, gesto y sensualidad de la danza. Y lo hace con una coreografía –Klevis Elmazaj– en la que brazos, piernas y puntas expresan más que cien mil ondinas salpicando coletazos en el agua. En el foso, el alemán Cornelius Meister –quien tuvo el dudoso honor de estrenar en Bayreuth, en 2022, el fracasado Ring de Valentin Schwarz–, dio aquí lustre, brillo, énfasis y aire a la gran música de Dvořák. No desaprovechó las posibilidades y registros que brinda la Orquestra de la Comunitat Valenciana, toda la función sobresaliente si se hacen oídos sordos a reiteradas y manifiestas pifias de trompetas y trompas, borrones que no debieran tener cabida en una orquesta como la titular del Palau de Les Arts.
Vocalmente, el reparto tuvo altura y pocos altibajos. La soprano rusa Olesya Golovneva –que en Madrid alternó el papel titular con Asmik Grigorian– fascinó en el antiguo Cauce del Túria. Inspirada por la mano meticulosa de Loy y guiada por la batuta cómplice de Meister, Golovneva se sumerge en las mil aristas de la ondina y contagia al espectador con su plenitud vocal y vis teatral; lo carga de nobleza, ingenuidad, ilusión y dolor que hiere. ¡Es Rusalka! Cantó sin luna su momento quizá más mágico, la Canción a la luna: tumbada en la cama y mirando al techo. En otra producción, hubiera resultado estúpido, pero aquí, sentida con el ingenio y delicadeza de Loy, potencia el efecto ensoñador de la ondina que anhela ser mujer. A su lado, el tenor inglés Adam Smith mostró destellos de grandeza artística, con fraseo y filados de alcurnia, y una voz cálida y rica en resonancias y armónicos. Algún Do natural sobreagudo, raspado y que rozó el quiebro en la apasionada escena final, no desmereció su entregada y rotunda interpretación.
Brilló también, y en todos los sentidos, la irlandesa Sinéad Campbell-Wallace, soprano de robustos mimbres, con el fuelle dramático y los tintes líricos que requiere el papel exigente de la Princesa extranjera. El bajo ruso Máxim Kuzmín-Karavaev, alumno en Moscú de Galina Vishnevskaya, defendió con empaque, credibilidad y cierta contención el poliédrico personaje de Vodník, el “Espíritu de las aguas”, mientras que la mezzo albanesa Enkelejda Shkoza fue una Hechicera en la que el punto dramático se impuso sobre el vocal. Redondo y calibrado el resto del nutrido reparto, con mención singular a esa suerte de Hijas del Rin que son las tres ninfas, encarnadas por la soprano Cristina Toledo y las mezzosopranos Laura Fleur y Alyona Abramova. El Cor de la Generalitat lució una vez más su versatilidad y buen hacer. Explosión de entusiasmo al final de la representación, aunque con un nudo en la garganta tras el letal beso de Rusalka a su amado Príncipe. ¿Podría ser otro el desenlace?
Justo Romero
(fotos: Miguel Lorenzo y Mikel Ponce)