VALENCIA / La importancia del alrededor
Valencia. Centre Cultural L’Almodí. 12-XII-2020. Ciclo Sonatas para piano de Beethoven. Óscar Oliver, piano. 12 diciembre 2020.
Fue un Beethoven valiente, atrevido incluso. De alto riesgo, anchas dinámicas y más fiel al discurso musical que a cualquier conveniencia o comodidad. Versiones arrolladoras –que no despendoladas-, calmas y fogosas a un tiempo. No se anduvo con chiquitas el pianista valenciano Óscar Oliver (Massalavés, 1976) en su impecable actuación en el ciclo de las sonatas de Beethoven promovido por el Palau de la Música en el Centre Cultural L’Almodí. A pesar de su apariencia templada y mesurada ante el teclado, el arrojo de Óscar Oliver se sentía donde tiene que percibirse: en cada nota y frase. Este ‘oscarizado’ Beethoven se distinguió, sobre todo, por la entrega y honestidad de un intérprete que más allá de cualquier detalle ajeno a la sustancia musical, impuso el gobierno e impulso del propio discurso sonoro.
Un Beethoven de riesgos y compromiso que aglutinó tres sonatas tan diversas y características como las conocidas como “Tedesca” (nº 25, en Sol mayor), y las célebres “Patética” y “Appassionata”. Fue un recorrido de dinámicas extremas pero jamás exageradas y menos aún excesivas, en el que Óscar Oliver y su pianismo natural viajaron desde la volátil y no tan fácil Sonata Tedesca a los ardorosos pentagramas de la Appassionata, cuyos arriesgados compases finales fueron resueltos con idéntica valentía, arrojo y honestidad que todo el recital. Altos quilates alcanzó igualmente su realización de la popular Sonata Patética, en la que a partir del rotundo acorde de do menor que tan gravemente la inicia, Oliver desplegó una lectura calibrada, rigurosamente estratificada en sus tres movimientos, con un Andante central de cuidada melodiosidad y recóndito pulso interno. Fue el preámbulo del casi mozartiano rondó final, escuchado en su preciso equilibrio entre el mundo dieciochesco que se extingue y el nuevo romanticismo que Beethoven ya apunta en esta sonata nacida en 1799, casi en los albores del XIX.
Pero quizá la característica más personal del hacer pianístico de Óscar Oliver sea su rara cualidad de hacer asomar y otorgar importancia a cuanto hay alrededor de lo principal. Asomaron así destellos, sonoridades, registros y motivos que suelen quedar inadvertidos. Un pianismo indagador en el que el entretejido musical adquiere inusitada presencia. Como ocurrió también en el muy hermosamente cantado impromptu de Schubert (el tercero del Opus 90) que tocó de propina, en el que el tenue rumor del acompañamiento se escuchó con tanta presencia y protagonismo como la prodigiosa melodía, que quedó así asombrosamente enfatizada por la importancia otorgado al acompañamiento. Fue el certero colofón de un recital a sala llena (dentro de las limitaciones de aforo impuestas por la pandemia) en el que bravos y aplausos parecieron competir entre sí.
Justo Romero