VALENCIA / Josep Pons, artista y orfebre
Valencia. Palau de la Música. 7-VI-2024. Orquesta de Valencia. Josep Pons, director. Shostakóvich: Décima sinfonía.
A Josep Pons (1957) le cayó un día el sambenito de “orfebre de orquestas” y con él sigue. Sin embargo, el maestro barcelonés es, además de un trabajador meticuloso y sanador de formaciones sinfónicas, un músico capaz de adentrarse por derecho y revelar los más hondos vericuetos y senderos del sonido. Un artista completo que igual fascina con Weill que con Falla, Montsalvatge, Ravel o cualquier otro compositor. También Shostakovich, del que el viernes ha firmado en el Palau de la Música una abrasadora lectura de la Décima sinfonía al frente de la Orquesta de Valencia, en la que el trabajo del “orfebre” asomó en las claridades y calidades que obtuvo de una formación que dio lo mejor de sí. El artista que gobierna al “orfebre” extremó las poliédricas aristas del monumento para cuajar una versión en la que la luz se impuso sobre cualquier deslumbramiento.
La relación de Pons con la Décima sinfonía de Shostakovich viene de lejos. Ya en 2004 ofreció una escalofriante versión en el Festival de Granada con la Orquesta Nacional, que entonces combinó con la Sinfonía de Berio. Ahora, en Valencia, ha optado por programarla en solitario, ajena a cualquier distracción. Ciertamente, los 55 minutos aproximados que se expanden los cuatro movimientos del retablo sinfónico se bastan y sobran para colmar cualquier programa. Pons optimizó los recursos de la OV para adentrarse en un recorrido que en absoluto esquivó los perfiles más grotescos y cáusticos.
El segundo movimiento, ese retrato que dicen que hizo de Stalin, se escuchó exento de paños caliente, ensimismado en su crudeza y estridencias. Tensión, pulso, drama y ansiedad. También miedo y hasta terror. Todo a través de una visión cuyas transparencias y nitideces paradójicamente iluminaron los perfiles más grises y tenebrosos. Todo lo contó el maestro barcelonés con verdad, claridad y detalle, en una lectura a un tiempo minuciosa y grandiosa sin grandilocuencia. Sarcástica, cruda y “feroce”, como es el supuesto retrato de Stalin. También de pianísimos en el borde mismo del silencio. La disciplinada y notable respuesta de la orquesta valenciana en su conjunto quedó potenciada por las sobresalientes intervenciones solistas de algunos primeros atriles, como María José Ortuño (flauta invitada), Vicent Alós (clarinete), Ignacio Soler (fagot), Santiago Plá (trompa) y del concertino, Enrique Palomares. Gran éxito ante una Sala Iturbi que rozó el lleno. Pero más allá del ruido y las nueces, los bravos respondían al genuino impacto emocional que despierta uno de los grandes monumentos sinfónicos del siglo XX cuando se escucha en manos de un artista que, por fortuna, sí, es también orfebre.
Justo Romero
(foto: Live Music Valencia)