VALENCIA / Imagen de esperanza
Valencia. Palau de les Arts. 17-X-2020. Shostakovich, Séptima sinfonía, “Leningrado. Orquesta de la Comunidad Valenciana. Director: Pablo Heras-Casado.
“No sabes la sensación que es volver a escuchar una orquesta de más de cien tíos”. El WhatsApp, recibido el viernes de una persona muy próxima a la Orquesta de la Comunidad Valenciana desde el ensayo general de la Séptima sinfonía, “Leningrado”, era el anticipo de lo que iba a ocurrir un día después, ayer sábado, en el Auditorio del Palau de les Arts. Una espaciosa sala con 800 de sus 1.400 localidades (el máximo aforo permitido); un escenario ostensiblemente ampliado; 103 profesores de orquesta ubicados entre un regimiento de mamparas y que todos ellos dieron negativo en la PCR a la que se sometieron antes del primer ensayo… fueron estos algunos de los elementos que hicieron posible que en Valencia y en España se sintiera y viviera, por primera vez desde que apareciera la maldita pandemia, la excitante sensación de escuchar una gran –grandísima en este caso- orquesta sinfónica volcada en revivir un obrón como la Sinfonía Leningrado, que concluye Shostakovich a finales de diciembre de 1941, en plena invasión de la Unión Soviética por las tropas de Adolf Hitler, y del largo sitio de la entonces Leningrado.
“Una imagen de guerra”, definió Shostakovich su más sobrecogedora sinfonía. “He querido crear una obra que reflejara el heroísmo de nuestra gente, su lucha por la victoria sobre el invasor. Mientras trabajaba en la sinfonía pensaba en la grandeza de nuestro pueblo, en su heroísmo, en los más altos ideales de la humanidad, en las más altas virtudes del hombre, en la naturaleza, en el humanismo y en la belleza. Dediqué mi Séptima sinfonía en Do mayor a nuestra luchas contra el fascismo, a nuestra victoria cercana, a mi ciudad natal de Leningrado”. Palabras que hoy, ochenta años después, en plena pandemia, cuando un virus mata más que una bomba atómica y cuando los miles y cientos de miles de millones malgastados en armas se han comprobado inservibles, las palabras y la música de Shostakovich cobran tremenda actualidad. También la poderosa imagen de esperanza, de coraje, de saber hacer y de ilusión que han mostrado Jesús Iglesias, director artístico de Les Arts, y su competente equipo –por arriba y por abajo- para obrar el milagro de imponer sobre tanta adversidad la realidad de un concierto que marca historia.
Por haber sido. También por cómo fue. En el podio, Pablo Heras-Casado firmó una de sus mejores noches. Quizá la más conmovedora. Sopesó y canalizó con maestría, temple y convicción las inmensas tensiones, dinámicas y estados de ánimo que se suceden en los cuatro movimientos que configuran el monumento, del que el maestro granadino también supo cuidar detalles y letra pequeña. Contó para ello con una orquesta absolutamente sensacional. En su conjunto y en sus solistas. El flautín mágicamente entonado y cantado de Francisco Varoch puso desde los primeros pasajes del inmenso Allegretto inicial el listón en lo más alto. Luego, poco después y sucesivamente, el fagot perfecto y sensible de Salvador Sanchis, la flauta también mágica de Magdalena Martínez –que sigue tocando tan maravillosamente como siempre-, el oboe de Pierre Antoine Escoffier, la caja de Francisco Inglés, los timbales de Gratiniano Murcia, el violín del concertino Gjorgi Dimcevski … y así hasta el apoteósico final…
Ochenta inolvidables minutos en los que todos y cada uno de los 103 maravillosos profesores que habitaban el escenario impusieron, incluso más allá de su alta condición profesional, sus perfiles de artistas y seres sensibles ante una situación y en la realidad de un entorno que tantos vínculos mantiene con la pesadilla que sufrió Leningrado durante el asedio de las tropas invasoras. Incluso desde la lejanía de la butaca de espectador, se percibían los ojos lacrimosos de muchos. Del escenario, pero también, claro, del público. El éxito de todos fue claro, justo y evidente, y como diría el crítico de la vieja guardia, “clamoroso y apoteósico”. Nada al lado de la imagen de esperanza e ilusión proyectada, de las lágrimas compartidas ante el mensaje certero del Arte y su recóndita capacidad de remover sentimientos. Ayer fue Leningrado, hoy es la humanidad.
(Foto: Miguel Lorenzo)
Justo Romero