VALENCIA / Gaffigan y Bruckner. Humano, demasiado humano
Valencia. Palau de Les Arts (Auditori). 17-II-2024. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Director: James Gaffigan. Obras de Schubert y Bruckner.
El programa prometía. Schubert y Bruckner. Aunque no es original, sí resulta atractivo confrontar la Cuarta sinfonía de Schubert y la Novena de Bruckner, cuyos tres movimientos están tan perfectamente acabados como la propia sinfonía, a la que ni sobra ni falta una sola nota. Al interés de tan austriaco programa se añadía el de los intérpretes, los admirables profesores de la Orquestra de la Comunitat Valenciana –un oasis en la maltratada geografía sinfónica española– y la presencia en el podio de un maestro solvente y efectivo como es el estadounidense James Gaffigan, actual director musical del Palau de Les Arts.
Sin embargo, uno, que esperaba una noche memorable, salió del Palau de Les Arts con cierta decepción, incluso algo aburrido. Y no por la consabida retahíla de las versiones legendarias que pululan por la memoria musical. Tampoco porque el concierto resultara realmente decepcionante, que no. Pero tanto Schubert como su heredero Bruckner no admiten la rutina ni la simple bondad o calidad. Uno y otro necesitan, además, magia, fascinación, sabor popular, ironía, felicidad, drama, ecos, esperanzas, resonancias folclóricas, nobleza…, en fin todo eso que es difícil de explicar en palabras pero que usted y yo sabemos perfectamente qué es.
Gaffigan, que aplicó tiempos vivos, casi expeditivos, no pudo o no supo evitar puntuales deslices e imprecisiones –maderas y metales– en los atriles de una Orquestra de la Comunitat Valenciana que, salvo estos gazapos y gazapitos, sonó tan estupendamente como de costumbre, particularmente en las cuerdas, con ese empaste, calidad y viveza que tanto la distinguen. Bravo subrayado y sin peros al timbalero, Gratiniano Murcia, tanto en la mesura schubertiana como en la sutiles y redondas contundencias brucknerianas.
Pero, pese a estas excelencias instrumentales, la música realmente nunca llegó a levantar el vuelo para instalarse en el espacio de la emoción y conmoción. Gaffigan, pegado a la partitura y con gesto poco elegante –ungido sería excesivo–, se preocupó más en calibrar y llevar a buen puerto el caudal sinfónico bruckneriano que en desarrollar sensaciones y emociones. Fue, una versión, por ponernos nietzscheanos, “humana, demasiado humana”. Versiones sin ambición que se quedaron en el placer de escuchar sonoridades impactantes de un gran conjunto sinfónico. Pero el indescriptible Adagio final no logró cortar el aliento a nadie, mientras que en el primer movimiento no asomó ni de lejos el misterio que pide la partitura tan expresamente. Tampoco en el Scherzo –estupenda la cuerda en los pizzicati iniciales–, ni siquiera en el animado trío, asomaron resonancias apocalípticas ni se atisbaron “la cima dantesca ni el infierno en el que se retuercen aquellos a quienes se les ha negado la esperanza”, por utilizar la expresión del inolvidable Harry Halbreich.
Fueron, en cualquier caso, versiones de alto calado técnico y formal, inimaginables hasta no hace tanto en una orquesta española. Así lo entendió el público valenciano, cada vez más y más melómano, que abarrotó el muy espacioso Auditori del Palau de Les Arts para no perderse este programa tan remoto a cualquier “Viva Cartagena”. El largo silencio final, después del mahleriano final en pianísimo y Mi mayor, antes del estallido de los aplausos y bravos, delataba precisamente todo lo que no vivió el crítico. Gran y acaso merecido éxito. ¡Fantástico! Pero el crítico no se quita de debajo de las canas a los Celibidache, Furtwängler, Jochum, Walter, Wand…, o, por no ir tan lejos, los Abbado, Barenboim, Chailly, Mehta, Thielemann…
Justo Romero
(foto: Mikel Ponce)