VALENCIA / El Taburete dorado: ‘Afrópera’, que no ópera
Valencia. Palau de Les Arts. Teatre Martín i Soler. 19-IX-2024. Gorges Ocloo: El Taburete dorado. Nobulumko Mngxekeza-Nziramasanga (Nana Yaa Asantewaa), Nonkululeko Nkwinti (Imperio Británico). Doris Bokongo Nkumu, Nathalie Bokongo Nkumu, Gloria Abena Biney, Titilayo Oliha, Saar-Niragire De Groof, Briana Stuart, Maïmouna Badjie, Somalia Williamson (coro, danza y percusión). Dirección musical, escenografía y vídeo: Gorges Ocloo.
Curioso comienzo el de la 46ª edición de Ensems, el Festival Internacional de Música Contemporánea de Valencia que, desaparecidos el de Alicante y otros, se ha quedado como decano de los festivales de este tipo en España. Paradójicamente, su inauguración, el viernes, ante un abarrotado Teatre Martín i Soler del Palau de Les Arts, ha tenido poco de contemporánea y mucho de rancia y pretérita. Ha sido con el estreno en España de la “afrópera” ‒así han convenido en denominarla sus promotores‒ El Taburete dorado, una denuncia del colonialismo británico en la África profunda del Imperio Ashanti, en el interior de la actual Ghana, y la lucha que a principios del siglo XX mantuvieron un ejército de nativas liderado y protagonizo por Nana Yaa Asantewaa (1840-1921), reina madre del Imperio Ashanti, que es una especie de Juana de Arco, Frida Kahlo, Pasionaria y tantas otras heroínas de la historia de la humanidad.
El espectáculo, un “musical” disfrazado con ridículas ínfulas operísticas, se estrenó en Amberes en abril del pasado año. Su autor Gorges Ocloo ‒es, además, colibretista, director musical, de escena, escenógrafo y etcétera‒, está armado y cargado de buenas intenciones. Pero de buenas intenciones plagado está el infierno… El asunto y los hechos inspiradores merecen un tratamiento más ambicioso y profundo. Ocloo se queda en el cliché y cae en todos los tópicos habidos y por haber. Asuntos siempre candentes. Oportunos y resultones. La causa feminista, la negritud, la opresión, el expolio, la libertad de los pueblos y sus culturas… Se habla de “paz y de pollas”, de hombres malos y mujeres valientes, torturas y “hermanas y heroínas”… ¡Solo faltó la Brunilda wagneriana! Paradójicamente en este trabajo reivindicativo y ambicioso, casi todo transcurre y se cuenta y canta en inglés, el idioma del “imperio” denunciado; incluso su título figura en inglés. En sus adentros, el espectáculo imita ‒o trata de ser‒ un género tan occidental como la ópera. Para colmo, amorcillado con fragmentos tan poco “africanos” como los de Carmen, el Rinaldo de Haendel, la Sinfonía Coral de Beethoven y hasta El bello Danubio azul que se entremezclan con ritmos y cánticos supuestamente africanos Vamos, que a punto estuvo de irrumpir en escena el verbenero Don Hilarión.
El público, atípico y diferente del clásico abonado de conciertos, se lo pasó pipa y, de buena fe, se adentró y contagió más de lo que se cuenta que de lo que realmente ocurre en una escena precaria de medios y de imaginación; cargada de convención y recursos más vistos que el tebeo. Casi dos horas interminables ‒lo que duran Don Pasquale, Turandot y tantas óperas de verdad‒ administradas en ficticios seis “actos” y un epílogo, féretro de la protagonista incluido. En definitiva, un batiburrillo de ideas y rancios recursos escénicos y dramatúrgicos, muy por debajo de la apasionante historia que sustenta el invento.
Musicalmente, el interés anda a tono con la párvula escena. Dos amplificadas solistas vocales ‒la soprano Nobulumko Mngxekeza-Nziramasanga, que dio vida y credibilidad al personaje maravilloso de Nana Yaa Asantewaa; y la mezzo Nonkululeko Nkwinti, como Imperio Británico‒ fueron la base narrativa de un reparto articulado exclusivamente por mujeres, que tocan, cantan, bailan y actúan en una escena reiterativa y oscura de solemnidad, casi tenebrista. Al final, el éxito fue tan enorme como la rácana miga musical de esta mal llamada “afrópera”. Seguimos igual que entonces. Y en inglés, claro.
Justo Romero