VALENCIA / El desconfinamiento

Valencia. Palau de les Arts. 12-VI-2020. Orquesta de la Comunitat Valenciana. Concertino: Gjorgi Dimcevski. Obras de Barber, Mozart, Dvorák y Chaikovski.
Control de temperatura a cada espectador antes de acceder al Palau de les Arts. Arcos de seguridad. Teléfonos y llaves fuera de los bolsillos a la manera de los aeropuertos. Desinfección de manos y calzado. Ausencia de programas de manos. Auxiliares de sala que más parecían lazarillos guiando y acomodando a cada espectador en su butaca marcada. Mascarillas en la orquesta y en el público. Minuto de silencio. Todo era anormal en este mundo balbuceante y temeroso del desconfinamiento. Extrañamente nostálgico y desubicado. Lejos del protocolo desenfadado, alegre y social que hasta hace nada suponía el acontecimiento de compartir un concierto, cualquier acto cultural. En el aire acaso contaminado, en la atmósfera desde luego enrarecida, reinaba la impresión añorante de que se vivía el inicio de una etapa —quizá era— en la que lo que fue ha dejado de ser. Después de tres meses de ayuno de conciertos, ni un beso ni un abrazo. Ni siquiera un apretón de manos para celebrar el reencuentro entre los posibles apestados. Cruce de miradas y la tontería del codazo. Triste.
Exactamente tres meses después de que sonaran las últimas notas de la feliz ópera Il viaggio a Reims de Rossini, el Palau de les Arts por fin ha abierto el viernes las puertas de su Sala Principal para albergar de la mano de su Orquesta de la Comunitat Valenciana un concierto casi camerístico en todos los sentidos. Con la platea casi vacía, poblada por apenas doscientos distanciados espectadores que alejados entre sí parecían vivir un tiempo tan inesperado como la acción que musica Rossini en su última ópera en italiano. Todos ellos eran sanitarios a los que el Palau de les Arts ha querido con este concierto agradecer la gesta que han protagonizado en los momentos más críticos de la pandemia. Por fortuna, el arte con la medicina de estos héroes nada tiene que ver con su condición melómana: aplausos a destiempo y reincidentes derivados quizá de la falta de la guía que supone el imprescindible programa de mano, conversaciones forzadas en su volumen por las dichosas mascarillas y la distancia, o miradas aburridas a las luminosas pantallitas de los móviles fueron lunares de un concierto que artísticamente tampoco rondó precisamente la excelencia.
24 instrumentistas de cuerda de la Orquestra de la Comunitat Valenciana sin director (aunque con Gjorgi Dimcevski como efectivo concertino) para un programa poco imaginativo, exento de música valenciana y española, abierto nada menos que con el edulcorado regusto melódico del Adagio para cuerdas de Barber, precisamente la misma música que la presidenta Díaz Ayuso ha hecho retumbar un día sí y otro también a las 12 horas en la Puerta del Sol como demagógico homenaje a las víctimas del maldito coronavirus. Fue una versión más preocupada en salir airosa del trance que de ahondar en la emoción a flor de fiel de sus melodiosos compases. Distante de la perfección y ayuna de aliento emotivo.
Tampoco el archiconocido Divertimento en Re mayor K 136 de Mozart alcanzó la gloria en una visión rancia, imprecisa y sin la calidad instrumental que es marca de la casa y que ya fue paladeada de las manos de Lorin Maazel. Fue una lectura más decimonónica que del siglo XXI o XVIII, articulada a la vieja usanza e ignorante de las corrientes y reivindicaciones historicistas de finales del siglo XX. Tras un Dvorák sin efusión ni gloria (Nocturno para cuerdas en Si mayor), lo mejor llegó al final, en la Serenata de Chaikovski, donde Dimchevski y sus 23 contados compañeros cuidaron con esmero el cantable latido expresivo del elegiaco Larghetto y el flexible sentido lírico del conocido Vals, fragmento que a falta de otra cosa, bien podría haber sido repetido como regalo y respuesta a los insistentes aplausos escuchados al final del breve programa, configurado por una única parte de poco más de una hora de música finalmente desconfinada.