VALENCIA / El ‘Ballo’ tropieza con la desquiciada narrativa de Rafael Villalobos
Valencia. Palau de les Arts. 21-IV-2024. Francesco Meli, Anna Pirozzi, Franco Vassallo, Agnieszka Rehlis, Marina Monzó, etcétera. Cor de la Generalitat Valenciana. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Dirección musical: Antonino Fogliani. Director de escena: Rafael R. Villalobos. Verdi: Un ballo in maschera.
Un ballo in maschera, la única de las grandes óperas de Verdi que aún permanecía inédita en la escena del Palau de Les Arts, ha recalado en la ópera valenciana a través de una nueva producción encomendada al sevillano Rafael R. Villalobos, que llegó a Valencia con la fama de nuevo “enfant terrible” de la ópera española tras la sonada Tosca “al modo de Gomorra” (Rubén Amón) presentada en el Liceu y en el Teatro Maestranza. Quizá como consecuencia de la marimorena que se montó entonces con tantas tetas y glandes, ahora se ha pasado al polo opuesto con este rancio Ballo sin pezones, glandes ni traseras fornicaciones. Desde una perspectiva naíf pero supuestamente indagadora, Villalobos establece una narrativa desquiciada en una escena que no es sino un conjunto de imágenes y secuencias de estética Alemania/años sesenta, más pasadas y vistas que el tebeo. Los monitores esparcidos por el suelo del escenario, los neones colgados del techo o ese coche casi bieitonesco… El mismísimo Giancarlo del Monaco se hubiese quedado a cuadros con estas antiguallas que él ya hacía por los años sesenta, en el Stuttgart de Wieland Wagner.
Villalobos cree descubrir nuevos mundos con su ingenua reinterpretación del personaje de Óscar, que no se sabe si es él, ella, ello, amante de Riccardo o hija de Amelia y Renato. En el caos escénico y el cacao narrativo, la tremebunda escena de Ulrika –Re dell’ abisso affrettati– pasa inadvertida. La dirección actoral es prácticamente inexistente, de modo que cada cantante actúa y gesticula según su santo capricho. El único personaje teatralmente perfilado es Óscar, pero para caricaturizarlo hasta la tontería y desdibujarlo, sin que se sepa qué diablos pinta y quién es. Auténtico dislate. Después de los acabados trabajos escénicos vistos en la escena valenciana en los últimos meses –Orfeo y Euridice de Robert Carsen; Dama de picas de Richard Jones…–, este ajado Un ballo in maschera –que más que viejo o nuevo es la nada– supone inesperado fiasco en la cuidada memoria escénica del Palau de Les Arts.
En el apartado estrictamente musical, hubo dos triunfadores natos: el Cor de la Generalitat, que bordó una de sus mejores actuaciones, y la soprano valenciana Marina Monzó que, indemne al dislate conceptual, pudo culminar un Óscar sobresaliente, ligero, pirotécnico, resuelto y leal al dictado dramático de un Villalobos que no vacila al explicar que “la transición en el espectro de género de Oscar de chica a chico, con toda la carga de expectativas que la figura de daddy’s girl tiene en la sociedad americana [sic] –las jóvenes deben crecer y honrar a su padre con una bella descendencia– supone un giro de tuerca a para profundizar en la psicología de los tres personajes que componen esta familia”. Ustedes mismos…
Dos grandes de la escena lírica contemporánea encarnaron a los dos personajes centrales de la ópera: el conde Riccardo (gobernador de Boston; se ha optado por la versión bostoniana, en lugar de la original, ambientada en Suecia), y Amelia, la esposa de Renato, su consejero y amigo. Francesco Meli, tenor de timbre y fraseo siempre atractivos, de la mejor factura, ha cantado tropecientas mil veces un personaje que conoce hasta sus más últimos recovecos. Dejo constancia patente de su acabado canto verdiano, pero siempre ayuno de esa pizca de emoción que marca lo sobresaliente de lo excepcional.
La napolitana Anna Pirozzi, cantante de fuste, maneras y armas tomar, dramática coloratura de evidentes rasgos líricos, es bien querida por el público valenciano –ya triunfó aquí con Nabucco y Macbeth–, firmó en el tercer acto uno de los pocos grandes momentos de la función con un Morrò, ma prima in grazia cargado de sentido verdiano, atributo vocal y fascinación expresiva; dicho y entonado con voz poderosa y precisa, nítida y admirablemente regulada, sin descuidar por ello las sutilezas extremas de este aria de referencia. El celoso Renato fue cantado con solvencia y no mucho refinamiento por el barítono Franco Vassallo, quien a pesar de haber defendido con nobleza el aria Alzati! Eri tu… no pudo revalidar el éxito obtenido en junio pasado con el Don Carlo de Ernani. La Ulrika de la mezzo polaca Agnieszka Rehlis simplemente quedó inadvertida en su célebre escena, sumergida en el guirigay escénico.
El siciliano Antonino Fogliani concertó con más oficio que arte. Bajo su gobierno, la siempre sobresaliente Orquestra de la Comunitat Valenciana sonó en exceso brillante y decibélica. El maestro no supo –o no quiso– temperar la sonoridad de un foso de por sí acusadamente presente. Por fortuna, las vigorosas voces que había sobre el escenario salieron airosas de la incontinencia sinfónica. Con sus más y sus menos, el público, que quizá esperaba toparse con un espectáculo rompedor y de armas tomar, se encontró con un montaje escénico convencional y hasta mojigato. Largos y vivos aplausos para todos los cantantes, especialmente merecidos para Pirozzi y la paisana Marina Monzó. También para el Cor de la Generalitat y la Orquesta. Entre tan generosas ovaciones, algún leve abucheo al nutrido equipo escénico quedó tan disipado como el desquiciado, antiguo y fallido Ballo in maschera que acababan de perpetrar.
Justo Romero
(fotos: Miguel Lorenzo y Mikel Ponce / Les Arts)