VALENCIA / Don Giovanni en su laberinto
Valencia. Palau de les Arts. 2-III-2023. Mozart: Don Giovanni. Davide Luciano, Riccardo Fassi, Elsa Dreisig, Ruth Iniesta, Giovanni Sala, Gianluca Buratto, Jacquelyn Stucker, Adolfo Corrado. Cor de la Generalitat Valenciana. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Director musical: Riccardo Minasi. Director de escena: Damiano Michieletto.
Triunfador y polémico, director de escena en boga y de moda, el veneciano Damiano Michieletto (1975) se ha apartado del camino original en este Don Giovanni clásico y envolvente, ideado originalmente para La Fenice de Venecia e importado ahora por el Palau de les Arts. Michieletto condena a Don Giovanni —ópera y personaje— más que al fuego eterno, a un laberinto sin salida ni destino, envuelto en gigantescos y clásicos paneles de corte palaciego que no paran de moverse en toda la representación. Un agobio. Un coñazo. Tan reiterativa y cansina imagen, posiblemente constreñida por su origen veneciano —el escenario de La Fenice no cuenta ni con el enorme espacio del Palau de les Arts ni con sus avanzados recursos técnicos—, es marco de una acción movida y desarrollada con hábil y evidente dominio teatral. Michieletto utiliza con eficacia los hilos de Don Giovanni para enmarañarlo en el laberinto de sus propios enredos. Nada nuevo bajo el sol, pero dicho con brillantez e ideas propias. Cuestionables o no, pero propias.
En el foso, el violinista y director de orquesta romano Riccardo Minasi, un historicista de la música mozartiana, llevó sin batuta las riendas de una versión de tiempos vivos y a veces incluso muy vivos, minuciosamente coloreada, de dinámicas extremas en los fuertes, y acentos contundentes hasta lo implacable. Lo evidencia desde el primer momento, ya en el inapelable acorde en modo menor que abre la ópera maestra. Falta efusión, lirismo y sustancia melódica, particularmente en los abundantes momentos ‘mágicos’ —como Il mio tesoro—, que enriquecen los dos actos de la partitura.
Se imponen certezas categóricas, afirmaciones sin espacio para la duda inquietante. Demasiadas evidencias inapelables. Quizá. Minassi, adalid de nuevos presupuestos estéticos en la interpretación mozartiana, transfiguró, por otra parte, el sonido de la Orquestra de la Comunitat Valenciana e impuso un lenguaje corto de vibrato y ampulosidades, seco y escueto, en las antípodas, por ejemplo, del Mozart escuchado a Lorin Maazel (2006) y Zubin Mehta (2012) en las funciones de Don Giovanni que dirigieron desde el mismo podio. Inexplicable que la orquestina de la cena tocará —Paisiello, el valenciano Martín y Soler, Questa poi la conozco! ¡Mozart!— desde el foso y no en escena, como indican dramaturgia, sentido común y los genios de Da Ponte (libretista) y Mozart.
En el rol protagonista, Davide Luciano lució una hermosa voz baritonal que sirvió con agilidad y fácil respuesta al vivaz discurso de Minassi. Deambuló en la movediza escena como Mateo por su casa, entre paneles, puertas y un palacio —todo es igual— que es espacio único. Cantó con gusto, intención y frescura el famoso duettino con Zerlina —Là ci darem la mano— y cargó la noche de vitalidad y altanería, como hizo en un Fin ch’han dal vino arrollador y convincentemente. Junto a él, impactó y hasta sobrecogió la majestuosa voz del bajo Gianluca Buratto, un Comendador que recuerda a los grandes, desde Talvela a Salminen, Cappuccilli, Greindl o Edelmann.
Menor miga vocal y teatral deparó el Leporello rodado pero no más que correcto del bajo Riccardo Fassi, quien defendió con ajustada intención la famosa aria del Catálogo y culminó su actuación oscurecido por la poderosa presencia escénica de Davide Luciano. El Masetto de Adolfo Corrado quedó sin pena ni gloria, tan anodinamente como el personaje. Cumplió y punto la Zerlina de la estadounidense Jacquelyn Stucker.
Ni Doña Ana (Ruth Iniesta) ni Doña Elvira (Elsa Dreisig) alcanzaron esta vez la gloria en Valencia. La zaragozana fue una Doña Ana herida, humillada y vengativa en un papel inesperado que defendió con profesionalidad y tablas, y culminó con notabilidad creciente, mientras que la apropiada Doña Elvira de la franco-danesa pasó momentos de evidentes apuros y otros en los que la afinación no era precisamente ideal. Su Doña Elvira valenciana recordó su destemplada su Fiordiligi salzburguesa de 2021. Ninguna de las arias prodigiosas que Mozart regala a ambas sufridoras —la despechada burgalesa Elvira y la huérfana Ana— quedarán en los anales del canto. Tampoco los tesoros que Mozart pone en boca de Don Octavio, discretamente encarnado por el tenor Giovanni Sala, que reemplazaba al inicialmente previsto, el donostiarra Xabier Anduaga. El Cor de la Generalitat no desaprovechó sus intervenciones puntuales para dejar constancia de calidades y versatilidad. Éxito en una sala que rozó el lleno en esta tercera, novedosa y nunca última visita del Burlador a Les Arts.
Justo Romero