VALENCIA / Carles Marín, el beso celestial
Valencia. Palau de la Música. 3-III-2024. Carles Marín, piano. Obras de Marín, Bach-Kempff, Bach, Chopin-Godowski, Schumann y Scriabin.
Entre la pléyade de nuevos pianistas valencianos, formada por una brillante generación en la que -entre otros- hay que citar nombres como Carlos Apellániz, Josu de Solaun o Xavier Torres, Carles Marín (1978) ocupa lugar preciso. El domingo dejó constancia de su alcurnia ante el teclado en un recital en el Palau de la Música de Valencia de alta exigencia, sin concesiones a ninguna galería, en el que Marín, artista de rotundo poder expresivo y técnico, surcó desde sus propias composiciones hasta músicas de Bach, Chopin, Schumann y Scriabin. Un recital a sala llena, realzado por la acústica renovada de la Sala Joaquín Rodrigo, en la que el piano genuino y deslumbrante de Marín mostró sus aristas más incandescentes y serenas.
Fue una exhibición de la magia del virtuosismo como elemento expresivo. De dinámicas extremas y fraseos tan nítidos como transparentes las armonías. El vigor interpretativo de Marín se volcó en interpretaciones a pecho descubierto, sin reservas ni temores. Arriesgadas, pero sin fisuras y cargadas de criterio. Versiones guiadas por un sentido musical cuajado de vicisitudes y acontecimientos, que se expandieron desde la fogosidad “lo más rápido posible” de la Sonata en sol menor de Schumann a la serenidad extrema del coral bachiano Ich ruf zu dir, Herr Jesu Christ, BWV 639, en la adaptación pianística de Wilhem Kempff, o la fulgurante incandescencia de la Quinta sonata de Scriabin, con la que cerró el programa.
Tampoco faltaron en la dominguera cita pianística el aliento del Nocturno en fa sostenido menor, opus 48 número 2, ni el Bach puro de la Obertura francesa en si menor, entendida por Marín sin remilgos historicistas, asumida desde los recursos sofisticados del piano, pero con devoción a la letra, espíritu y sentido de la partitura. Todo lo dijo y expresó Marín con su acreditada solvencia técnica, y con maneras de intérprete en plenitud, dueño de sus talentos y vivencias; empeñado en servir a la música y a su creador. Incluso cuando toca sus propias improvisaciones y composiciones, en las que, obviamente, asoma su condición pianística. Cuatro estudios para piano en los que se suceden como bocanadas de aire fresco sendos homenajes a sus admirados Nelson Freire, Rameau, Chopin y Liszt. Tampoco faltó uno de los estudios de Chopin (el Opus 10 número 6), integrado en las requetevirtuosas recreaciones para la mano izquierda de Leopold Godowski.
El aforo, repleto de un público entusiasta en el que abundaban estudiantes de piano, aplaudió con entusiasmo bien justificado este recital de fuste y quilates. Llegó así, como respuesta a tanto aplauso y bravos, un sereno y quieto Chopin que se elevó al mismísimo cielo. Allá, a las alturas celestiales, dirigió el pianista con la mano un beso entrañable. El programa de mano decía que el artista dedicaba el recital “In memoriam” a su madre, recientemente fallecida. Seguro que allí o allá, Carmen Marín Ferrés sintió desde el alma el orgullo de lo que acababa de ocurrir.
Justo Romero