Tú a Boston, yo… a San Francisco

En este mundo moderno se borran a menudo con pasmosa facilidad lo que antaño hubieran parecido barreras o fronteras insalvables. No deja de resultar sorprendente, incluso paradójico que, en un ambiente de tan escrupulosa preocupación por la apariencia como el que ahora vivimos, se produzcan movimientos que tal vez deberían despertar más de un recelo y, quizá, provocar alguna que otra reacción.
Uno piensa que un conservatorio tiene como mandato fundamental (como sería el caso de cualquier Universidad) conseguir la mejor formación de sus alumnos, de manera que estén en las mejores condiciones de afrontar su futuro profesional una vez alcanzada su graduación y culminado su periodo como estudiantes. Que un conservatorio procure impulsar ese futuro resulta loable, aunque uno añadiría que siempre que no se sobrepasen algunos límites. ¿Qué límites? El sentido común sugeriría que aquellos que marcan la transformación del conservatorio o la universidad en otro tipo de entidad, en el que empieza a no estar tan claro dónde está la prioridad, si en la enseñanza… o en otros puntos, y en el que empieza no estar clara la integridad del propósito ni el balance entre los distintos objetivos e intereses.
Estados Unidos, ese país en el que el dinero tiene una importancia excepcional y es un instrumento capaz de borrar cualquier frontera, está siendo protagonista de un cambio que podría muy bien encabezar un cambio de paradigma, sin que quien esto firma esté muy seguro de que ese cambio sea para mejorar. Vamos al caso.
El San Francisco Conservatory of Music (SFCM) es, como su propio nombre indica, un Conservatorio. En su página web responden ellos mismos a la pregunta “¿por qué el SFCM? – La formación en el SFCM te transformará como individuo, artista, intelectual y profesional”. En los últimos años, el SFCM parece haber caminado con decisión para convertirse en mucho más que un conservatorio, y acercarse a esa ambición transformadora, que parecía algo grandilocuente y quizá no lo sea tanto. En octubre de 2020 adquirió, sin mucho ruido, la agencia Opus 3 artists, que representa a toda una panoplia de músicos de primer nivel, que van desde directores como Conlon, Eschenbach, Canellakis o Alsop hasta pianistas como Ax, Bronfman o Lugansky. Con parecida discreción, en mayo de 2022 el SFCM adquirió el sello discográfico holandés Pentatone, que ha contado entre sus registros recientes con artistas como Semyon Bychkov, Herbert Blomstedt, Ian Bostridge o el llorado Lars Vogt.
Ahora, el SFCM acaba de dar un paso más, adquiriendo el ciento por ciento de una de las agencias de representación más poderosas del planeta: la británica Askonas Holt. En esta agencia encontramos a directores como Afkham, Antonini, Barenboim o Harding, y a solistas de la talla de Anderszewski, Ibragimova, Kissin o Ma. En estas condiciones, el SFCM pasa a convertirse en una especie de Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como. Parece obvio que quien tenga la fortuna (entendida esta como suerte y, además, como contante, que diría el tándem Mozart-Da Ponte) de entrar en el SFCM tiene unas probabilidades superiores, en lo que a su devenir profesional se refiere, de cierto nivel de éxito, frente a quienes no se forman en una entidad, por buena que esta sea, cuyos brazos se extiendan tanto como los del SFCM, que trascienden, con mucho, el ámbito docente.
En la mente de muchos está la influencia, tácita pero bastante evidente, que algunas distinguidas escuelas (también alguna española) tienen en la, llamémosle así, penetración profesional de sus alumnos. Pero una cosa es la influencia y otra los vasos comunicantes. Y, la verdad, la transformación experimentada por el SFCM se parece más a lo segundo que a lo primero. Se comenta que los artistas de la nómina representada por Askonas Holt tendrán un papel puntual ad hoc de docencia y tutoría en el SFCM. Noticia que sin duda interesará a los potenciales alumnos y posiblemente inquietará a algún docente del claustro del SFCM.
Otra cuestión es la reflexión que sigue a todo esto. Que los conservatorios empiecen una competencia para ver quién construye el emporio más poderoso… no estoy seguro de que sea lo más deseable. Si ya hay quejas de la interferencia actual de las agencias de representación en el mundo de la gestión musical, no parece que el crecimiento de emporios como este SFCM sea lo más recomendable. Cabe dudar de que escuelas y conservatorios sin tantas posibilidades empresariales contemplen este tipo de iniciativas con gran satisfacción. Pero hay que recordar que también tenemos a mandatarios de sellos discográficos liderando importantes centros musicales, y nadie parece darle importancia. Veremos… pero parafraseando a aquella historia de gemelas en la película de los sesenta, uno se imagina a dos hermanos hablando sobre su futuro destino. Si yo fuera uno de ellos, diría aquello de… Tú, a Boston, y yo, a California. Para ser más precisos, a San Francisco. Sin dudarlo. Conservatorio, agencia líder de representación y sello discográfico en el mismo paquete.
Rafael Ortega Basagoiti