TOLEDO / Excelente música de Antonio Gutiérrez exhumada brillantemente por Nereydas

Toledo. Catedral. 21-IV-2023. María Espada, soprano. Nereydas. Javier Ulises Illán, director. Obras de Antonio Gutiérrez y Haydn.
El grupo Nereydas, dirigido por Javier Ulises Illán, prosigue con su loable labor de recuperación de nuestro pasado musical, tan olvidado como lleno de esplendor, y que desgraciadamente quedaría tantas veces en anaqueles llenos de polvo si no fuera por la labor de profesionales como el musicólogo Carlos Martínez Gil o el propio Javier. Sin personas como ellos, no podríamos conocer nuestro rico pasado patrimonial y, aquí en particular, la valiosa música catedralicia que ahora por primera vez hemos podido escuchar en tiempos modernos. La capilla musical de la Catedral de Toledo tuvo muchos momentos de esplendor entre 1550 y 1820, hasta que, primero, la traumática invasión napoleónica y, posteriormente, la desdichada desamortización de 1836, terminaron por acabar con toda esa fecunda riqueza, como en tantos lugares.
En el concierto hemos podido escuchar una música de brillante factura perteneciente a un periodo de esplendor de la Catedral, el correspondiente al compositor Francisco Antonio Gutiérrez (1762-1828), que accedió a su magisterio en la Catedral Primada en 1799, tras su paso por Segovia y después de años de magisterio en la Capilla Real de la Encarnación de Madrid. En Toledo desarrolló durante veinticinco años una intensa actividad compositiva, con más de 200 obras de todos los géneros religiosos necesarios en la liturgia catedralicia y que ahora Javier Ulises Illán, la soprano María Espada y Nereydas vuelven a revivir nada menos que en el marco incomparable de la Catedral de Toledo para la que fue compuesta, con una muestra representativa de tres periodos relevantes del año litúrgico: Navidad, Semana Santa y Corpus Christi, e interpretada con una plantilla instrumental similar a aquella de la que pudo disponer Gutiérrez.
La música de Gutiérrez buscaba una fuerte adaptación a las nuevas formas clásicas vienesas desde la tradición de las reminiscencias barrocas presentes aún en las catedrales españolas, para buscar así un lenguaje más propio de su época, con un gran protagonismo orquestal que reflejara el sinfonismo ya imperante. El concierto comenzó con la Obertura para el villancico Gloria in excelsis Deo, primero para los maitines de Navidad del año 1805, que es una composición de excelente factura donde pudimos apreciar un carácter de auténtica obertura operística donde Gutiérrez da muestras del punto innovador al que había llegado en la implantación del clasicismo en su lenguaje y lo arriesgado de su música litúrgica. En esta pieza explota las posibilidades tímbricas de los instrumentos con gran capacidad expresiva y con abundantes cambios dinámicos, que van desde el efecto brillante y esplendoroso de trompas, oboes y fagotes sobresaliendo sobre el elaborado tejido de la cuidada orquesta de cuerdas, hasta partes con delicados diálogos de las cuerdas, como si de un cuarteto se tratase, y secciones con el protagonismo de unos brillantes oboes junto al papel fundamental de los fagots, de especial brillantez durante todo el concierto. Nereydas sonó francamente espléndida, tanto en las partes de orquesta plena como en los sugerentes diálogos, bajo la excelente dirección de Javier Ulises Illán, que estuvo atento a cada pequeño matiz y encontró siempre el efecto expresivo dentro del equilibrio
A continuación llegó la Lamentación Segunda del Viernes para tiple solo y orquesta, para la Semana Santa de 1803, otra obra muy valiosa donde pudimos apreciar la voz virtuosa de la soprano María Espada sobre el tejido instrumental en una pieza de gran capacidad expresiva que conmueve y nos conduce a través de una variedad de estados emocionales por diversas atmósferas cadenciales, Quizá, de todas las obras escuchadas, es la que conserva mayores rasgos del pathos del barroco tardío napolitano, y en ella apreciamos el excelente trabajo de las delicadas flautas, fagotes, trompas y cuerdas junto a un evanescente fortepiano. Espada estuvo espléndida, como suele, en las difíciles secciones vocales pensadas para un destacado castrato de la capilla de Toledo, Pedro Mocarte.
Otro de los momentos más intensos llegó con el Motete al Santísimo Sacramento Coenantibus illis, para el Corpus Christi de 1801, una obra pensada igualmente para la voz de otro de los últimos castrati toledanos, Faustino Rodríguez. Tras una espléndida introducción a modo de obertura con oboes, trompas y cuerdas, con dinámicas muy expresivamente marcadas por el director, llegó un momento especialmente hermoso con el Larghetto, con unas texturas entretejidas de gran belleza de los violines con la hermosa escritura suspendida de los fagots y la entrada de soprano, realmente bello. Tras una articulación al órgano de Oyarzabal, llegamos al tercer verso, Dixerunt viri tabernaculi, nuevamente con oboes, fagotes, trompas y cuerdas, con una serie de cadencias que nos van a llevando a la conclusión con una interpretación espléndida en los fraseos, dinámicas, texturas y un magnífico equilibrio del conjunto con una estupenda María Espada.
Durante este periodo se adquirió una cantidad apreciable de sinfonías de Haydn para un uso litúrgico. De ellas, pudimos escuchar la Sinfonia nº 104 en una versión adaptada a la plantilla toledana por Gutiérrez, sin clarinetes ni trompetas, a la que denominó Sinfonía con violines, oboes, flauto, viola, fagotes, trompas ed basso del Sr. Haydn, Opera 95. En ella, al igual que en la obertura y el motete de Gutiérrez, pudimos disfrutar del delicado sonido del fortepiano con Daniel Oyarzabal, un instrumento que la propia catedral adquirió en esa época. De especial belleza fue el Andante, con esa sucesión de cadencias de diferente grado de apertura que le dan esa idea de continuidad tan pregnante. Brillantes tanto el fagot de Carles Vallès como las cuerdas. También estuvo especialmente bien Antonio Campillo con el traverso en otras secciones, y toda la orquesta en general.
Como brillante colofón, y a modo de propina, Nereydas ofreció el Finale de la Sinfonia n.º 85 de Haydn, La Reina, en homenaje a la advocación catedralicia. En suma, disfrutamos de un concierto espléndido, con una orquesta brillante en todos sus componentes, una gran María Espada y una dirección excepcional. Es un secreto a voces que Javier Ulises Illán es uno de nuestros mejores directores en este campo; una labor que va desde la pasión y la dedicación con las que estudia las partituras, hasta la brillantez, el cuidado por los detalles y todo el énfasis expresivo que es capaz de extraer de su orquesta para buscar la máxima expresión y el sentido de la música.
Antes del comienzo, el director dedicó públicamente el concierto a la memoria de nuestro querido Eduardo Torrico, quien hubiese sido el primero en asistir, como hacía ilusionado cada vez que un grupo español exhumaba nueva música de nuestro rico patrimonio patrio. Y me consta que en la propia orquesta hubo momentos de gran emoción al conocer, durante el ensayo general del día anterior, la noticia del fallecimiento del gran amigo y maestro; y en esa conmoción, surgió un mayor deseo de ofrecerle esta música como merecería. Para quien esto escribe, también fue muy emotivo y difícil asistir al primer concierto desde su inmensa ausencia, aunque es seguro que ahora mismo él me recriminaría este arranque sentimental.
Manuel de Lara
(fotos: José Antonio Escudero)