Sylvia Schwartz: “Soy como un prisma a través del cual se filtra mi personaje”
Con cinco años Sylvia Schwartz (Londres, 1983) ya sabía que de mayor quería ser cantante. Hija del intelectual y economista Pedro Schwartz y de la mecenas y pianista Ana Bravo, creció en Londres y habla inglés, alemán, español, francés e italiano, y próximamente ruso, ahora que acaba de descubrir Duolingo. Estudió en la Escuela Superior de Canto de Madrid y en la Escuela Superior de Música Hanns Eisler con la profesora Júlia Várady. Y desde que se subió al escenario del Staatsoper de Berlín lleva más de quince años actuando en teatros de ópera y festivales de todo el mundo, desde la Scala de Milán a las Óperas Estatales de Berlín o Viena, pasando por el Teatro Bolshoi o los festivales de Edimburgo, Baden-Baden, Salzburgo o Verbier. Ha trabajado con pianistas como Wolfram Rieger, Charles Spencer y Malcolm Martineau y con directores como Claudio Abbado, Daniel Barenboim, René Jacobs, Nikolaus Harnoncourt, Gustavo Dudamel, o Zubin Mehta. Aunque la mayor parte del tiempo está viajando, ha vivido en ciudades como Madrid, Berlín o Roma, donde, cuando alguien la insulta al volante, les sonríe con dulzura y les responde: “Villano, mascalzon!, Ceffo da cani!”, “Mostro, fellon, nido d’inganni!” y otras citas de Don Giovanni, porque encuentra que las palabras de Da Ponte ponen punto final al torrente de palabritas e insultos soeces. Vive pegada a la radio, y se conoce todos los programas de detectives de la BBC desde los años 50, de Lord Peter Wimsey y Sherlock Holmes a Paul Temple. Los próximos 21 al 25 de este mes de septiembre representará a Eurídice junto a Natalia Labourdette en la ópera de cámara Orphée de Philip Glass, basada en el film de Jean Cocteau, que se representará en el Teatro Real bajo la dirección musical de Jordi Francés y la dirección de escena de Rafael R. Villalobos.
(…) Es una figura fascinante, Cocteau…
Hay un vídeo que grabó para la juventud del año 2000. No parece que tenga un texto fijo, porque va saltando de un tema a otro y el estilo es como una conversación. Empieza grabándose en un plano general, luego se acerca y en el medio solo ves sus ojos, luego sale de nuevo el plano medio y al final de nuevo entero. Sencillísimo, algo rudimentario, y tremendamente efectivo. Y dice cosas como, por ejemplo, “a lo mejor ni existe el medio para reproducir esta película que estoy haciendo. A lo mejor mis libros ya no se están leyendo. Vosotros tendréis vuestro baile, el último baile que tiene la juventud de hoy — esto es del año 1962— se llama el twist”. Y lo dice así, como una cosa que es muy nueva. Pero las cosas que dice, lo que espera que sea la juventud de hoy… Es muy triste, porque es lo opuesto de lo que es la juventud de ahora. Espera que sean serios y atentos. Seriedad, en el sentido de hacer las cosas bien, que de eso no hay tanto. Y lo de escuchar y estar atentos, eso sí que no hay nada que se le parezca.
Tiene otra frase que dice: “Te entrego el secreto de los secretos. Los espejos son las puertas por las que la muerte viene y va. Mírate toda tu vida en un espejo y verás a la muerte afanándose, como las abejas en una colmena transparente”.
Impresionante, ¿verdad? Cuando has escuchado eso y te miras al espejo, ves las arrugas y dices: “Está aquí, [la muerte] está aquí…”. Extraordinario. Y más aún con los recursos que utiliza, que son como de teatro antiguo, de Deus ex machina. El juego que hace con los espejos, o, por ejemplo, unos guantes de goma normalmente son difíciles de poner, pero él los filma al revés, y lo ves porque al final se aplasta un poco uno de los dedos, donde agarras para tirar de él. Lo que Cocteau hace con la historia de Orfeo y Eurídice me parece muy relevante para el mundo de la ópera de hoy. Para él, un sofá en un salón es invisible, desaparece. Pero lo sacas a la calle, y vuelve a ser un sofá. Eso es lo que está haciendo con esta historia. La gente se queja de las puestas en escena modernas, y lo entiendo, porque hay muchas malísimas. Pero de las buenas se quejan también, porque para disfrutar de una puesta en escena moderna hay que tener una cantidad crítica de puestas en escena a la antigua en el repertorio personal. Un buen director de escena cuenta la misma historia que está contando el compositor y el libretista, aunque sea en el Polo Norte. Pero tiene la ventaja de que puede contar la historia de otra manera. Si tienes miedo de ver una puesta en escena moderna y de salir desilusionado, métete en Internet y mira cinco versiones distintas a la antigua, del Metropolitan, de la Scala de los años 60, con todos los grandes, con Pavarotti… Mira todas esas versiones y disfrutarás mucho más de lo que está intentando hacerte pensar el director de escena.
¿Cómo es Rafael R. Villalobos?
Es maravilloso, yo creo. Es un joven de Sevilla que con diez años fue un día a la ópera y decidió que lo que quería en la vida era ser director de escena. Y lo es enteramente, ha comprendido lo que querían hacer originalmente Monteverdi y la Camerata Fiorentina cuando crearon la ópera, que era traer todas las artes a un solo sitio para hacernos pensar, hacernos más humanos poniéndonos un espejo. Yo acabo de hacer Juana de Arco de Honegger, uno de los miembros de Le Six e inspiradísimo por Cocteau. Es curioso porque Cocteau temía que perdiéramos la humanidad convirtiéndonos en robots. Por su parte, Honegger veía que con la Segunda Guerra Mundial habíamos perdido la humanidad convirtiéndonos en animales. Y ahí está la línea del medio, que Cocteau, y Philip Glass, y este director de escena, y todos están buscando, que es transformarnos con este arte y que salgamos del teatro siendo más humanos. Me parece que han escogido muy bien al director musical y de escena, que Philip Glass ha escogido bien a Cocteau, y uno siente que Cocteau nos ha escogido a todos. (…)
Camila Fernández Gutiérrez
[Foto: Gisela Schenker]