Sibelius por Mäkelä: audaz y estimulante
SIBELIUS:
Sinfonías 1-7. Tres fragmentos tardíos. Tapiola. Orquesta Filarmónica de Oslo. Director: Klaus Mäkelä. DECCA 00028948522569 (4 CD)
El corpus sinfónico de Sibelius ha disfrutado, por capítulos o completo, de una enorme suerte discográfica. Desde Kajanus a Rouvari, las versiones se suceden generalmente con muy buena fortuna. Hay directores que han llegado a grabar hasta tres veces las sinfonías del autor de Finlandia, como Colin Davis o Paavo Berglund. Los hay con dos como Osmo Vänskä —que añadía a su primer intento un rigor filológico apasionante— o Simon Rattle —que paliaría desde la madurez las posibles debilidades de su lectura temprana—, Jukka-Pekka Saraste, Vladimir Ashkenazy o Leif Segerstam. Y, con una, nombres como Anthony Collins, John Barbirolli, Vladimir Ashkenazi, Leonard Bernstein —en realidad integral y media— Kurt Sanderling, Alexander Gibson, Sakari Oramo, Okko Kamu, Maurice Abravanel, Neeme y Paavo Järvi, Herbert Blomstedt, Lorin Maazel, Arvo Volmer, Petri Sakari, John Storgards y hasta un sorprendente Gennadi Rozhdestvenski. E incontables son quienes, sin abordar el ciclo entero, han dejado muestras de su competencia en esta música, con grabaciones puntuales —sobre todo de Segunda y Quinta— y que aquí no tiene sentido citar por lo menudo porque acabarían con nuestro espacio. Sí hay que recordar, no faltaba más, a Karajan, Beecham, Jensen, Garaguly, Salonen, Ormandy, Rosbaud, Jansons, Mackerras, Celibidache, Schmidt, Szell, Paray, De Priest,… Y mis disculpas por los muchos olvidos.
Ante un panorama semejante la pregunta es obvia: ¿Tiene sentido grabar las sinfonías de Sibelius a los veinticinco años como acaba de hacer Klaus Mäkelä, por lo demás titular ya en Oslo y en París? ¿Hasta qué punto no estará su posible resultado lastrado por la obligación del contrato firmado con Decca, uno de los poquísimos en exclusiva de la historia del sello, el tercero que se firma en esas condiciones a un director en noventa años? Preguntas muy de la gente del oficio pero que solo se responden escuchando, que es lo que le interesa al aficionado, por cierto, bastante convencido de antemano si alguna vez ha visto en acción al director. Por otra parte, grabar Sibelius si eres finlandés es una obligación por más que también, seas de donde seas y a la vista de los precedentes, un desafío. Hay una palabra para definir el asunto y su conclusión: audacia. Y, ya puestos, anticiparemos que el resultado de esa audacia, a cargo, no lo olvidemos, de quien es el fenómeno más sorprendente surgido en el mundo de la dirección de orquesta en los últimos tiempos, es muy convincente.
La Primera Sinfonía es, en su escritura, la más convencional de la serie —tan hija de Berwald como de Chaikovski—, con todo y por más que llegue después de Lemminkainen. Y quizá porque acompaña menos a las expectativas creadas con Mäkelä, la sensación inicial, tras una primera escucha, es de corrección y punto, sobre todo cuando aquí manda Bernstein en su segunda versión, con Filarmónica de Viena, con autoridad incontestable. Pero las reservas ceden, y mucho, cuando se vuelve a ella y empiezan a verse los logros —el último tiempo—, aunque se pueda seguir pensando que al segundo movimiento le falte la sutileza de Berglund con la Orquesta de Cámara de Europa.
Ningún reparo que oponer a la Segunda —magnífico Andante ma rubato y Finale preparado y resuelto de manera ejemplar—, pues se trata de una gran versión junto a las mejores de la discografía de siempre. La Tercera arranca con cierta precipitación en relación a su referencia —la segunda versión de Colin Davis, la que grabara para RCA— para irse domeñando poco a poco. En la más difícil del ciclo, la crucial Cuarta, el planteamiento, el nudo y el (im)posible desenlace están soberbiamente expuestos. Y es precisamente ese sentido de búsqueda, de cuestionamiento de hacia dónde vamos, a partir de un viaje que comienza en un pie forzado que luego será esencial, lo que muestra la inteligencia de Mäkelä, su asimilación de lo que esa música parece pedir. El joven maestro vuelve a salir airoso de otro desafío como es la Quinta con una formidable versión, revelando recursos técnicos como los que despliega en la transición del Largamente al Allegro moderato —ahí, ya sabemos, Bernstein con Viena sigue y seguirá imbatido porque lo que consigue es casi milagroso.
En la Sexta entiende muy bien el arco expresivo y formal que propone Sibelius y aporta soluciones muy bien tomadas en determinados momentos, así el modo de negociar los ostinati del Allegreto moderato o los cambios de humor en el Allegro molto. La Séptima —aquí el fantasma se apellida Barbirolli— se presenta como un todo perfectamente articulado —la particularidad de dividir en el índice la sinfonía en cuatro entradas correspondientes a otras tantas indicaciones de tempo ayuda a su análisis—, anunciando de manera extraordinaria —tras momentos como el crescendo del Adagio, la engañosa afirmación del Vivacisimo o la resolución de la conclusión de la obra— ese silencio que confirman los tres breves fragmentos conservados de una Octava que nunca fue. Y, como colofón, una excelente, muy intensa, Tapiola.
Punto y aparte para una sorprendente Orquesta Filarmónica de Oslo que seguramente guarda aún alguna esencia del Sibelius de Mariss Jansons, uno de los antecesores de Mäkelä en ese podio. La prestación de los noruegos es la propia de una orquesta de primera fila que se encuentra, además, en pletórico estado de forma y con unos solistas en cada atril de esos en los que pareciera que se puede confiar a ojos ciegas.
El resultado es una magnífica integral. Una integral con muchas cosas dentro, que resiste muy bien la comparación con las grandes y que en algunos de sus mejores logros se pone a su altura. Ya sabemos eso que decía George Bernard Shaw de que la juventud —aunque habrá quien aduzca que a los veinticinco ya no se es tan joven— es una enfermedad que se cura con el tiempo. Probablemente. Pero también esa juventud nos ofrece a los que peinamos canas —a veces tan cicateros con lo que puede sacarnos de nuestra zona de confort— la posibilidad de seguir reescuchando esos clásicos que nos hicieron como somos y que ella tiene la obligación de reinterpretar para sí misma. Puede estar orgulloso Mäkelä del resultado de su muy estimulante audacia.
Luis Suñén
(Crítica publicada en el nº 384herzo, de mayo de 2022)