SEVILLA / Viardot regresa a casa
Sevilla. Sala Turina. Ciclo de recitales líricos de la Asociación Sevillana de Amigos de la Ópera. Natalia Labourdette, soprano. Helena Resurreiçao, mezzo. Francisco Soriano, piano. Canciones españolas de Pauline Viardot.
Manuel García salió de España en 1807, a sus treinta y dos años, para nunca más volver. De sus hijos, Manuel pisó suelo español durante unas horas en una excursión por el Valle de Arán desde el sur de Francia y Pauline hizo una breve gira de pocos meses por Madrid y Granada. Y de sus nietos tan sólo Paul Viardot pisó el suelo de sus ancestros en una gira de conciertos junto a Camille Saint-Saëns. Y, sin embargo, lo español, sus ritmos, su poesía popular, sus evocaciones teñidas del color de la nostalgia, afloran en esta familia durante tres generaciones, desde la correspondencia mitad en español, mitad en francés, hasta sus composiciones.
Y nada mejor que el programa de este concierto para corroborarlo, la primicia mundial de un conjunto de canciones en español de Viardot que la acompañaron a lo largo de su vida como cantante y que han sido recientemente rescatadas desde la ciudad que dio origen a esta saga de artistas gracias al trabajo musicológico de Miguel López y al esfuerzo artístico de Francisco Soriano, un pianista que lleva muchos años enzarzado con la recuperación de la obra de Pauline García Viardot.
Viardot recibe de su padre la herencia de los aires españoles, de los fandangos, boleros, seguidillas, cañas, tangos, rondeñas, jotas y los reviste de un aire cosmopolita a la vez que las vuelca sobre una brillante y comprometida escritura vocal. Incluso les pone letras españolas extraídas de recopilaciones de poemas populares a cinco mazurcas de Chopin, con la aquiescencia del compositor polaco. Por ello era todo un reto para los intérpretes abordar estas piezas, un reto resuelto de la forma más brillante posible. Labourdette, con ese cascabel de oro que tiene en la garganta, con su timbre rutilante y su perfecta proyección, dio soberbias lecturas llenas de agilidades, de reguladores, de fraseo cadencioso y de espectaculares ascensos al sobreagudo.
En El corazón triste se instaló en un fraseo melancólico, con largas frases reguladas y rematadas con ‘ayeos’ muy precisos. En la mazurca De qué sirve que te olvide consiguió conjugar el ritmo cambiante con la inteligibilidad del texto castellano, algo nada fácil. Y espectaculares sus saltos interválicos, limpios y precisos, en Me mandas que te olvide. Agilidades remachadas con los picados y las escalas descendentes de El amor de mi mozuela. Resurreiçáo, por su parte, fue todo sensualidad y morbidez en el fraseo, con ese profundo color oscuro de su timbre, puesto al servicio de una línea de canto llena de seducción. Fueron de gran calidad sus juegos con el color vocal, con subidas al registro superior bien sostenidas y sin que la voz perdiera calidad ni definición.
Al fraseo dramático y pasional de la Caña (espectacular el ostinato lleno de regulaciones de Soriano) le sucedía la línea querenciosa, cambiante y flexible de La tortolilla triste, rematando con los juegos de colores de Les filles de Cadix. Los dúos fueron ya un derroche de energía vocal, de escalas y de agilidades entrelazadas realmente apabullantes, en especial en el caso del Fandango del diablo y de la Jota de los estudiantes, auténticos duelos vocales que levantaron al público de sus asientos en los que había pasajes en los que la soprano debe descender a notas comprometidas mientras que la mezzo debe ascender al límite de su diapasón.
Soriano estuvo asimismo excepcional, más allá del acompañamiento, sobre todo en las mazurcas, el fandango, la jota y el Duo à la hongroise, con dosificación del color y flexibilidad rítmica en las piezas sincopadas y de rítmica sinuosa.
Andrés Moreno Mengíbar
(Foto: Antonio Hernández Moliní)