SEVILLA / Noches en los Jardines del Alcázar, banquete musical para un público voraz
Sevilla. Real Alcázar. 8, 19, 21 y 27-VIII-2020. La Ritirata. Sinoidal Ensemble. Cuarteto Trifolium. Hexacordo.
Con toda la actividad musical previa cancelada a causa de la pandemia, la XXI edición de Noches en los Jardines del Real Alcázar ha adquirido, durante este verano, una dimensión y una importancia que nunca había tenido. Quizás por ello, escudriñando una programación que se extiende durante casi tres meses, hemos sido más conscientes de la relevancia de muchas de sus propuestas. Lo que podría ser un mero ciclo de circunstancias estivales, escorado más al público foráneo y a la intrascendencia musical, anuda cada año citas de gran valor que corren siempre el riesgo de ser precisamente licuadas por la imagen de amable y cotidiano ciclo de conciertos en el sempiterno marco incomparable.
A lo largo de los años se ha demostrado que su gestión y programación, a cargo de Miguel Ángel González, es de sesgo conservador, no dudando en repetir fórmulas que funcionan. Por eso mismo una serie tan amplia de sugerencias obliga a ir al detalle para ver como, en efecto, diseminados aquí y allá hay conciertos que perfectamente podrían encajar (como de hecho, lo hacen) en festivales de solo aparente más lustre (…e igualmente continuistas a la hora de programar). Y esto, indudablemente, es mérito suyo. Como lo ha sido también sacar adelante la edición más compleja -circunstancias obligan- de todas cuantas lleva coordinadas.
Debido a la extensión del programa, insistimos, estas líneas quieren ser solo una apresurada síntesis de cuatro de los conciertos que, entre otros, dan empaque como decimos a estas sevillanas Noches del Alcázar. El pasado 8 de agosto el violonchelista Josetxu Obregón e Ignacio Prego, en el órgano positivo, condensaban las esencias del último trabajo discográfico de la formación que dirige el primero, La Ritirata. Centrado en los 350 años del veneciano Antonio Caldara el concierto resultó especialmente singular precisamente por la ilógica ausencia de un clave y su sustitución por un órgano, lo que confirió una característica y encantadora sonoridad religiosa a la colección de piezas profanas que ofrecieron.
Con una amplificación absolutamente esmerada (y necesaria, al aire libre y en un escenario acústicamente complejo) que por fin ha dado en la tecla de como permitir una sonoridad lo más natural posible a la cuerda, Obregón mostró su afinidad plena con la obra de Caldara con una cantabilidad rústica muy en estilo. La afinación que mostró durante todo el recital (especialmente notable en los escollos de la Sonata III) y la compenetración con Prego en las agilidades que serpenteaban estos pentagramas fueron totalmente disfrutables. Como también sucedió con la audición de una colección de esbozos fugados para teclado que, en su desnudez, constituyeron uno de los momentos más inspirados de todo el concierto.
Días después, el 19 de agosto, el ensemble de saxofones Sinoidal [en la foto] planteaba un pequeño, minúsculo acaso, pero suculento salto mortal en este ciclo, el de hacer sonar a György Ligeti y Salvatore Sciarrino. De acuerdo que del primero se oyeron sus ligerísimas Bagatelas y, del segundo, dos fragmentos instrumentales de la acción operística para marionetas La terribile e spaventosa storia del Principe di Venosa e della bella Maria, especie de secuela de la ópera Luci mie traditrici, una de las obras maestras de la lírica contemporánea. En total, no más de 15 minutos, pero… ahí quedó. Y los músicos del Sinoidal, algunos de los cuales han estudiado con los maestros en esto (el cuarteto Sigma Project), demostraron ser un ensemble competente, con los mimbres bien repartidos, empaste, certeras entradas y una maleabilidad estilística muy ensayada.
El grupo, que también tiene una interesante grabación de una obra inédita (fonográficamente) de Olga Neuwirth, Ondate, se entregó por el camino a repertorios más amables, como las muy atractivas transcripciones que de Sonatas de Scarlatti hizo Sciarrino o una revisión de hechuras plenamente barrocas del Concerto italiano de Bach. Buenos músicos y un programa ejemplarmente cosido que se vio lastrado por las chabacanas explicaciones de uno de sus integrantes, José Miguel Cantero, en una pocas veces vista forma de restar estrellas a un concierto.
El cuarteto de cuerdas Trifolium lleva algún tiempo abriéndose camino como formación con instrumentos y criterios interpretativos históricos. Su comparecencia el 21 de agosto vino de la mano de dos obras, de un lado el Cuarteto en sol menor op. 4 nº 3 de Joao Pedro Almeida Mota, cuya música han llevado al disco en el sello Lindoro; de otro Beethoven y su Cuarteto en si bemol mayor Op. 18 nº 6. Ambas obras sirvieron a los miembros del conjunto para mostrar su solvencia interpretativa reivindicando -ya lo hacemos nosotros por ellos- una mayor presencia de los mismos en los escenarios.
Trifolium sirvió cada partitura con su punto justo de arranque expresivo. Si en Almeida el tono fue eminentemente galante, palaciego; con Beethoven, a pesar de ser una obra de juventud, las aristas y la rudeza se alquitararon en función de una expresividad dramática protoromántica. El (re)descubrimiento y la puesta en valor de las obras del compositor portugués suponen además un marchamo de valor añadido al conjunto, porque tanto el Cuarteto aquí interpretado como los otros grabados en disco tienen un gran valor musical, como mínimo el mérito de hacernos feliz escuchándolos.
Finalmente, y mientras el ciclo continúa hasta las postrimerías de septiembre, el 27 de agosto fuimos testigos del alumbramiento de un programa poco habitual en las lides de las músicas históricas, Iberia resonat a cargo de Hexacordo. Además de la reivindicación de lo que es hoy una utopía de unión cultural y geográfica entre dos países, el grupo ha gestado un trabajo que, felizmente, se desvía de lo transitado para enarbolar una reunión de piezas exigentes y custodiadas desde el color instrumental y sus múltiples combinaciones. Hexacordo, como a su manera también hace el conjunto sevillano Riches d’amour, defiende un acercamiento a estas músicas de trovadores y viajantes recogida y austera. El laúd de Anibal Soriano sirvió de puente y continuidad entre unas estancias y otras mientras que Manuel Pascal pasaba algún apuro con la espineta y se mimetizaba a fondo a través de las cornetas. Alberto Barea desde el organetto y el cromorno, pero también y sobre todo, con un canto de cariz piadoso (Salve María, gregoriano) y tenoril (A la villa voy, cancionero de Elvas), redondeó un concierto que merecerá un rodaje mayor y quizá cristalizar en una grabación discográfica.
Ismael G. Cabral