SEVILLA / Manuel Castillo, en las mejores manos
Sevilla. Espacio Turina. 16-II-2022. Ignacio Torner, piano. Obras de Manuel Castillo.
Justo, importante y notabilísimo interpretativamente homenaje rendido al compositor sevillano Manuel Castillo (1930-2005) por quien fuera su alumno, el pianista y miembro del conjunto Taller Sonoro, Ignacio Torner. La ocasión además era recogida por el inquieto y atento Espacio Turina con un añadido: el programa era ejecutado en el piano de Castillo, cedido por la familia al Ayuntamiento de Sevilla, ahora puesto a punto y custodiado por el Instituto de la Cultura y las Artes de la ciudad.
Vaya por delante una triste asunción: en su ciudad el nombre del compositor titula al Conservatorio Superior. Y ahí queda la cosa. Las ocasiones de oír su obra son, siendo magnánimos, exiguas. Qué bueno sería (y qué a la mano está) encargarle a Torner, por poner, la interpretación de alguno de los tres conciertos que escribió para el instrumento a ser tocados por la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla.
La Tocata (1952) con la que comenzó el recital es una obra virtuosa y que queda ahí en la memoria, en algún lugar, tras una primera escucha. Desde luego que la sobrevuela la sombra más guerrera de Prokofiev y Bartók; algo que Ignacio Torner se encargó de subrayar con su tono mecanicista, belicoso; otro punto de vista frente al más melódico fijado en disco por Ana Guijarro. Nocturno en Sanlúcar (1985) arranca con un par de acordes exquisitamente feldmanianos pero no son esos sus derroteros, más desnudamente impresionistas, sin llegar a sustanciar ninguna veleidad descriptiva. Parece una obviedad pero no lo es que Torner, un músico especializado en la música contemporánea abordase a Castillo remachando sus conexiones con el ahora. Lo hizo desde luego en la agitada Tempus (1982), acaso la página para el teclado más agreste de su catálogo.
Para Arthur (1987) hizo de bisagra, con su tono elegiaco; luego llegó el un tanto frustrante Preludio, diferencias y tocata (1959), que ha envejecido mal. Con su cita y deconstrucción de El Puerto, de Albéniz, la partitura se pierde en diabluras contrapuntísticas que Torner solventó con unas portentosas agilidades. Aún quedaba la miniatura Intimus (1986) y la curiosa Sonata (1972), obra que se repliega sobre si una y otra vez entonando obsesivamente unos mismos acordes. La ejecución fue de una enorme naturalidad y una riqueza tímbrica tan apabullante que logró mantener el interés durante todo el recital. Concluyó con In memoriam, una curiosa y repiqueteante miniatura de Vicente Blanes que enlazó a Castillo con el presente; y con tantos músicos a los que, como indicaba la dedicatoria de la última partitura referida, ayudó a encontrar el camino hacia ellos mismos.
Ismael G. Cabral