SEVILLA / Leonor Bonilla, el asombro de la voz

Sevilla. Sala Turina. 16-IV-2021. Leonor Bonilla, soprano. Carlos Aragón, piano. Obras de Sor, García, Arrieta, Viardot, Fauré, Gounod, Delibes, Haendel, Rossini, Mercadante, Barbieri y Moreno Torroba.
El ciclo de recitales de la Asociación Sevillana de la Ópera no ha podido empezar mejor. De hecho, ha arrancado a un nivel tal que muy difícil se lo pone a los artistas que vendrán a lo largo del siguiente mes. Y todo ello merced a la apuesta (segura, por los resultados) por traer de nuevo a su ciudad a Leonor Bonilla, una de las voces punteras del panorama nacional y que, si mal no recuerdo, no cantaba por aquí desde aquellas sensacionales funciones de Lucia di Lammermoor. Un recital triunfal desde el inicio al final, hora y media seguida y sin las habituales piezas de piano a modo de alivio del cantante. Y con un programa complejo y muy demandante tanto en lo técnico como en lo expresivo.
Gracias a una técnica perfecta de emisión, con la laringe relajada, Bonilla pudo llegar con la voz fresca hasta el fin. La voz corre con naturalidad y se proyecta con potencia, brillo y metal en punta, lo que combinado con una apropiada técnica respiratoria le permitió abordar largas frases y regularlas con delicadeza, como en la soberbia lección de canto que supuso su versión de Parad, avecillas, de Manuel García, cantada a una delicadísima media voz y a flor de labios. Su fraseo fue siempre cincelado al milímetro a base de acentos y regulaciones, lo que combinado con la elegancia de su legato y la facilidad con la que aborda los Mi y Fa sobreagudos, levantó encendidos y reiterados aplausos. Combinación ideal, pues, de gracia y elegancia. Bonilla dominó magistralmente la coloratura a base de notas picadas, en staccato e incluso en el complicado martellato. Un muestrario de todos estos recursos técnicos y expresivos fue su versión de Non si da follia maggiore de Il turco in Italia, en la que consiguió algo tan esencial en el estilo rossiniano como es integrar la coloratura de manera natural en las frases correspondientes, sin saltos ni ruptura artificiosas. Su capacidad de transmisión de emociones quedó a la vista en una interpretación de Pobre Granada de Arrieta que sonó como una de esas clásicas coplas trágicas de Quintero, León y Quiroga. En las canciones francesas de inspiración española combinó la gracia castiza con la elegancia gala, sobre todo en el espectacular bolero ¡Ay, pobre Curro mío! de Gounod. Ya en la segunda parte, centrada en ópera y zarzuela, Bonilla recordó sus éxitos en el Festival de Martina Franca con la Francesca da Rimini de Marcadante, con una cavatina de mórbido legato y una cabaletta con un ataque al sobreagudo en pianissimo limpio, nítido y perfectamente proyectado. Finalmente, se metió al público en el bolsillo con una versión seductora de la habanera de Monte Carmelo de Moreno Torroba.
Carlos Aragón, a pesar del estado del piano (que perteneció a Manuel Castillo), acompañó con mimo, con gusto y sentido del ritmo. Se nota el trabajo tan concienzudo y experto que ha debido realizar con la cantante en la preparación de este recital. No en vano es uno de los mejores preparadores de cantantes del país.
Andrés Moreno Mengíbar
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