SEVILLA / La cuarta ‘Traviata’ del Maestranza
Sevilla. Teatro de la Maestranza. 14-VII-2022. Verdi, La traviata. Nino Machaidze, Arturo Chacón-Cruz, Dalibor Jenis, Anna Tobella, Megan Barrera, Manuel de Diego, Carlos Daza, Andrés Merino y Christian Díaz. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y Coro de la AA. del Teatro de la Maestranza. Director musical: Pedro Halffter Dirección de escena: David McVicar (reposición de Leo Castaldi).
Es comprensible que La traviata, la ópera actualmente más representada de la historia, haya subido por cuarta vez al escenario de este joven teatro. Programada para hace dos años, los de la pandemia, la dirección teatral no ha querido renunciar a una producción que contaba con todos los avales para asegurarse el éxito, como lo ha corroborado el lleno absoluto, a pesar de ola de calor infernal. Por muy aclamada que fuese en su día la puesta en escena de MacVicar, resulta hoy rancia, oscura, sin explícito simbolismo y sin que aporte, por tanto, ninguna nueva lectura, cuando tantas se han hecho de esta mítica historia de amor. En la memoria de los espectadores más veteranos seguiría grabada la de Riccardo Muti y Liliana Cavani allá por 1992, y algo más reciente (2010) la interpretada por una pletórica Mariola Cantarero e Ismael Jordi.
Aquella pareja de jóvenes cantantes era la de un par de enamorados, la soprano y el tenor se querían sobre las tablas, cosa que no ha ocurrido con la georgiana Nino Machaidze y el mejicano Arturo Chacón-Cruz. Buenas voces, sin duda, con matices, pero no había comunicación entre ellos, y el drama perdía credibilidad. Machaidze no se lució en el primer acto, obligada a representar a una cortesana de modales vulgares; su voz resultó engolada y no convenció ni en su dúo ni en el Sempre libera. Mucho mejor estuvo en el primer cuadro del segundo acto; ahí sí se oyó una Violetta íntima y desgarrada, aunque su largo diálogo con Germont se viese ensombrecido por la voz abiertamente fea y tosca del barítono Dalibor Jenis, que se mostró agresivo tanto con la pobre víctima como con su propio hijo cuando le canta la lírica romanza De Provenza que parecía que iba a estrangularlo. Tampoco el director escénico le hizo un gran favor a Alfredo al tener que cantar al inicio del acto su aria en calzoncillos, enfundarse la camiseta y abrocharse los pantalones. Nadie se cree así que “se sintiera en el cielo”. Del españolismo del segundo cuadro, mejor olvidarse; el bufonesco Piquillo poco evocaba la heroicidad de los toreros románticos, y las gitanillas no pasaban de ser grotescas bailarinas de can-can, con la broma de alguna que otra calva y travestida.
El coro actuó con corrección, aunque con más volumen que matices. Y en el tercer acto, el siempre esperado Addio al passato resultó un tanto plúmbeo. Pedro Halffter tiene bien estudiada la partitura, como es habitual en sus actuaciones en este teatro, que tanto lo admira y quiere, pero a su batuta le falta eso tan difícil de definir que es la italianità. La orquesta sonó bien en general, brillante y enérgica unas veces, y recogida e intimista otras, siempre muy narrativa. En mi opinión, el momento culminante fue el preludio al acto tercero. La enfermedad se describía con toda su crudeza. No hacía falta la sobreactuación de la soprano subrayando las toses y espasmos de la tisis. Estamos en una función de ópera y no en una lección de anatomía.
Queda un nuevo reparto para mañana, día 22, con el joven palaciego Manuel Busto en el foso y los jóvenes cantantes Asley Galvani Bell, Antoni Lliteres y Carlos Arámbula. ¿Habrá sorpresas? Los demás comprimarios repiten y cumplirán de nuevo.
Jacobo Cortines