SEVILLA / FeMÀS: Václav Luks y el verdadero Mesías
Sevilla. Teatro de la Maestranza. 24-III-2024. Festival de Música Antigua de Sevilla (FeMàs). Collegium Vocale 1704. Collegium 1704. Deborah Cachet (soprano), Avery Amereau (alto), Krystian Adam (tenor), Luigi De Donato (bajo). Director: Václav Luks. Haendel: El Mesías.
El Mesías es una de las composiciones de las que más se ha abusado desde su estreno en 1742 en lo referente al volumen de efectivos, con tendencia a la hipertrofia y el gigantismo (se documentan interpretaciones con más de mil intérpretes), hasta derivar en esos antimusicales Mesías participativos con coros aficionados desperdigados por la sala intentando en vano concertar con la orquesta y coro del escenario. Son esos “falsos mesías” de los que habla el evangelista Mateo. Pero bastan veinte coralistas y veintiséis instrumentistas, más los cuatro solistas, para revelarnos una música en todo el esplendor de sus mil y un recovecos, delicada, brillante, majestuosa, capaz de arrastrar la atención y de suscitar el entusiasmo, en su significado original de arrebato o éxtasis.
Ya conocíamos a Václav Luks y sus excelentes conjuntos por su anterior comparecencia en el Femàs del año 2012 y si entonces gozamos con su vibrante Zelenka, ahora esperábamos con gozo su versión de la obra más popular de Haendel. No es Luks un director dado a los excesos articulatorios, a los ataques electrizantes, a los contrastes dinámicos ni a las sorpresas agógicas. No, pero ello no obsta para que su manera de abordar la música no esté meditada compás a compás con estudio minucioso de las posibilidades expresivas de cada pieza de este oratorio. Desde la solemnidad, sin prisas, de la Sinfonía inicial hasta el glorioso Amen final, regulado en un crescendo sorprendente, su dirección buscó siempre la verdad de cada momento antes que el efecto fácil y resultón. Ello quedó de manifiesto especialmente en los recitativos acompañados y en los ariosos, como en “For behold” o “All they that see”, con atención minuciosa a las inflexiones de las cuerdas, a los acentos y los ataques, buscando siempre el sentido dramático del fraseo. Y en cuanto a su dirección coral, fue una auténtica maravilla disfrutar de esa claridad y transparencia en la conducción de las voces en los números más contrapuntísticos, así como de la contundencia sonora de los coros más solemnes, como “Surely” o el famoso “Hallelujah”. Claro que tener a sus órdenes a un coro como éste es ya una baza a su favor, porque asombra su empaste y sus gamas de colores, su capacidad de matización, sin forzar nunca la emisión, siguiéndose las voces las unas a las otras en un suave fluir en equilibrio con la orquesta, igualmente empastada y no menos flexible. Espectaculares las dos trompetas, por cierto.
Excelente también el cuarteto solista: Cachet, con su voz cristalina pero con cuerpo y capaz de revestirse de matices angelicales (“How beautiful”); la densidad de los graves y la suavidad en el legato de Amereau (“He was despised”); el lirismo de Adam (bellos reguladores en “Comfort ye”) y la resonancia de Donato, suelto igualmente en las complejas coloraturas de momentos como “Why do the nations”.
Andrés Moreno Mengíbar
(foto: Lolo Vasco)