SEVILLA / Estirando músculos
Sevilla. Sala Turina. 12-X-2020. Guillermo Peñalver, traverso. Gabriel Díaz, contratenor. Orquesta Barroca de Sevilla. Concertino y director: Hiro Kurosaki. Obras de Vivaldi y Haendel.
Siete meses después de su último concierto, en esta misma sala, la Orquesta Barroca de Sevilla retomaba su temporada de conciertos, no sin cierto sobresalto de última hora al cancelar por enfermedad Xavier Sabata y localizar urgentemente a Gabriel Díaz como su sustituto. Fue un feliz encuentro, dado que la OBS arrastra tras de sí a una importante y activa masa social que, como la afición bética, está con su orquesta a la buenas y a las malas sin condiciones.
Hay que reconocer que el parón se notó desde el principio, porque faltaba ese sonido contundente, denso y cerrado que caracteriza a la OBS, así como sus milimétricas respuestas a las inflexiones dinámicas. Se apreció cierto nivel de descontrol, a pesar de los buenos oficios de un violinista tan excepcional como Hiro Kurosaki: ataques no siempre al unísono, disparidad de articulaciones. Con todo, hubo momentos brillantes, especialmente en el acompañamiento orquestal de All’ampo dell’armi, con rápidas figuraciones en las cuerdas bien cohesionadas. Kurosaki pudo ofrecer una muestra de su arte a nivel solista en uno de los Concerti grossi del Op. 3 de Haendel, junto a un Guillermo Peñalver excepcional por su matizado sonido, la limpieza del mismo y su fraseo, que consigue un máximo de cantabile sin recurrir al pleno legato. A máxima altura estuvo su participación como obligado en esa joya que es Sol da te, mio dolce amore, que sonó como propina.
El contratenor sevillano Gabriel Díaz mostró un centro y un agudo de gran belleza, muy vellutato, sin asperezas ni sonidos metálicos ni ataques ácidos, sabiendo subir y enlazar las frases con gran elegancia merced a un amplio fiato. Controla bien las coloraturas y es comedido en la ornamentación. Su capacidad para regular y matizar la expresión hizo excepcional su versión de la escena dramática Ah! stigie larve de Orlando, con multitud de cambios de ánimo perfectamente traducidos a la voz. Donde tuvo más problemas fue en el registro grave, especialmente demandante en la vivaldiana Gelido in ogni vena, que le obligó a descolocar la voz, recurrir a su registro baritonal originario y, con ello, cambiar abruptamente de color. Fue, con todo, un feliz ejercicio de estiramiento musical que esperemos pronto nos devuelva a la OBS de siempre.
Andrés Moreno Mengíbar
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