SEVILLA / Encantadora ‘Alcina’
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Sevilla. Teatro de la Maestranza. 6-II-24. Jone Martínez, Maite Beaumont, Daniela Mack, Lucía Martín-Cartón, Ruth González, Juan Sancho, Riccardo Novaro, Inma Alcántara. Orquesta Barroca de Sevilla. Dirección de escena: Lotte de Beer. Dirección musical: Andrea Marcon. Producción de la Deutsche Oper am Rhein Düsseldorf Duisburg. Haendel: Alcina.
Ante la demanda de óperas donde la magia tuviera un indiscutible protagonismo, el Orlando furioso de Ludovico Ariosto se convirtió en una fuente inagotable. Una vez más Haendel se sirvió de un texto, basado en los cantos VI y VII, del Furioso para la composición de una de sus más bellas óperas, Alcina, en la que se cuentan los amores entre esa seductora maga y el caballero Ruggiero; amores que se mezclan y enredan con los de Oronte y Morgana, enamorada a su vez del travestido Ricciardo, que no es sino la fiel Bradamante que va a la reconquista de su amado, el seducido Ruggiero. La magia en sendos cantos del poema es de una desmesurada imaginación. La isla donde reina Alcina tiene todas las características del tópico del locus amoenus, el lugar de las delicias sensoriales, pero a su vez y como contraposición es prisión de las víctimas amorosas de la frustrada hechicera.
Esa carga dramática de los cantos era muy difícil de transportar a un libreto convencional y el resultado no fue satisfactorio. La versión de Fanzaglia se basaba en un texto de Riccardo Broschi, hermano de Farinelli, con arreglos de Antonio Marchi, escritores muy por debajo del genio de Ferrara. Así, por ejemplo, cuando la maga Melissa (transformada en el libreto en el irrelevante Melisso) le da el anillo mágico a Ruggiero para desencantarlo de los hechizos de Alcina, dice el poeta que “en lugar de la hermosa dama, encontró a una mujer tan deforme, que en toda la tierra no existía otra más decrépita ni más espantosa, con escasos y encanecidos cabellos, de mínima estatura y sin diente alguno”. Frente a esa humillante descripción, el libreto sólo señala que “la sala se convierte en un lugar horrible y desierto”, pero nada dice de la degradante fealdad de Alcina. Y si a esto añadimos que, en la puesta en escena de Lotte de Beer, Alcina se desdobla en algún momento en una respetable viejecita, la magia que apenas había tenido presencia desaparece por completo del espectáculo, reducido a una comedia o tragedia de enredo, según se mire, en la que al parecer lo que le interesa a la regista es interpretar a su modo -como establecer un paralelismo entre Alcina y Hamlet (?)- la psicología de los personajes.
A pesar de todo, hubo “encanto” en esta representación de Alcina, y no por hechizo o encantamiento, sino por el conjunto de cualidades que hacían que el espectáculo resultara atractivo y agradable. En primer lugar, por la encantadora Jone Martínez, una voz limpia, cristalina, de una musicalidad extrema; su aria de entrada Di, cor mio y la del cierre aquí de la primera parte Ah! Mio cor!, maravillosamente acompañadas por la orquesta, manifestaban la excelencia de esta joven cantante, consumada actriz por otra parte.
La secundaban otros talentos como Maite Beaumont, un Ruggiero de una ductilidad asombrosa durante toda la noche, y así lo demostró en Verdi prati; Lucía Martín-Cartón bordó como la pizpireta Morgana su Tornami a vagheggiar!; y Daniela Mack con sus coloraturas aterciopeladas consiguió toda credibilidad para su papel como Bradamante; tampoco se puede olvidar en este buen elenco al Oronte del sevillano Juan Sancho, de clara dicción y brillante timbre, aunque algo sobreactuado; y finalmente el delicado canto de Ruth González, como el niño Oberto, y la sobriedad de Riccardo Novaro como Melisso. Un conjunto vocal encantador, aunque a algunos les hubiera gustado una potencia mayor. Pero tal fue el intimismo creado por la OBS de la mano del veterano Andrea Marcon, que no lo he creído necesario.
La escenografía tuvo un momento deslumbrante en el inicio con ese mural florido que traslucía la isla del placer, plasmada en una playa caribeña, o algo así, de los años cincuenta, con un atractivo vestuario y una iluminación minimalista muy apropiada. Esta vistosidad se vio oscurecida en la segunda parte como metáfora de la pérdida del poder de seducción de la maga. Hubo algunos cortes en la partitura, como los coros y el ballet, tan innecesarios para el hilo argumental como su inclusión.
Una Alcina que por sus muchas cualidades fue una versión encantadora, gracias principalmente a la labor de esa joya que es la Orquesta Barroca de Sevilla.
Jacobo Cortines