SEVILLA / ‘Carmen’: regreso en falso

Sevilla. Teatro de la Maestranza. 29/30-V y 1/2/3/4/5-VI-2021. Bizet: Carmen. Ketevan Kemoklidze / Sandra Ferrández (Carmen), Sébastien Guèze / Antonio Corianò (Don José), María Jose Moreno / Raquel Lojendio (Micaela), Simón Orfila / Jean-Kristof Bouton (Escamillo), Felipe Bou (Zúñiga), César Méndez (Morales), Manel Esteve (Dancairo), Moisés Marín (Remendado), Laura Brasò (Frasquita), Anna Gomá (Mercedes). Coro de la A. A. Teatro Maestranza. Escolanía de los Palacios. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Directora musical: Anu Tali. Director de escena: Calixto Bieito.
Parece mentira, pero Carmen, la ópera que más se asocia con Sevilla a nivel mundial, ha tardado casi treinta años en ser representada en la ciudad del Guadalquivir tras aquellas representaciones de abril de 1992 que abrieron la programación lírica de la Exposición Universal. Desde los proyectos de Pedro Halffter de hacer una gran producción propia hasta el también abortado engendro de aquella Camen on original sites, sólo se han escuchado arreglos, selecciones y demás, pero nunca la ópera completa, algo poco defendible en una ciudad que pretende venderse al exterior como “Ciudad de Ópera”. Por ello, el Teatro de la Maestranza debería haberse esmerado un poco más en presentar unos repartos algo más sólidos que asegurasen un regreso triunfal de la cigarrera a su tierra, en un teatro situado justo a mitad de camino entre la Fábrica de Tabacos y la Real Maestranza y con una estatua de Carmen en la acera de enfrente.
Habiendo Cármenes de contrastada calidad y de referencia internacional en España no me acabo de explicar la opción para el primer reparto de la georgiana Ketevan Kemoklidze. No por cantar muchas Cármenes se adquiere la solvencia necesaria para revestir vocalmente un personaje tan complejo. Además de faltarle cuerpo a la voz y contundencia en los graves (lo que quedó claro en el aria de las cartas), su principal problema fue su limitada capacidad para utilizar la voz como instrumento de seducción mediante un fraseo lleno de intenciones, de sugerencias, de inflexiones. Carmen debe seducir por la voz más que por la acción corporal y en este apartado, desde la habanera hasta el final, Kemoklidze distó mucho de llegar al nivel necesario.
En el segundo reparto debutaba en este personaje Sandra Ferrández, otro caso de voz insuficiente por su limitado volumen y su falta de contundencia en el registro grave, por no hablar de su superficial encarnación dramática por medio de un fraseo poco medido.
Por debajo, incluso, en materia vocal estuvieron los dos Don José. La técnica vocal de Sébastien Guèze es pedestre, emite a impulsos de golpes de glotis, frasea a patadas, el sonido sale de la gola y se proyecta con dificultad más allá del forte en el que tiende a cantar cada vez que puede, con lo que pasajes tan delicados como el aria de la flor quedaron muy por debajo de lo mínimamente deseable. Llegó a la escena final tan justo de fuerzas que se temió lo peor. Alternando con él, Antonio Corianò apenas si fue una sombra de lo que debe ser vocalmente este personaje, ya que su voz es débil, mal emitida, escasamente proyectada, de afinación oscilante y absolutamente carente de matices.
Simón Orfila como Escamillo dio la talla en su famosa canción de salida, donde pudo desplegar su poderosa (aunque tremolante) voz y su fraseo enérgico (quizá en exceso), pero en el último acto, cuando se pide un canto más recogido, la voz ya no corría con la misma fluidez. Jean-Kristof Bouton, con la mitad de voz que Orfila y sin la contundencia precisa en la franja grave, fue una pálida sombra.
La vencedora, con diferencia, fue la Micaela de María José Moreno, con esa voz límpida, brillante, de perfecta proyección y su fraseo delicado y lleno de dulzura. En el segundo cast Raquel Lojendio dio también cumplida cuenta de su parte, con fraseo delicado, buenos reguladores y el timbre apropiado. Afortunadamente, el grupo de secundarios presentó un excelente nivel, con especial mención a Bou, Esteve, Marín, Brasò y Gomá.
El coro tuvo que luchar contra los estragos de la Covid, que obligaron a reducir a la mitad los efectivos inicialmente dispuestos y que mermaron, por ello, sus prestaciones; algo que fue palmario sobre todo en la pelea de las cigarreras. Hubiera sido un detalle por parte del teatro, que tanto debe a este coro no profesional, que, al igual que se hace con los cantantes cuando tienen alguna molestia, se anunciase por la megafonía de las circunstancias en las que salía el corto a cantar. Con todo, sus prestaciones no se resintieron en cuestión de calidad, aunque sí en presencia sonora (sólo siete sopranos, por ejemplo). Para la función del día 3 ya pudieron incorporarse buena parte de las voces, con lo que las escenas corales ganaron en presencia y contundencia. Sensacional cantando y actuando la Escolanía de los Palacios, a pesar de los pocos ensayos y gracias a la dirección de su directora Aurora Galán.
El otro punto negro de estas funciones fue la batuta de Anu Tali. A la estonia se le escaparon todas las sutilezas de la partitura y se instaló en una dirección monótona y plana, sin apenas ningún matiz de intensidad y sin darle al foso el protagonismo dramático que debe tener a todo lo largo de la ópera. Tan sólo cabe recordar el preludio del segundo acto y el dúo Micaela-Don José, porque lo demás, desde un desastroso preludio del primer acto hasta la muerte de Carmen, careció de interés. Hubo varios momentos de desajuste entre el foso y la escena.
La producción era la ya clásica de Calixto Bieito. Dos décadas han pasado ya desde su nacimiento y el tiempo ha ido limando buena parte del discurso transgresor original. Bueno, el tiempo y el propio Bieito, que ha eliminado señas de identidad tan personales como la irreverencia hacia la bandera española, algo que en estos días de inflación de la exhibición de los símbolos patrios sería más necesario que nunca recuperar. Pero la propuesta, a pesar de los inmisericordes cortes operados en las partes habladas, conserva su fuerza dramática y su sabiduría teatral, despojando a la ópera de la hojarasca pintoresquistas y dejando intacta la nuez del drama, su dimensión pasional y violenta.
Andrés Moreno Mengíbar
(Foto: Guillermo Mendo)