Sentido adiós a Lorenzo Palomo
En 1973, Lorenzo Martínez Palomo –entonces aún no había prescindido de “Martínez” en los carteles– fue nombrado director titular de la Orquesta Municipal de Valencia y, con ese motivo, ejerciendo de valenciano, le hice una entrevista que publicó la revista Reseña en la que yo colaboraba por entonces. Lorenzo se había formado como director en Nueva York, con Boris Goldovsky, disfrutando de una beca de la Fundación Juan March, después de haber estudiado en el Conservatorio de Córdoba y en el Conservatorio Superior de Música de Barcelona, donde aprendió mucho –según decía y repetía– del maestro Joaquín Zamacois. Desde Nueva York emprendió una carrera viajera que le llevó a establecer contacto profesional con Manila, de cuya Orquesta era director invitado principal cuando le nombraron titular en Valencia, y siguió siéndolo un tiempo. Aquella entrevista fue el inicio de una amistad que ha durado hasta que, tras dos o tres años de lenta y cruel enfermedad, Lorenzo Palomo descansó definitivamente en la madrugada del día 13 de abril.
Tardó mucho en hacerse notar como compositor y, más aún, en integrarse en el ambiente concertístico español. Había nacido en Ciudad Real en 1938 y, de muy niño, se trasladó con su familia a Pozoblanco y, poco más tarde, a Córdoba, ciudad que lo prohijó y que le ha demostrado afecto en los últimos años. Llevaba seis años establecido en Berlín como miembro estable de la Deutsche Oper –su centro de trabajo entre 1981 y 2004– y tenía casi cincuenta años cuando asistió al primer estreno de una obra propia: el ciclo de canciones Del atardecer al alba. Para ser un debut, el cartel no estaba mal… Intérpretes, Montserrat Caballé y Miguel Zanetti; lugar, el Carnegie Hall de Nueva York. ¿Y cómo? Por su actividad europea en el campo del canto y de la ópera, Palomo había coincidido en algún lugar con Montserrat Caballé y, venciendo la timidez, le mostró unas canciones que acababa de componer. A la célebre soprano le gustaron, y tanto que le anunció que iba a emprender una amplia gira de recitales por América y Europa y que iba a incluir sus canciones en el programa. El comienzo de aquella gira era precisamente en el Carnegie Hall neoyorkino, y allí se fue Lorenzo Palomo a recoger personalmente fortísimos aplausos que también recogió en otras capitales del mundo: seguir a Caballé le costó sus ahorros, pero la experiencia fue un trampolín fundamental para decidirse a dar el salto a la composición, que era su vocación oculta. “¿Por qué oculta?”, le pregunté en cierta ocasión, y no dudó en la respuesta: en sus años jóvenes y de primera madurez, se sentía tan alejado de la música que producían los maestros de la vanguardia europea –los Boulez, Stockhausen, Nono, Ligeti…, nuestros De Pablo o Halffter– que un mal entendido sentido del pudor le impedía manifestarse en la línea estética que consideraba como suya. Y como, por supuesto, descartaba cualquier vía que no fuera sincera, el resultado fue un largo silencio.
Pero a las canciones de 1987 siguió Una primavera andaluza (Berlín, 1992), ciclo en el que Palomo puso música a Juan Ramón Jiménez. Y, de ahí, a la música instrumental, otra vez apoyado en intérpretes del máximo nivel internacional que se interesaron por su música: en la Konzerthaus de Berlín fui testigo presencial del triunfo, ciertamente clamoroso, de los Nocturnos de Andalucía para guitarra y orquesta, obra que estrenaron Pepe Romero y el maestro Frühbeck de Burgos con la Orquesta de la Radio berlinesa en enero de 1996. Los inacabables aplausos llevaron a bisar dos de los Nocturnos, pese a que la duración de la obra (más de cuarenta minutos) hizo que la sesión se alargara más allá de lo normal. Frühbeck y Romero llevaron la obra de Palomo por todo el mundo y, a tal difusión, se sumaron luego Pablo Sáinz Villegas y otros guitarristas y directores. En 2021, el compositor dio una nueva vida a su partitura proponiendo una versión para piano y orquesta que estrenó Judith Jáuregui.
Decididamente, Lorenzo Palomo se sintió compositor y, siempre contando con intérpretes de altura, ha construido un catálogo amplio. Los Romero le encargaron y estrenaron el Concierto de Cienfuegos para cuatro guitarras y orquesta (Sevilla, 2001), López Cobos le encargó un nuevo encuentro con la poesía de Juan Ramón: los Cantos del alma (Barcelona, 2002). Por encargo de la Deutsche Oper de Berlín, Palomo compuso en 2006 su cantata escénica Dulcinea, con textos de Carlos Murciano, que constituyó otro clamoroso éxito en la Konzerthaus para los autores y los intérpretes: Ainhoa Arteta y Miguel Ángel Gómez Martínez. Otras grandes sopranos españolas se sumaron a la difusión de la música vocal de Palomo: Ofelia Sala y María Bayo estrenaron las versiones con arpa (2004) y con guitarra (2009), respectivamente, de Madrigal y 5 Canciones sefardíes. Antes (en 2001), en el Auditorio Manuel de Falla, Frühbeck, María Bayo y Vicente Coves habían estrenado la Sinfonía a Granada. En 2015, la Orquesta de Córdoba, con Lorenzo Ramos, estrenó la Sinfonía Córdoba. Palomo volvió a la música concertante de la mano de Frühbeck de Burgos en el Palau de Valencia, en 2011, con el estreno de Fulgores, para violín, guitarra y orquesta: Alex da Costa y Pablo Sáinz fueron los solistas, como lo serían Ana Valderrama y Rafael Aguirre cuando la obra se presentó en Valladolid en 2016 con dirección de López Cobos, quien fue, hasta fechas muy próximas a su muerte, generoso intérprete en grabaciones discográficas de la producción orquestal de nuestro compositor. Ese mismo año, en la Escuela de Canto de Madrid se presentó, en versión de canto y piano, Aldonza y Alonso, una pequeña cantata con libreto de Murciano que el compositor soñaba con orquestar y que actuara como Prólogo de su Dulcinea en una hipotética producción escénica que no ha podido ver realizada. En fin, bastantes otras composiciones vocales cuya cita no cabe han sido estrenadas por Ainhoa Arteta o María José Montiel.
Lorenzo Palomo se ha ido con la satisfacción del trabajo hecho y con enorme gratitud hacia su Brigitte, hacia sus intérpretes y hacia sus amigos. Descanse en paz.
José Luis García del Busto