SANTILLANA DEL MAR / ‘El arte de la fuga’ y las campanas de la colegiata
Santillana del Mar. Colegiata de Santa Juliana. 26-VIII-2024. Festival Internacional de Santander. Kenneth Weiss, clave. Bach: El arte de la fuga.
Decía Galdós que “al entrar en Santillana parece que se sale del mundo”. Todavía hoy sus casonas y palacios de fachadas blasonadas sobreviven al paso del tiempo pese a las mareas de turistas que llenan sus empedradas calles medievales, todavía es posible admirar el entorno natural que la enmarca, pero hay que acudir a la colegiata románica de Santa Juliana para sentir los ecos del silencio que asombró al gran novelista, “un silencio como el del sepulcro, o mejor, como el del campo”. Fue en su claustro donde el Festival de Santander ofreció sus primeras veladas fuera de la capital en agosto de 1956 con dos conciertos del Cuarteto Vegh y un recital de Nicanor Zabaleta que se convertirían en la semilla de los futuros Marcos Históricos.
Así que las noches musicales en Santillana adquieren un sentido singular y único, más profundo de lo habitual. No se ofrecen en el claustro desde hace años, pero su iglesia es también espléndida y guarda el secreto de su retablo mayor, con tablas y esculturas hispano-flamencas. Incluso una obra de naturaleza abstracta como El arte de la fuga de Bach, que puede ser entendida desde distintas perspectivas, parecía ahondar en una cierta espiritualidad. Quizás no fuera casual. En plena pandemia, Kenneth Weiss acudía cada día a ella como un acto de devoción “en busca de consuelo, de inspiración y de sentido en un mundo lleno de incertidumbres”. Después de aquel encuentro vio la luz una grabación realizada en el Centro Cultural de Belém, en Lisboa, con un clave de Pascal Taskin de 1782 recién restaurado y conservado en el Museo Nacional da Música de la capital portuguesa.
En Santillana tocó un instrumento de Titus Crijnen de sonido no tan contundente, aunque dulce y matizado. Y lo hizo con plena confianza en sus posibilidades, con la sabiduría acumulada en el curso de la vida, consciente del gran desafío al que se enfrenta todo clavecinista al abordar la escritura contrapuntística de Bach: “mientras que un pianista o un violinista pueden simplemente tocar el tema de una determinada voz más fuerte para destacarlo, el clave, incapaz de hacerlo, se sirve de la articulación, el toque, el tempo y la variación rítmica para crear profundidad dimensional”. El resultado fue una interpretación soberana en la que todo se revelaba, cada pieza constituía un pequeño relato y cada detalle era significativo. Sobrio y severo en las primeras fugas, fue abriéndose en ductilidad a medida que la obra avanzaba y se volvía más compleja. En particular, en los cánones a dos voces (intercalados entre los Contrapunctus, exactamente igual que en la grabación) afloraba el Weiss más variado y colorista, como si quisiese mostrar al público que El arte de la fuga necesita también sus momentos de respiro y tomar un poco de aire.
Afinando más la mirada, podría destacarse el vuelo poético conferido al Contrapunctus V frente a la contundencia exhibida en el VI, el vivo tempo dado al VIII (ligereza y densidad extrañamente unidas) o el sutil diálogo que en el Canon alla decima establecieron las voces entre ellas y, fortuitamente, con las campanas de la colegiata dando las once de la noche. Un momento especial. Tras el laberíntico juego de las fugas en espejo, la última fue abordada con cierta solemnidad, precedido el sujeto sobre las letras de su propio nombre de un levísimo silencio y abruptamente concluida en el punto en el que se ha hecho creer, con tintes de leyenda, que la muerte detuvo al compositor. La música había obrado su conjuro y, en un sentido muy distinto al de Galdós, también esta vez en Santillana se sentía uno fuera del mundo.
Asier Vallejo Ugarte
(foto: Pedro Puente Hoyos)