SANTIAGO DE COMPOSTELA / Joan Enric Lluna, la JONDE y el Trío Arbós comparten los roles de alumno y maestro
Santiago de Compostela. Auditorio de Galicia. 8-VI-2024. Joan Enric Lluna, clarinete. Trío Arbós. Joven Orquesta Nacional de España. Obras de Hosokawa, Arenas, Sciarrino y Grisey.
El cuarto concierto de la Joven Orquesta Nacional de España en las Xornadas de Música Contemporánea de Santiago de Compostela se volvió a enmarcar en su ciclo de música de cámara y nos dejó, una vez más, un nivel artístico realmente notable, fruto del trabajo de estos jóvenes intérpretes a lo largo de una semana con algunos de los músicos españoles más destacados en este repertorio, como Joan Enric Lluna y el Trió Arbós, que compartieron escenario con la JONDE en este cuarto concierto de las Xornadas.
En el caso del Trío Arbós, su presencia era más que pertinente en la primera obra del programa, el Trío (2013) de Toshio Hosokawa, pues ellos mismos estrenaron esta partitura para violín, violonchelo y piano el 22 de septiembre de 2013 en Estrasburgo; de ahí, el aquilatado conocimiento que de la estética del compositor nipón han transmitido a Víctor Coll, David Rodríguez y Alberto Villaescusa, trío que, en palabras de Juan Carlos Garvayo, ofreció una versión «magistral», volviendo a demostrar el enorme talento que habían destilado, dos días antes, en el estreno mundial de los Tres daguerrotipos (2024) de Alberto Carretero.
Quizás, también, algo del espíritu y de las lecciones que el propio Hosokawa impartió en 2014 en la misma Sala Mozart donde se escuchó este concierto haya quedado en el aire, en una visita a Santiago de Compostela en la que Toshio Hosokawa había sido el gran protagonista del festival de encuentro entre culturas son[UT]opías, un proyecto, como el de la JONDE, igualmente artístico y educativo, en algunos de cuyos paneles pudimos ver entonces a jóvenes compositoras que, como Helga Arias, en 2024 han formado parte de la programación de unas Xornadas que así dan paso a nuevas generaciones, haciendo girar el tiempo en espiral.
Precisamente, sobre tiempo, silencio, música y caligrafía nos había hablado en 2014 Toshio Hosokawa con su habitual sabiduría y profundidad, recalcando la importancia que esa escritura del sonido tiene para dar forma a sus partituras. Es algo que Víctor Coll tomó al pie de la letra desde su primera entrada de violín sul tasto, tan bien matizada en pianissimo desde ese lienzo de silencio sobre el cual (como en el papel de arroz en la caligrafía nipona) Coll va pasando sucesivamente el pincel a violonchelo y piano, en otra forma de circularidad que ha girado a modo de trío, gracias a los personalizados realces dinámicos de cada músico: continuo de primeras voces que impulsa y diversifica ese movimiento circular que convoca nuevos ecos orientales.
En busca de ese silencio genésico y primordial que los japoneses denominan Ma, el trío va aplicando toda una serie de regueros de tinta musical entre los que encontramos técnicas propias de la avantgarde europea, como el glissando de armónicos, el col legno saltando o la sobrepresión; todo ello, con un gran sentido ceremonial que conecta a este trío con un ritual chamánico que tanto interesa a Hosokawa en los últimos tiempos, aquí representando al hombre (violonchelo) y a la mujer (violín), en un dúo cuyas voces evocan la ondulante línea del shōmyō: canto que se conecta con un piano que en este Trío representa al cosmos y a la naturaleza. Es por ello que, según Hosokawa, violín y piano establecen una relación como la del Yin y el Yang, vínculo de reminiscencias taoístas que pretende respirar armonía desde cada personalidad idiosincrásica, complementándolas. La delicadísima versión de Víctor Coll, David Rodríguez y Alberto Villaescusa ha incidido en todo ello, convocando ecos musicales que han ido de Johannes Brahms y Arnold Schoenberg a Tōru Takemitsu, hasta alcanzar el silencio en el progresivo acallamiento del piano en un serenísimo pedal.
La segunda obra del concierto nos dejó un nuevo estreno absoluto, el de El Aljibe (2024), sexteto para piano, violín, violonchelo, clarinete, flauta y percusión de la compositora onubense María José Arenas en el que los tres músicos del Trío Arbós estuvieron involucrados sobre el escenario: Ferdinando Trematore y José Miguel Gómez, como parte del sexteto; Juan Carlos Garvayo, dirigiendo.
No lo tenía fácil para destacar, María José Arenas, con semejantes compañeros de programa, entre los que se encuentran algunas de las voces con mayor personalidad artística de la música contemporánea. Así, a El Aljibe le faltó (tirando de etimología) profundidad y pureza en sus fluidos musicales, un tanto revenidos desde el pastiche, por lo que el sexteto acaba quedando en una masa de superficies y superficialidades, a modo de reflejos que no cogen ni peso ni una forma global consistente (cuando no abunda en destellos kitsch, como los desplegados en cortina y campanas: parte de unos efectismos realmente horrísonos en la percusión). Es por ello que la aparición de algunos clichés del repertorio contemporáneo, como las exhalaciones de aire sin tono de clarinetista y flautista, suenan hasta impostadas, dentro de una partitura cuyo pensamiento es demasiado tradicional como para que dichos efectos adquieran un sentido mínimamente actual y una consistencia artística a destacar.
Análogas sonoridades de aire sin tono despliega por doquier Salvatore Sciarrino en su catálogo, pero en ellas sí reconocemos a un maestro de la forma y un lenguaje completamente personal: ése que tuvo uno de sus momentos álgidos en los años ochenta del pasado siglo, década en la que el palermitano compuso Il silenzio degli oracoli (1989), quinteto de vientos que escuchamos a los músicos de la JONDE liderados en esta ocasión por Joan Enric Lluna desde el clarinete.
El trabajo de la JONDE ha sido nuevamente soberbio en Il silenzio degli oracoli; además de totalmente complementario entre las distintas voces del quinteto, cada una de ellas con un realce propio y una función dramatúrgica individualizada, dentro de las sólidas relaciones que Sciarrino hilvana en este tejido contrapuntístico entre el ruido y una armonía llevada a los extremos de la disolución: herencia de la rica alfaguara de una polifonía italiana de la que Sciarrino es su más luminosa manifestación actual, completando un arco que lo enraíza en Gesualdo, Frescobaldi y Monteverdi.
Así, Marina Manterola nos ha vuelto a demostrar sus enormes dotes como flautista, que ya habíamos conocido en una partitura de tan escasa enjundia como Nenias II (2018), de Teresa Catalán, en la que Manterola tenía un papel primordial. Tanto en el frullato como en el aire sin tono, Manterola muestra ecos bien asimilados de esa fértil genealogía sciarriniana de los Roberto Fabbriciani, Mario Caroli y Matteo Cesari en un instrumento tan importante para Sciarrino como la flauta. Joan Enric Lluna, por su parte, incorpora ese deje vocal cuasi fantasmal de los instrumentos sciarrinianos; mientras que Esteban García convierte su fagot en una síntesis de elementos percusivos y texturas de reminiscencias electrónicas. Junto con oboe y trompa, todos ellos conforman una suerte de cortejo de presencias y voces en la distancia, cual traídas por el viento del tiempo, algo que se refuerza en un final de Il silenzio degli oracoli que ha vuelto a tener (muy pertinentemente) algo de parlamento arcaico, de presencia helénica entre esas ruinas que tan bien conoce Salvatore Sciarrino en su Sicilia natal.
Cerró el concierto Talea (1985-86), fulgurante quinteto para flauta, clarinete, violín, violonchelo y piano de Gérard Grisey que uno escuchaba en Galicia por cuarta vez, si bien era la primera que lo hacía sin director frente al ensemble, pues tal función fue asumida por Juan Carlos Garvayo y Ferdinando Trematore, lo cual tiene mérito, pues las estructuras métricas que construye aquí Grisey son endiabladas; de ahí, esa serie de cortes que quiebran la partitura, en línea con el sentido etimológico de Talea en latín.
Respetando escrupulosamente los dos elementos que Grisey pretendía destacar en esta partitura: la velocidad y el contraste, los músicos de la JONDE y el Trío Arbós nos dejaron una versión de muchísima altura, que fue creciendo progresivamente desde su más serena y dispersa exposición inicial hasta ganar una unificación y unos elementos homofónicos, en la segunda parte, de verdadero impacto; especialmente, en el piano de Juan Carlos Garvayo, con su arrollador martellato, y en el violín de un Ferdinando Trematore que volvió a dar otra lección, mostrando la importancia de lanzar el sonido desde el gesto, canalizando Trematore la energía desde su cuerpo al instrumento.
Pero no sólo hablamos en esta versión de fuerza, gesto e impacto, sino, también, de una muy medida respiración de las resonancias, aspecto en el que hay que destacar a Juan Carlos Garvayo, cuyos ataques más masivos ha ido apagando sin que la reverberación se llegase a extinguir, oscilando en busca de ese frágil punto desde el que emerge cada nueva oleada de energía y materia en Talea. De este modo, aunque no estemos ante el trabajo más paradigmáticamente espectral de Grisey, Garvayo sí nos deja paladear esas resonancias en parciales y armónicos que sugieren un espectralismo evolucionado: marca de la casa de este último Grisey. El viento tiene, asimismo, una gran importancia en la expansión de dichos espectros, así como en su enlace con las cuerdas, habiendo estado nuevamente soberbia en las flautas Marina Manterola y María González en unos clarinetes en los que ha destacado con personalidad propia en estas Xornadas.
Con el violín de Ferdinando Trematore despegando cual centella desde el abigarrado tutti final, concluyó una sobresaliente versión que hizo buenas las emocionadas palabras de agradecimiento dedicadas por Juan Carlos Garvayo a las Xornadas, a la JONDE y a unos jóvenes músicos (y estos días, colegas) a los que les dijo algo tan hermoso como que «vinimos a enseñar, y nos hemos ido aprendiendo».
Talea es una partitura de significación histórica en las Xornadas de Música Contemporánea, pues con ella finalizaba, en 1998, la primera etapa que vinculó a las Xornadas con el CGAC: relación que concluyó con una defenestración de su Taller Musical de catastróficas repercusiones para la música contemporánea en una Galicia que doce años tardaría en recuperar un ensemble equiparable, con la fundación de Vertixe Sonora en 2010. En una costumbre que ya parece tan cíclica como endémica, en 2018 Vertixe volvió a ser defenestrado del CGAC, siendo sustituido por el Ensemble Liberdade (!): la aportación del CGAC a estas Xornadas del año 2024, en toda una demostración de que la historia, más que progreso, a veces es despeñadero.
Paco Yáñez
(Fotos: JONDE – Manu Vidal)