SANTIAGO DE COMPOSTELA / Entropías y ecos estilísticos en tres siglos de música española
Santiago de Compostela. Auditorio de Galicia. 22-II-2024. Judith Jáuregui, piano. Real Filharmonía de Galicia. Director: Sebastian Zinca. Obras de Badalo, Falla y Arriaga.
Cuando el pasado mes de junio se anunció la actual temporada de abono de la Real Filharmonía de Galicia, la fecha del 22 de febrero aparecía señalada como aquélla en la que su nuevo director asistente se pondría, por primera vez, al frente de la orquesta para asumir un programa completo estrenando dicha posición.
Debido a una lesión ocular (felizmente, superada) del titular de la RFG, Baldur Brönnimann, el nuevo director asistente de la Real Filharmonía, Sebastian Zinca, ha tenido que asumir ya varios conciertos antes del que, a priori, iba a ser su debut: el programa del que hoy les damos cuenta, en el que el director estadounidense nos ha conducido en una travesía a través de los tres últimos siglos de música española.
Así, desde el presente (tanto cronológico como estilístico) hemos partido en este viaje hacia atrás en el tiempo, pues apenas siete años cuenta la obra que abría el concierto, Entropía (2017), partitura orquestal de una de las compositoras españolas más activas e interesantes de su generación, la pacense Inés Badalo.
Entropía es una pieza que me ha recordado —en la distancia— a una obra que, hace ya seis décadas, reflexionó igualmente sobre los procesos entrópicos y cómo éstos crean la ilusión de patrones y estructuras ordenadas a lo largo de su recorrido; muchas veces, fruto de la aleatoriedad (aleatoriedad que también contempla Inés Badalo en ciertos pasajes de Entropía). Me refiero al Poème Symphonique pour 100 Métronomes (1962) de György Ligeti, una obra, como la partitura de Inés Badalo, repleta de micropulsos, ritmos superpuestos y señales que proliferan por doquier.
Dada la atomización que vivimos hoy en día a nivel social, con la sustitución del concepto de comunidad por el de grupo, propuestas artísticas que reflexionen sobre la entropía en nuestras colectividades siempre son interesantes, mostrándose Inés Badalo certera al trabajar dicha entropía, como Ligeti, a través del pulso rítmico y los mecanismos; pero, también, y de forma muy pertinente, a través de timbres y texturas que de algún modo remedan, orquestalmente, esas imágenes que en el siglo XXI dominan los espacios sociales, convirtiéndose en potentes discursos aglutinadores.
En Entropía nos encontramos con un conjunto de células rítmicas, breves motivos armónicos y texturas que recorren la orquesta, dando lugar a diferentes asociaciones por medio de un tratamiento no convencional de los instrumentos, activando toda una red, a su vez, de entropías musicales y afinidades (s)electivas, pues entre dichas técnicas extendidas descubriremos desde pizzicati entre el cordal y el puente, en las cuerdas, o palmeos a la embocadura de la trompeta típicos de Helmut Lachenmann; ataques de aire sin tono en las flautas propios de Salvatore Sciarrino; o el roce de copas de agua que ha utilizado, entre otros, George Crumb. A ello se suman técnicas que evocan el sonido de la guitarra, un instrumento del que la propia Badalo es intérprete, cuyos ecos desliza —en su forma más explícita— en los arpegios que efectúan los contrabajistas en paralelo a sus aguerridos glissandi ascendentes: poderosa unión de ecos de la música española de raíz con procedimientos de saturación armónica de raigambre xenakiana.
Tal proliferación de técnicas extendidas se pone, en todo caso, al servicio de una partitura de gran delicadeza y musicalidad, en la que se juega repetidamente con el caos y la posibilidad de que semejante cúmulo de texturas como transitan la orquesta (bien de forma libre y aleatoria, bien organizada), genere la ilusión de esas estructuras que, ante la maraña de texturas escuchada para evocar un desorden primigenio, podrían parecer hasta citas: intertextualidad que Inés Badalo nos ha confirmado que no existe en Entropía, aunque se trate de un recurso que la compositora extremeña haya utilizado en algunas de sus últimas partituras, como en la pianística Libro de arena (2021).
Con su interpretación de Entropía, la Real Filharmonía se ha convertido en la quinta orquesta que pone sobre sus atriles esta partitura. De las cuatro precedentes, dos se pueden escuchar en internet: la del estreno, a cargo de la Orquestra Gulbenkian de Lisboa, con Nuno Coelho en la dirección; y la de la WDR Sinfonieorchester Köln, con Michael Wendeberg sobre el podio. Son dos versiones muy diferentes, tanto en duración (12:10 minutos, la portuguesa; 10:20, la alemana) como en estilo (mucho más cristalina y refinada, en lo tímbrico, la dirigida por Wendeberg). Pues bien, con Sebastian Zinca la RFG ha empleado 10:25 minutos en su estreno en Galicia de Entropía, dejándonos una interpretación a camino entre las dos citadas, con el notable ímpetu rítmico que ya le conocemos al director de Miami, pero, asimismo, con su cuidado del timbre y de la escena global, buscando no sólo acumular técnicas extendidas, sino conferirles un fraseo y una forma que, como ya hemos señalado, llega a conformar ecos y resonancias de estructuras que creeremos preexistentes, y no sólo en las continuas cascadas de células armónicas que proliferan en Entropía, sino en algunas de sus muchas texturas rugosas y ruidistas: lo más mistérico y fascinante de la partitura.
En la plantilla de la RFG nos encontramos con instrumentistas que dominan a la perfección este lenguaje, como Bleuenn Le Friec, en el arpa (ya atacada en el clavijero con tarjetas, ya en cuerdas al aire), o Carlos Méndez, liderando con contundencia a los contrabajos; redondeando un conjunto que me ha parecido muy serio y sólido, resultando un placer escuchar a la orquesta en una estética que, desde el nombramiento de Baldur Brönnimann como titular, se estila cada vez más en los programas de la RFG (y más que esperamos que lo haga, si las propuestas son de la enjundia de este mapa de las entropías que desde su serenidad inicial, y atravesando toda una serie de fases de caos e ilusorio orden, va progresivamente volviendo a la calma en la que Entropía concluye, esfumándose en pianissimo en el violín del concertino James Dahlgren).
Un siglo, retrocederemos, para encontrarnos con una de las más bellas partituras españolas para piano y orquesta de todos los tiempos: las Noches en los jardines de España (1909-15) de Manuel de Falla. Era, ésta, la primera ocasión en que Sebastian Zinca se ponía al frente de la obra, mientras que su solista, Judith Jáuregui, lo ha hecho unas quince veces (según nos contó el propio Zinca en su charla previa al concierto). Ello nos podría hacer pensar que sería la pianista guipuzcoana quien lideraría la interpretación desde el teclado, si bien ha vuelto a ser el extrovertido director norteamericano el que, con el arrojo que lo caracteriza, ha llevado estas Noches hacia unos jardines más afrancesados que andaluces y, sin duda, plenos de carácter, énfasis y pulsión, aunque alejados de cualquier nacionalismo y ecos meridionales.
Se trata de un planteamiento que ha protagonizado un primer movimiento de gran ímpetu por parte de la RFG; incluso, tapando algo sus metales a la propia Jáuregui en su primera entrada: dicotomía entre solista y orquesta que, en algunos compases, también afectó al fraseo rítmico, mostrando dos personalidades muy distintas al frente de la obra, aunque ambas con elocuencia, energía y expresividad.
Fue en la Danza lejana donde Sebastian Zinca y Judith Jáuregui encontraron una respiración más compartida, con sus pinceladas impresionistas y un tempo más cohesionado, marcado por la sensibilidad en el teclado; mientras que en la conclusiva En los jardines de la Sierra de Córdoba Jáuregui dejó sus destellos más tímbricos y espontáneos, con un piano desenfadado que se ha sumado a la colorista dirección de Zinca, un director que, si bien novel y heterodoxo en estas Noches en los jardines de España, al menos las ha poblado de ecos del Ravel contemporáneo, quizás más que de Debussy, por el poderío orquestal y el carácter tímbrico que ha insuflado a la RFG.
Como encore, Judith Jáuregui nos ofreció la Danza española nº5 “Andaluza”, de Enrique Granados, en una versión ya más idiomática, libre y personal, como muestra su racial mano izquierda, remedando la guitarra, o un fraseo que tira a gusto de rubato y flexibilidad para otorgar duende y sensualidad a una “Andaluza” alejada de cualquier planteamiento rutinario, en la que Jáuregui no ha dejado de buscar matices e inflexiones en ritmo y color para vivificar una página en la que, aunque tantas veces escuchada (con la gran Alicia de Larrocha a la cabeza), siempre podemos descubrir, como demostró la muy aplaudida pianista vasca, algo nuevo con sustantiva calidad técnica y artística.
La segunda parte del concierto fue íntegramente dedicada a Juan Crisóstomo Arriaga, de quien este año conmemoramos el bicentenario que, aproximadamente, cumple su Sinfonía en Re, pues si bien la fecha exacta de su composición se desconoce, ésta se sitúa en torno a 1824. Obra, por tanto, de un autor cuya edad rondaría los 18 años, estamos ante una partitura que, por fervores patrios que nos asalten, lejos está de los grandes monumentos sinfónicos firmados entonces en Centroeuropa: ésos a los que Sebastian Zinca ha intentado asimilarla, poniendo más en perspectiva a Franz Schubert que al tópico Mozart del que tan a menudo se tira para parangonar a Arriaga.
En todo caso, no se ha eludido la sensación de haber escuchado una interpretación de trámite, sin mayor sustancia ni personalidad. Con un pulso rítmico bien reforzado desde cuerda y timbal en el Adagio. Allegro vivace, en el sucesivo Andante el tempo tan lento marcado por Sebastian Zinca ha hecho la lectura de la RFG algo pesada, con dejes cantábiles en cuerda y maderas de impronta schubertiana e innegable belleza, pero que nos ha recordado a la Real Filharmonía de otrora. La disposición antifonal utilizada por la RFG durante todo el concierto se revela muy adecuada en el Menuetto; especialmente, en un Trío ágil y bien articulado en cuerdas y maderas. Conocedor, ya, de los trucos al uso en este tipo de situaciones, Sebastian Zinca ha despachado la Sinfonía en Re con un Allegro con moto de mayor énfasis y poderío, bien puntuado desde el timbal por José Vicente Faus, así como fraseado con gusto y elegancia para dejar un buen sabor de boca, si bien reafirmando la impresión de que, en global, fue en la primera parte del concierto donde se coció lo más sustancial e interesante del mismo.
Paco Yáñez
(Fotos: Real Filharmonía de Galicia)