SANTIAGO DE COMPOSTELA / Conciencia operística contra la degradación medioambiental
Santiago de Compostela. Cidade da Cultura. 29-X-2023. Miguel Azguime y Jade Mandillo, recitadores. Andrea Conangla y Camila Mandillo, sopranos. André Henriques, barítono. Andre Bartetzki, electrónica en vivo y dirección tecnológica. Sond’Ar-te Electric Ensemble. Dirección musical: Pedro Neves. Dirección de escena: Paula Azguime. Miguel Azguime: A Laugh to Cry.
A lo largo de las últimas semanas, el compositor gallego Hachè Costa ha estado presente en los informativos de países como Japón, Turquía, Bulgaria o la propia España con motivo del estreno de Changing Vivaldi (2023), obra para violín y ensemble con la que actualiza Le quatro staggioni (c. 1720) en cuanto a timbre y duración de cada respectiva estación en el original barroco, para así ajustarlas al cambio climático que estamos padeciendo en el siglo XXI (aunque siempre habrá iluminados que lo pongan en duda), motivo por el cual el verano en Changing Vivaldi se expande y abrasa considerablemente más que en la partitura del prete rosso (o en las de Haydn y Piazzola), acercándose Hachè Costa a las reflexiones medioambientales ya expresadas por Salvatore Sciarrino en Le stagioni artificiali (2006).
A esa nómina de compositores preocupados por los estragos que la codicia humana provoca en la naturaleza (en la que se incluyen Peter Maxwell Davies, John Luther Adams, Toshio Hosokawa y muchos otros), se suma el lisboeta Miguel Azguime, autor de una de las óperas más explícitas al respecto: A Laugh to Cry (2013), pieza de «teatro metafísico» —como también la define Azguime— estrenada hace diez años en el Festival “Otoño de Varsovia”.
Con libreto en portugués, inglés y francés del propio Azguime, A Laugh to Cry no sólo reflexiona sobre la destrucción de la naturaleza, sino sobre otros males enquistados en la humanidad, como la guerra, la explotación, la pérdida de la memoria, la devastación cultural o ese desarrollismo progresivamente acelerado que nos está conduciendo al abismo. Estructurada en doce partes y dos intermezzi, A Laugh to Cry fue compuesta para dos recitadores, dos sopranos, barítono, septeto instrumental y un dispositivo electroacústico en tiempo real que multiplica voces e instrumentos a nuestro alrededor, espacializándolos de forma muy efectiva y dramatúrgica, pues hace que éstos se perciban por doquier de un modo invasivo, como sucede con los atentados contra la naturaleza en la propia realidad.
Utilizando dicho orgánico, y volviendo a poner sobre el escenario su poderoso aparato concientizador, A Laugh to Cry vivió su estreno en España el pasado 29 de octubre en Santiago de Compostela, dentro del festival Vertixe 11 y del ciclo Ópticas Contemporáneas de la Cidade da Cultura, en cuyo Museo Centro Gaiás los técnicos de Miso Studio tuvieron que bregar lo suyo para ajustar la propuesta operística de Miguel Azguime a un espacio tan inmenso y acústicamente complejo como el diseñado por Peter Eisenman (en absoluto concebido para poner en escena óperas, motivo por el cual nos preguntamos por qué no se montó A Laugh to Cry en el Auditorio Fontán de la propia Cidade da Cultura, un espacio que, a priori, parece más cómodo y adecuado).
Con tintes apocalípticos (aunque, también, dejando apuntes para la esperanza de un posible renacimiento de la humanidad), A Laugh to Cry me ha parecido uno de los trabajos operísticos más potentes de cuantos le conozco a Miguel Azguime, un compositor que en sus propuestas escénicas siempre abre una reflexión sobre el propio medio, preguntándose si nos encontramos ante teatro musical, acción poética, performance, teatro electroacústico u ópera en un sentido más tradicional. A Laugh to Cry apuesta por esta última denominación, refiriéndose Azguime a una «new op-era», posicionamiento que nos recuerda a la afirmación realizada en este mismo género por György Ligeti en los años setenta del pasado siglo, cuando calificó Le Grand Macabre (1974-77, rev. 1996) como una «anti-antiópera», contraponiéndose a la vanguardia más militante, que veía en dicho medio operístico un aparato burgués asociado al poder capitalista.
Pues bien, aunque A Laugh to Cry es, sin duda, un gran trabajo en el que se concentran muchas de las señas de identidad de Miguel Azguime en cuanto a paleta vocal, instrumental y electrónica, precisamente diría que es Le Grand Macabre la mayor influencia que gravita sobre la ópera del compositor lisboeta; hasta tal punto, que a veces llega a parecer un epígono que remeda la «anti-antiópera» del genio húngaro. Como en Le Grand Macabre, se produce una constante reflexión sobre la historia de la ópera, dando muchas vueltas de tuerca a tríos, arias y recitativos, así como a las relaciones prosódicas y contrapuntísticas entre cantantes y ensemble instrumental. Los guiños y los dejes humorísticos asociados al belcantismo abundan, también, por doquier, con dúos de sopranos cuyas melodías se entretejen y serpentean ascendentemente, cual las gráficas de (sub)desarrollo a las que alude el texto y que ellas parodian, por lo que la lógica programática está, en todo momento, sosteniendo y dando forma a un aparato musical en absoluto gratuito.
En otros momentos, como en La Mort —sexta parte de A Laugh to Cry—, es el vigésimo número del King Arthur (1691) de Henry Purcell, “What Power art thou”, el que parece revivir en la música de Azguime, al modo de una amenazante passacaglia sobre el ritmo en corcheas del original purcelliano. Esos diálogos con la historia, así como las referencias orgiásticas a lo sexual o un humor tan refinado como mordaz, refuerzan los vínculos con Le Grand Macabre, que se apuntalan por el magisterio compartido por Ligeti y Azguime en la escritura vocal e instrumental, realmente primorosa. La concatenación de polirritmos, así como la reivindicación de melodía y armonía (tan en línea con el Ligeti tardío), se suman a las influencias más directamente derivadas del Ligeti de los años setenta. De hecho, en algunos números se con-funden música y escenografía, que acaban teniendo la forma de un gran rollo de pianola, diluviando sobre los cantantes líneas y puntos que parecen extraídos de una página de Conlon Nancarrow, con sus correspondientes cascadas métricas, tan de los Études (1985-2001) ligetianos.
Otra impronta que se asoma a A Laugh to Cry es la del último Nono, por la concepción de una electrónica que filtra a los intérpretes y los espacializa, convirtiendo en topología dramatúrgica al propio patio de butacas, en el que los oyentes hemos disfrutado de un suono mobile que nos ha cautivado y perturbado por igual, debido a las lecturas antes explicitadas sobre la multiplicación de los males a los que Azguime nos remite en su «new op-era» (mensaje político, asimismo, tan inconfundiblemente noniano). La escritura microtonal, la presencia de los recitadores, los elementos armónicos más densificados y los abruptos contrastes interválicos en las sopranos, también nos pondrán en la estela de Luigi Nono: otro compositor, como Ligeti y Azguime, cuyas sabias reflexiones sobre la historia se hicieron música, ampliando las fronteras de la mejor tradición europea.
Todos estos elementos, a los que sumaría el rigor, la exigencia artística y el ejemplo ético de Emmanuel Nunes (otro autor crucial para entender la estética de Miguel Azguime) fueron desarrollados de forma ejemplar por un ensemble instrumental y unos cantantes que llegaban a Santiago de Compostela con A Laugh to Cry totalmente asimilada, dejándonos la grata impresión (no siempre habitual en la música contemporánea, tan dada a una única representación) de que cada miembro del elenco tenía plenamente interiorizado su rol, tanto técnica como estilísticamente. Además de un soberbio y muy teatral Miguel Azguime en los recitados, no puedo dejar de destacar a un dúo de sopranos verdaderamente deslumbrante, con unos agudos, una proyección y una limpidez en el canto dignas no sólo de esta ópera, sino de las más difíciles partituras ligetianas. Con continuos cambios entre el recitado, el sprechgesang y todo tipo de coloraturas extremas, Andrea Conangla y Camila Mandillo han dado una lección magistral de virtuosismo y canto; máxime, cuando las posibilidades de escuchar ópera contemporánea de calidad en Galicia son realmente escasas (en el horizonte cercano únicamente se asoma, de nuevo en Santiago de Compostela, La Passion de Simone (2006, rev. 2013), ópera de Kaija Saariaho que escucharemos en abril de 2024, dentro de la temporada de la Real Filharmonía).
Por ello, el público gallego (pues de diversas ciudades llegó para escuchar A Laugh to Cry) no dejó escapar esta rara ocasión, completando el aforo dispuesto por una Cidade da Cultura que sigue racaneando sus programas de música contemporánea, ofrecidos de forma muy escasa y desarticulada (frente a un continuo dispendio en actividades infantiles, gastronómicas, promocionales y de todo pelaje cooltural). Así que no se podrá poner la excusa ni el sambenito de la falta de interés, pues, habiendo llenado sala, el público salió con muy buenas sensaciones de una ópera cuya puesta en escena, a cargo de Paula Azguime, dejó nuevos ecos de Le Grand Macabre; en concreto, de su escenificación del año 2009 a cargo de La Fura del Baus, tan basada en lo fisiológico.
Tanto la escenificación como la electrónica, el elenco vocal y el instrumental, con el estupendo Sond’Ar-te Electric Ensemble (conjunto que tiene como director artístico al propio Migue Azguime), funcionaron como un reloj bajo la siempre atenta dirección musical de Pedro Neves, redondeando una velada operística de lo más interesante y repleta de ecos, así como de motivos para hacernos reflexionar. Si en 2013, cuando A Laugh to Cry se estrenó, ya eran muchas las señales de peligro a nuestro alrededor, hoy parece que son bastantes más, tras el verano más cálido en la historia de la humanidad.
Paco Yáñez
(Fotos: Manuel González)