SANTANDER / Nuevos mundos sobre la tierra con la Sinfónica del Estado de São Paulo
Santander. Palacio de Festivales. 18-VIII-2024. Festival Internacional de Santander. Orquesta Sinfónica del Estado de São Paulo. Director: Thierry Fischer. Obras de Villa-Lobos, Varèse y R. Strauss.
El Festival de Santander acogió la única parada española de la gira europea de la Sinfónica del Estado de São Paulo, una de las orquestas sudamericanas con más historia detrás. Se presentó con una formación enorme, muy reforzada (hasta 18 miembros de la Sinfónica de Castilla y León se unen a ella en la gira) para encarar un programa de fuerza extraordinaria que, transitando de la selva a la gran ciudad y de la gran ciudad a las cumbres, tuvo la opulencia sonora como eje principal.
Siendo una orquesta brasileña era inevitable la presencia de Villa-Lobos, quien desde muy temprano buscó enlazar la diversidad cultural de su tierra con los avances musicales que se daban en Europa. En Uirapuru (1917) logró una jugada magnífica, tan cercana a la música folclórica rural como al espíritu de los Ballets Russes que había conocido algunos años antes. Le leyenda del pájaro cantor que anida en la selva amazónica se empareja a primera vista con el pájaro ruso de Stravinsky, pero musicalmente la influencia de Debussy es aplastante, aquí y allá aparecían ecos del fauno, y entre virulentos oleajes Fischer mostraba giros luminosos, cálidos y sutiles que redondeaba con un sonido plegado hasta el extremo de la intimidad.
Amériques de Varèse llevó la velada a una nueva dimensión. Es casi contemporánea pero más urbana que la obra de Villa-Lobos, bulliciosa, industrial, desafiante, de ritmo maquinal, un “símbolo de los descubrimientos que se estaban produciendo: nuevos mundos sobre la tierra, en el cielo y las mentes de los hombre”, según sus palabras. Invocaba el rugido eterno de la gran ciudad, la impresión causada por los automóviles y los rascacielos por medio de una inmensa orquesta. Tenía razón Henry Miller al afirmar que Varèse era como la dinamita. Pocos como él estuvieron tan comprometidos con la ruptura con las tradiciones y los métodos del pasado, pocos experimentaron con tanta convicción (y tan poca coacción) con nuevos mundos tímbricos y sonoros.
Amériques nunca figurará en las estanterías de discos más clásicas, pero en la sala de conciertos su impacto es enorme, en buena medida por la potencia de su escritura: hasta quince percusionistas se contaban en el abarrotado escenario del Palacio de Festivales, encabezados por Elisabeth Del Grande y Ricardo Bologna como imponentes solistas de timbal, cómodos en sus papeles y perfectamente compenetrados. También los metales dominaban al tiempo que la cuerda construía el sonido desde el grave merced a la presencia de nueve contrabajos, aunque tan importante como el timbre eran el volumen, la densidad y las texturas, como si la música hubiese de derivar en materia sólida. Fischer y la orquesta venían de Valladolid con la pieza ensayada y obraron una versión apabullante para la vista y el oído.
Tras la pausa, la Sinfonía Alpina mostró el aire de familia que comparten todos los poemas tonales de Strauss, esa mirada reflexiva que opuso a la violenta experiencia de Salomé y Elektra, esta vez reviviendo el recuerdo de un paisaje alpino que dura toda la vida. En ella la centuria brasileña mostró algunas fisuras que humanizaban a sus músicos después de la salvaje mecánica de Varèse, pero ello no les impidió exhibir todo su poderío orquestal a poco que la ocasión lo mereciese, allí donde la obra se volvía impetuosa y minuciosamente descriptiva (como en la tempestad), así como imprimir una gran sensibilidad a sus instantes de mayor lirismo. Todo tan intenso y tan profundo que llegaba intimidar.
Asier Vallejo Ugarte
(foto: Pedro Puente Hoyos)