SANTANDER / Fantasía y exuberancia rusa con la Orquesta de la Comunidad Valenciana
Santander. Palacio de Festivales. 3-VIII-2024. Festival Internacional de Santander. Aida Garifullina, soprano. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Director: James Gaffigan. Obras de Rimski-Kórsakov, Rachmaninov, Chaikovski, Mussorgski y Prokofiev.
Es un hábito muy nuestro darnos a explorar lo ajeno cuando no nos conocemos realmente a nosotros mismos. Son muchas las orquestas internacionales que pasan por el Festival de Santander, pero la apuesta por la Orquesta de la Comunidad Valenciana para la apertura de su 73ª edición da muestra de una inteligencia decisiva para seguir mirando adelante: es de las mejores de entre las nuestras, una de las que con más mérito puede demandar una presencia internacional. No es una orquesta que busca vivir de las rentas de sus impresionantes inicios, de recuerdos anclados en la memoria como el Anillo de Valencia, sino que luce una imagen renovada unida al equilibrio entre las distintas familias instrumentales y un sonido delicado y al mismo tiempo poderoso, capaz de reinventarse y de amoldarse al estilo de repertorios muy distanciados en el tiempo.
El programa que llevó a Santander presentaba en primera instancia a Rimski, Chaikovski y Musorgski como representantes de la transición rusa del siglo XIX al XX. Apenas unos compases del Capricho español de Rimski bastaron a la orquesta para mostrar en absoluta plenitud la fantasía, la magia, la exuberancia y el mundo de luces del gran compositor. A la fuerza que le daba la unión de todos sumó unos solistas con ideas propias, creativos, músicos al cien por cien. Todo era real y vivificante, todo constituía una gran certeza que James Gaffigan trasladó después a la Polonesa de Eugene Onegin y a la Danza de las esclavas persas de Jovánschina, luciendo una técnica sobresaliente, virtuosística, de manera no siempre igual de sutil pero sí enérgica y nada pomposa.
Con Aida Garifullina la velada se volvía más intimista sin que la música perdiera vuelo. En el Rimski de El Gallo de Oro y Sadko, como en el Chaikovski de Iolanta y Mazeppa de Chaikovski, apenas hay lugar para el lucimiento vocal. Son piezas en apariencia frías y rígidas que, yendo al fondo, dibujan una tierra anegada de dolor. Garifullina posee presencia, línea, sobriedad en la medida justa y una voz redonda y homogénea que acaricia, seduce y deja ganas de más. El tono próximo y cercano que dio a las arias armonizó también con la romanza Zdes’khorosho de Rachmaninov, un ejemplo puro de la poesía que aún podía brotar en un mundo que abandonaba lentamente el romanticismo. Aunque era ella el foco de las miradas, Gaffigan no dejaba de desplegar una amplia de matices que abarcaban la totalidad de las piezas.
Tan buena como la primera parte fue la segunda, en la que la orquesta caminó entre la gran vocación rusa y los apuntes de modernidad que convergen en la música de Romeo y Julieta de Prokofiev a través de algunos extractos de sus suites. Con un sonido depurado y brillante, nunca desmesurado, construido desde el grave pero volcado hacia la zona alta, Gaffigan situó la precisión rítmica y una acerada expresividad como puntos de referencia de una interpretación que tuvo su momento culminante, por su intensidad máxima, por su manera de apuntar directamente al destino trágico de los personajes, en la escena de Romeo ante la tumba de Julieta.
Asier Vallejo Ugarte
(fotos: Pedro Puente Hoyos)