SANTANDER / Claridad y sombra del clasicismo con la Orquesta Barroca de Friburgo
Santander. Palacio de Festivales. 22-VIII-2024. Festival Internacional de Santander. Orquesta Barroca de Friburgo. Kristian Bezuidenhout, fortepiano. Obras de Mozart y J.C. Bach.
Venía bien volver a la claridad y el orden del clasicismo después de los intensos conciertos de la Sinfónica del Estado de São Paulo (Villa-Lobos, Varèse, Strauss) y la Orquesta del Festival de Budapest (Prokofiev, Bartók, Dvorák), echar la vista atrás y sentir que sigue habiendo un lugar para la mesura en el mundo. La Barroca de Friburgo tiene una mirada amplia que alcanza incluso a románticos como Schumann o Mendelssohn, pero su dominio del estilo de Mozart es apabullante y de ello dio muestra en esta velada que anduvo cerca de llenar el Palacio de Festivales santanderino.
La Sinfonía nº 29 gozó de una maravillosa transparencia. Con una cuerda ligera (5/4/3/2/1), más trompas y oboes, la Freiburger siguió el itinerario de la pieza desde lo jocoso hasta lo sublime con limpieza en las texturas, vivacidad en la expresión y una atención constante a los detalles, plasmando musicalmente la idea de Philip Downs de que esta pieza “encierra un mundo de ideas diferentes”. Se percibía entre los músicos una complicidad total y en su concertino (nada menos que Gottfried von der Goltz) una confianza absoluta en lo que cada uno de ellos quería expresar.
La incorporación de la flauta y el fagot en el Concierto para piano nº 17 confirió más colorido a la música sin llegar a cubrir el sonido del fortepiano de Kristian Bezuidenhout. Bien marcados los contrastes armónicos del movimiento inicial, dotado de una precisión admirable, fue el segundo el más atrayente por sus súbitos silencios, por esos golpes dramáticos que lo mismo desembocaban en una suave melodía que en inesperadas modulaciones. Un piano moderno hubiese logrado mayor volumen y expansión, un efecto más rotundo, pero Bezuidenhout ofreció una nitidez y una claridad en el fraseo que en la atmósfera de la pieza resultaban emotivos en sí mismos, como si se tratara de un soliloquio en el que lo más sencillo era lo más potente. El juego de variaciones del movimiento final mantuvo una arquitectura sólida, y apenas hubo de dirigirse Bezuidenhout a la orquesta salvo para dar el tempo de la coda, un Presto en toda regla convertido por los Freiburger en un deslumbrante despliegue de virtuosismo.
No desentonó la Sinfonía nº 6 de Johann Christian Bach, llena de ingenio y sensibilidad, culminada por un Allegro moto que los músicos envolvieron en fuego con una articulación incisiva, incluso agresiva, más violenta de lo que uno espera en un compositor habitualmente encuadrado en el estilo galante. Tras ella vino el chispazo del Concierto para piano nº 9, que en manos de Bezuidenhout reveló una fluidez y una ligereza inusitadas, pero también su dramatismo, singularizado en el tono sombrío que impregna su movimiento central. De nuevo habría que hablar de contrastes: frente al espíritu lúdico de los movimientos extremos (perfectos los trinos, fuertes los acentos), en el Andantino el pianoforte se expresaba con voz delicada, en la frontera del silencio. Un silencio que es como un bálsamo en estos tiempos de ruido y furia.
Asier Vallejo Ugarte
(fotos: Pedro Puente Hoyos)