SAN SEBASTIÁN / Víctor Pablo Pérez dirige una ‘Tercera’ de Mahler de muchos quilates
San Sebastián. Auditorio Kursaal. 5-VIII-2022. Mahler: Sinfonía nº 3 en Re menor. Carmen Artaza, mezzosoprano. Euskal Herriko Gazte Orkestra (EGO). Joven Orquesta de Canarias (JOCAN). Orfeón Donostiarra. Donostiako Orfeoi Gazte. Director: Víctor Pablo Pérez.
El público abarrotó la sala del Auditorio Kursaal de San Sebastián con ganas de disfrutar del primer gran encuentro sinfónico de la Quincena, pero también con no pocas reticencias. ¿Esa Tercera sinfonía de Mahler no sería un toro demasiado grande para ese lidiador? A saber, las Jóvenes Orquestas de Canarias y Euskal Herria reunidas para la ocasión. Ante la duda, también éramos muchos los que defendíamos que la juventud y la pasión muchas veces consiguen incluso mejores resultados que la veteranía. ¿Qué instrumentista no ha afrontado en algún momento de su etapa de estudios una obra que le sobrepasaba en principio, pero que por amor a la composición, por tenacidad y esfuerzo la ha sacado adelante mucho más brillantemente de lo que cabía esperar? Quien lo probó, lo sabe, y que me disculpe Lope. Bien es verdad que para ello se han de conjugar dos cosas: un mínimo (no pequeño) de talento y un máximo de trabajo.
No cabe duda de que interpretar ese Sueño de una mañana de verano, que es el sobretítulo de la Tercera de Mahler, es precisamente eso para cualquier estudiante de música: un sueño. Hay de todo y para todos y además constituye un desafío personal. Y qué quieren que les diga, en un momento en el que el esfuerzo está devaluado en primera instancia por quienes nos gobiernan, en que pedagogos de quinta han instaurado que eso que llaman ‘motivación’ suplante a la voluntad de trabajo e incluso al gusto por superarse, es un orgullo pertenecer a un oficio en el que todavía esos valores se mantienen, permiten que cualquiera, venga de donde venga, pueda llegar a lo más alto y mueven a unos chavales a ofrecer un concierto de tal calidad como el que tuvimos ocasión de escuchar ayer. Porque sin talento y sobre todo sin muchas horas de trabajo, no se consigue absolutamente nada, y ni siquiera eso garantiza el éxito y para ello también hay que prepararse (como en el deporte, por otra parte), pero aquí los jóvenes de ambas orquestas sí que se llevaron su medalla.
Víctor Pablo Pérez fue el encargado de capitanear a esta enorme masa orquestal a través de la sinfonía más larga de Mahler, compuesta entre 1892 y 1896 (un periodo bastante feliz para el compositor, que se empeñó en no serlo plenamente nunca) pero cuyo estreno íntegro no tuvo lugar hasta 1902. Sin ser directamente una obra programática, tiene una confesada inspiración en la naturaleza según el orden de la Creación bíblica, aunque añadiendo dos últimos movimientos dedicados a la religión y al Amor respectivamente.
Atacaron el primer movimiento, Kräftig (vigoroso) ciertamente con vigor pero aún un tanto rígidos y nerviosos, aunque a medida que avanzaba la obra iban adquiriendo la decisión que se requiere y que Mahler pide (Entschieden) para este “Despertar de Pan”. Dicho esto, la sección de viento metal y la de percusión dieron cuenta de su valía y de lo que nos esperaba el resto de la velada. Se trata de un movimiento extraordinariamente largo y con multitud de secciones, interconectadas, o más bien mezcladas, yuxtapuestas y casi interrumpidas unas con otras, con lo cual, otorgar una coherencia y una continuidad a todo el conjunto es realmente muy difícil. Salieron más que airosos del reto, gracias precisamente en este caso a la experiencia del director, que supo mantener la tensión a pesar del corral de toses que, cómo no, tras el decreto de finalización del covid (jajajaja) ha vuelto a campar a sus anchas por el Kursaal, cual quinto caballo del Apocalipsis. Haremos especial mención al solista de trompeta y sobre todo al de trombón, fantástico particularmente en su segundo solo, que dejó boquiabierto a más de uno. Pura poesía lo que hizo este muchacho. Bravo también a la sección de cuerdas graves en ese solo tan fastidioso para conseguir la unidad.
Quizá fue el segundo movimiento, el Tempo de minuetto y moderato, “Lo que las flores del prado me enseñan”, en el que se bajó un poco la intensidad en cuanto a concentración y lirismo, probablemente porque el gran esfuerzo en los días previos se dirigió más a otros movimientos más comprometidos. Pero, como sucedió con el precedente, fueron mejorando a medida que la música avanzaba y consiguieron que esos temas bellos y casi intrascendentes revolotearan de una sección a otra con esa ligereza y esa gracia de la que es, probablemente, la partitura más despreocupada y beatífica del bohemio.
El tercer movimiento, ese Scherzo que pasa de la alegría al dolor y a la nostalgia una y otra vez, estuvo muy bien dosificado y dirigido y la orquesta respondió perfectamente a esa oscilación continua con gran versatilidad. Magnífico el solo interno de trompeta en ese lamento en la distancia.
Víctor Pablo Pérez tuvo el gran acierto de unir los tres últimos movimientos, como si de uno muy largo y simétrico al primero se tratara. En ese Muy lento y misterioso, “Lo que el hombre me enseña”, tuvimos la oportunidad de escuchar la maravillosa voz de la mezzosoprano Carmen Artaza. La donostiarra ha ganado numerosos concursos, entre ellos la pasada edición del Francisco Viñas, y desarrolla ya, a pesar de su juventud, una importante carrera por toda Europa. Poderoso instrumento, muy bello timbre, estupenda proyección y una dicción realmente estupenda de esos versos del Así habló Zaratustra de Nietzsche, nos hicieron disfrutar de esa extraña y casi traumática llegada del ser humano al mundo, un mundo en el que no sabe si va a a sufrir o a gozar. Mejor no le adelantemos la respuesta, aunque algo se adivina en esas tres notas con glissando intermedio que aparecen una y otra vez en el oboe solista. Se trata de un movimiento muy complicado de afrontar, tanto para orquesta como para la cantante, porque la voz está tratada casi como un instrumento más, pero exige una interpretación vocal de solista, y es justo decir que el resultado fue extraordinario.
Como hemos dicho, la batuta de Víctor Pablo dio paso sin respiro al coro de ángeles (“Lo que los ángeles me enseñan”) formado por las cuerdas femeninas del Orfeón Donostiarra y el Orfeoi Gaztea, u Orfeón Joven, que se unen a la mezzosoprano encarnando a S. Pedro. En este movimiento, en el que Mahler pide un carácter alegre, nada es tan evidente como parece, porque, mientras los niños imitan despreocupadamente el repicar de las campanas, las mujeres narran la escena del reproche a Pedro por su traición (lied tomado de Des Knaben Wunderhorn, por cierto) y la mezzo confiesa y llora su pecado. Muy bien logrado ese ambiente entre festivo y dramático, con una orquesta ya completamente confiada, un coro correcto aunque un poco escaso en volumen y una solista perfecta.
Y sin transición llegó el broche de oro del último movimiento “Lo que el amor me enseña”. En este Lento y plácido la orquesta desplegó todo lo que ya iba anunciando y dejando ver a lo largo de esta inmensa obra y que cristalizó de la mejor manera posible. Es una partitura complicada en extremo, porque requiere una contención continua y una gestión perfecta de la tensión durante muchos minutos para llegar a la explosión final, sin quedarse corto pero sin vender el bacalao antes de tiempo: esas cosas que sólo Mahler, Ravel y R. Strauss han conseguido plasmar pero que hay que ser capaz de interpretar. Y estos jóvenes y su director lo lograron y alcanzaron unas cotas de emoción en la interpretación que tuvieron su justa recompensa con una enorme salva de aplausos.
En general toda la plantilla estuvo soberbia, porque, además, no hay sección prácticamente en la que cada instrumentista no sea solista en un momento dado. Pero destaquemos de nuevo a los metales, entre las maderas sobre todo a los clarinetes, a la percusión con esos impecables timbaleros y también al concertino, que realizó un trabajo excepcional.
Sólo queda decir y desear a cada uno de estos jóvenes que recuerden la emoción y el entusiasmo compartidos con el público en este concierto de la Quincena de 2022 en el que lograron esta estupenda interpretación de la Tercera de Mahler en aquellos momentos menos estimulantes de la que sin duda será su larga carrera.
Ana García Urcola
(Fotos: Iñigo Ibáñez)
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