SAN SEBASTIÁN / Libres y muy bien acompañados por el Cuarteto Quiroga
San Sebastián. Museo de San Telmo. 18-VIII-2022. Cuarteto Quiroga. Obras de Canales, Haydn y Brahms.
Al modesto entender de quien suscribe, el cuarteto de cuerda es una de las formas más acabadas de expresión musical (la otra quizá es el lied, que sería complementaria), porque permite el máximo de posibilidades con el mínimo de integrantes y también ofrece a los intérpretes la posibilidad de integrarse en un conjunto al mismo tiempo que son solistas. En ese esfuerzo de compresión, son muchos los compositores que han exprimido lo mejor de sí y nos han legado su esencia, como es el caso de los tres autores elegidos para este recital: Manuel Canales, Joseph Haydn y Johannes Brahms. Si a eso le unimos unos intérpretes de la calidad del Cuarteto Quiroga, se puede decir que todos los ingredientes estaban reunidos para disfrutar de un concierto del máximo nivel. Por ello no es de extrañar que, a pesar de un día de verano lluvioso y frío —habitual en general por estos lares, pero raro en lo que llevamos de estío— el aforo del claustro del Museo de San Telmo estuviera casi completo e incluso que prácticamente nadie se moviera de allí hasta el final.
El segundo violín, Cibrán Sierra, fue el encargado de hacer una pequeña introducción didáctica que fue de gran utilidad para acercar al oyente a la figura de ese gran e injustamente desconocido que es el compositor Manuel Canales (1747-1786), personaje fundamental de la muy rica vida musical de la corte española en la segunda mitad del XVIII. Sierra nos explicó la importancia del desarrollo de la escritura para cuarteto de cuerda en ese Madrid borbónico de la mano de autores como Boccherini, Brunetti o el propio Canales, de forma simultánea pero independiente a la del entorno vienés. Para dar medida de la importancia de este compositor, valga decir que su Cuarteto op. 3 nº 5 en Sol mayor interpretado en este concierto y compuesto en torno a 1778 fue publicado también en Londres. De hecho, la circulación de partituras musicales por toda Europa y la importancia del Madrid de entonces en la vida musical del continente era mucho mayor de la que creemos. Pero uno de los efectos más perniciosos de la ‘’Leyenda Negra ha sido que nos la hemos creído a pies juntillas nosotros mismos e incluso hemos decidido borrar minuciosamente nuestros momentos históricos y culturales más brillantes. Así que es muy de agradecer al Cuarteto Quiroga su contribución para recuperar nuestro patrimonio cultural.
Comenzaron precisamente con dicho Cuarteto de Manuel Canales, obra de gran finura en la escritura y llena de gracia y elegancia, no exenta de algún toque “castizo”, como lo denominó justamente Cibrán Sierra. Desde los primeros compases se pudo augurar lo que iban a ser las constantes a lo largo de la velada: lectura escrupulosamente analítica de las partituras, delicadeza en las articulaciones, adecuación al estilo, transparencia en la ejecución, fraseos conjuntamente trazados y respirados, ataques cuidados hasta el extremo, transiciones perfectamente conducidas, y una vitalidad y un gracejo que sólo pueden nacer de una complicidad forjada a base de mucho trabajo y escucha a lo largo de estos casi veinte años de vida musical común. Canales juega a lo largo de su partitura con toda una serie de contrastes, combinando constantemente un carácter vigoroso y exaltado con la melancolía y la serenidad, incluso dentro cada movimiento, lo cual se traduce en un infinito juego de matices y articulaciones exquisitamente realizados por los Quiroga.
Fantástico el contraste obtenido en el Minueto, entre la primera sección, alegre y despreocupada y ese Trio casi doloroso que va de la tristeza al desgarro. Y qué decir de ese bellísimo Largo Sostenuto, en el que llevaron a cabo una labor alquímica de equilibrio y dosificación del sonido y la tensión musical. Y de nuevo, maravilloso el contraste con ese Presto de inspiración claramente folclórica, con sus bordones, sus evocaciones a los instrumentos populares de lengüeta, en el que cada repetición de este a modo de Rondó sonó única y diferente, incluido algún efecto sonoro para recrear esa cierta asperidad de los sones populares con un divertido sul ponticello. La inventiva sonora de los integrantes del Cuarteto quedó de manifiesto en este movimiento que parte de una idea temática muy simple y que el compositor va combinando y acompañando de mil maneras para volver siempre a insistir en su cancioncilla. Un auténtico disfrute.
La misma tónica —aunque comience en dominante, y perdón por el mal chiste armónico para ‘iniciados’ pero es que no me aguantaba— se siguió en el maravilloso Cuarteto op. 74 nº 1 en Do mayor Hob. III:72 de Haydn (1732-1809). En su introducción marcó la diferencia con el de Canales haciendo notar que, además de tener influencias diferentes como es lógico, estos dos cuartetos fueron concebidos para ámbitos diferentes: el de Canales, para un círculo aristocrático privado; el de Haydn, para los conciertos privados que ya proliferaban en Londres en la década de los años 90 del siglo XVIII. La maestría del austriaco, que por entonces ya contaba más de sesenta años, se despliega en cada página de esta obra, en la que los Quiroga mantuvieron esa línea de delicadeza, buen gusto y gracia.
El maravilloso segundo movimiento Andante fue casi un dibujo en filigrana de temas, acompañamientos e intercambio entre los cuatro músicos. Qué precisión, exactitud y refinamiento en los ataques y control del arco de todos y cada uno de ellos. ¡Y con esa dichosa humedad que nunca abandona el claustro! Y de nuevo, qué lección de interpretación en ese Minueto que parece simple pero que está lleno de sutilezas armónicas y de frases contrastantes. Por así decirlo, es como si, a medida que tocan, fueran explicando lo que sucede en la partitura con toda naturalidad. No hay nada más difícil de conseguir y que debamos apreciar más quienes escuchamos. La primera parte se cerró con un delicioso Presto final en el que cada integrante hace su contribución de solista en una especie de juego escénico de gran eficacia y dificultad, con unos tira y afloja de ritmo perfectamente pensados y ejecutados en aras de la mayor expresividad. Magníficos los cuatro, con esa seguridad y aplomo de Poggio de la que se ‘aprovechan’ sus compañeros para hacer sus malabares.
La segunda parte estuvo enteramente consagrada al Cuarteto op. 51 nº 2 en La menor de Johannes Brahms (1833-1897). Compuesto en 1873 junto al nº 1 del mismo opus, tras un largo trabajo preparatorio y en un momento en el que el auge de la música programática desdeñaba la tradición de hacer música puramente abstracta, el tema con que se abre esta obra contiene las notas Fa-La-Mi como polos principales, en referencia a F-A-E, iniciales de “frei aber einsam”, es decir, “libre pero solo”, y que aparecerán también en la matriz de los motivos del resto de movimientos, aunque de forma algo menos evidente (todo esto fue estupendamente explicado también por Cibrán Sierra).
En efecto, Brahms es un eslabón absolutamente ineludible entre los cuartetos beethovenianos y los de la Segunda Escuela de Viena, porque aporta innovaciones de índole armónica y rítmica que se unen a esa estructura asentada por el de Bonn. Pero en su día ese aspecto de su arte no fue apreciado y fue estigmatizado como compositor ‘conservador’. De ahí ese camino en libertad, pero en soledad, que le supuso sinsabores pero a la postre, también mucha admiración y desde luego, para la posteridad, ser considerado uno de los más grandes. Una vez más, la dificultad para desentrañar el entramado temático de Brahms y hacerlo comprensible, fue perfectamente superada y los Quiroga nos balancearon de un motivo a otro con total naturalidad.
Pocas músicas hay más difíciles de frasear que las de Brahms, porque en ellas se une una clara estirpe popular con un tratamiento extraordinariamente sofisticado que ellos tienen perfectamente asimilado y que nos ofrecen en una interpretación diáfana, apasionada y plena. Nos trasladaron perfectamente de la melancolía a la beatitud, del dolor a la calma y de la rabia a la alegría, como demostraron por ejemplo en ese constantemente cambiante Andante moderato que no deja respiración a las emociones o en ese Quasi minueto en el que la inspiración folclórica, en este caso, casi suena como una amenaza, como ese músico popular de Schubert que con su zanfoña no parece traer nada bueno. Francamente es admirable esa capacidad de los Quiroga para hacernos ver en cada partitura los aspectos más esenciales y en este caso pienso en esa búsqueda de los colores populares, de nuevo. Maravilloso el último movimiento Allegro assai, destilado genial del más puro estilo brahmsiano con sus temas en síncopas, sus fragmentos contrapuntísticos, y su amplitud de registro en la ‘orquestación’ y, permítaseme el término, que ellos tienen completamente integrado y aprehendido.
Tras la salva entusiasta de aplausos, Cibrán Sierra, de nuevo portavoz del conjunto, nos explicó que, manteniendo esa línea que unía a las tres obras interpretadas que es la inspiración popular, y en honor a Manuel Quiroga, ilustrísimo violinista gallego de quien tomaron el nombre, interpretaría un tema de esas tierras que, según alguien me chivó después, fue arreglado para cuarteto por el propio Cibrán Sierra. Si es que valen para todo y, además, mucho, porque se trata de una adaptación estupendamente pensada para mantener ese carácter, dar bola a todos los integrantes, utilizar muchos recursos y provocar más de una sonrisa. Un cierre absolutamente delicioso, con una imitación de la gaita divertidísima —salimos ganando con el cambio, créanme—.
Grandísimo concierto tras el que no podemos sino desear al Cuarteto Quiroga que sigan siendo libres, pero que no teman quedarse solos, porque esperamos acompañarlos muchos años.
Ana García Urcola