SAN SEBASTIÁN / Gimeno y la Filarmónica de Luxemburgo entusiasman en el inicio de la Quincena

San Sebastián. Auditorio Kursaal. LXXXII Quincena Musical. Yuja Wang, piano. Orquesta Filarmónica de Luxemburgo. Director: Gustavo Gimeno. 1-VIII-2021. Obras de Ligeti, Liszt y Dvorák. • 2-VIII-2021. Obras de Mozart y Beethoven.
La inauguración de la Quincena Musical de San Sebastián genera la lógica expectación entre los aficionados, acostumbrados desde decenios a un festival que siempre ofrece cantidad y calidad. En esta edición, la permanencia de una pandemia que todos esperábamos haber dejado atrás y que ha puesto en solfa la realización de muchos proyectos cuando no los ha barrido de un plumazo, no ha mermado el interés del público sino todo lo contrario. De entre los varios atractivos con que contaba la jornada inaugural, el evento más esperado sin duda era el concierto ofrecido en el Kursaal por la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo bajo la batuta de su titular, Gustavo Gimeno, y la pianista Yuja Wang. Pongamos las cartas sobre la mesa desde el principio: la orquesta puso la música y ella puso el espectáculo, que era lo que se esperaba.
En un programa concebido en torno al folclore centroeuropeo estilizado por diversos compositores, la formación luxemburguesa se lució con el precioso Concierto rumano de Ligeti, obra inspirada por el folclore rumano, pero no de forma conforme a las convenciones soviéticas, por lo que estuvo censurado durante veinte años. Con esta carta de presentación, el conjunto demostró que posee un cuidado y trabajado sonido en cada sección y que hay una solidez incontestable en el trabajo. El Primer concierto de Liszt fue el elegido para la presentación de la esperadísima Yuja Wang ante el público donostiarra. Y proporcionó lo que se esperaba y lo que tiene: virtuosismo técnico y una imagen ya conocida que la distingue. Tocó el concierto, que ya es mucho, pero los pocos momentos que Liszt deja al lirismo en esa obra no destacaron por ese aspecto. Toda la osadía vestimentaria de que hace gala no se traduce no ya en cierta audacia interpretativa, sino en la más mínima fantasía. Además, adolece Wang de una clara falta calidad de sonido en el matiz piano, que suena destimbrado y apagado, cosa que quedó aún más patente en la propina, la transcripción que Liszt hizo de Gretchen am Spinnrade de Schubert. Pero la pianista triunfó y arrebató con su impresionante juego de octavas.
Volvió la música con la Octava sinfonía de Dvorak en la versión muy vivaz y colorida que imprimió Gimeno. El director valenciano demostró poseer un control completo de su orquesta a la par que una enorme ductilidad para conducir hermosos fraseos. Estos aspectos se pusieron particularmente de relieve en los movimientos segundo y tercero, en los que los solistas tuvieron intervenciones de gran calidad. El concierto se cerró como correspondía, con la Primera rapsodia húngara de Brahms y una fuerte ovación del público.
La misma orquesta con la misma solista ofrecieron un programa completamente diferente al día siguiente: el Concierto nº 20 de Mozart y la Quinta sinfonía de Beethoven. Para incondicionales de Yuja Wang, tanto en un sentido como en otro, diremos que para esta ocasión tuvo el buen tino de ponerse un vestido largo: este concierto no admite ciertas cosas y Wang lo sabe. Por mucho que Gimeno se esforzó en dar unidad a la obra y en conferirle una visión un tanto beethoveniana que podía permitir cierto vuelo interpretativo a la solista, el piano sonó plano y, una vez más, destimbrado en los matices más sutiles. Daba la impresión de que Wang quería hacer una versión ‘íntima’, para lo cual decidió tocar piano o pianissimo en general, pero sin proyectar. El resultado fue soso y además descompensado cuando las dinámicas crecían. Sólo pareció sentirse cómoda en las cadencias —inhabituales, una mezcla de Clara Schumann y Busoni, me chivan por ahí— y en la propina, las Variaciones sobre la Marcha turca de Mozart de Volodos-Say, donde se puede epatar a la galería luciendo únicamente capacidad técnica de dedos. Pero el espectáculo funcionó y la catarata de bravos fue impresionante.
Por suerte, ahí seguían la Orquesta de Luxemburgo y su titular, que nos regalaron una magnífica versión de la Quinta de Beethoven. No es fácil presentar esta obra por conocida y manida —y por ser una de las más grandes obras de la historia de la música, claro está— y la verdad es que lograron una interpretación de grandísima altura. Gimeno marcó unos tempi bastante ligeros en general pero perfectamente acordes con las indicaciones beethovenianas. Qué mimo y qué cuidado en otorgar a cada cual su importancia en el momento justo y hacernos oír líneas que muchas veces pasan desapercibidas; qué estupenda sección de viento madera; qué gran intervención de los contrabajos con un control dinámico difícil de encontrar; qué magia en la transición del tercer al cuarto movimiento dejando el hilo conductor al timbal mientras la cuerda aguanta el pianissimo hasta el límite. Hace falta un gran director y una gran orquesta para que tanto ingrediente y tanta dosificación cuadren y se obtenga una versión coherente y redonda. Y, además, personal.
En definitiva, una interpretación que consiguió que el entusiasmo y la fuerza beethovenianos se convirtieran en algo tangible y hasta físico. Guante de seda para cerrar el concierto con la Romanza de Rosamunda de Schubert. Gimeno y su formación hicieron honor a otro de los más grandes con enorme delicadeza y sensibilidad. Un enorme bravo.
Ana García Urcola