SAN SEBASTIÁN / El fastuoso sonido del Quartetto Adorno

San Sebastián. Museo de San Telmo. 25-VIII-2022. Quartetto Adorno (Edoardo Zosi y Liù Pelliciari, violines; Benedetta Bucci, viola; Stefano Cerrato, violonchelo). Obras de Del Puerto, Debussy y Beethoven.
Las puertas de los diferentes ciclos que ofrece la Quincena Musical Donostiarra se van cerrando a medida que pasan los últimos días del mes de agosto. El broche de oro para el excepcional conjunto de conciertos que hemos disfrutado en el Ciclo de Cámara del Museo de San Telmo lo ha puesto la agrupación italiana Quartetto Adorno, con un programa tan exigente como hermoso. Estos cuatro jóvenes se unieron musicalmente en 2015 y desde entonces se han labrado un nombre en el mundo de la música de cámara gracias no sólo a galardones y premios, sino sobre todo, a una sonoridad excepcional y a una seriedad y solidez fuera de toda duda en su quehacer.
Comenzó la velada con el estreno del Cuarteto nº 2 de David del Puerto (1964), uno de nuestros compositores más reconocidos, afamados e interpretados nacional e internacionalmente a justo título. La partitura de Del Puerto está concebida en un movimiento que consta de cuatro secciones interrelacionadas por un tema de inicio que vuelve una y otra vez, a veces íntegramente, a veces apocopado. Cada sección se basa en un principio, por así decirlo. En la primera los instrumentos se superponen formando acordes de diferentes intensidades, colores y duraciones; en la segunda, el juego contrapuntístico provoca alternancia de tensiones y distensiones en las coincidencias armónicas; en la tercera el contrapunto pasa de melódico a principalmente rítmico; y en la última predomina la polifonía dos a dos. Todo ello, construido formalmente sobre una estructura de corte clásico, genera un juego interesantísimo y francamente bello de texturas que van desde la homofonía hasta la disonancia provocando profundos contrastes o encuentros progresivos.
El Quartetto Adorno supo trasladar con total nitidez todos estos aspectos en un ejercicio de lectura que aúna lo analítico al disfrute casi sensual de las sonoridades. El compromiso de estos músicos con la partitura que tienen entre manos es perceptible desde los primeros compases, y la verdad es que pocas veces hemos tenido ocasión de comprobar tal nivel de aprehensión respecto a una obra de estreno.
No parece casual la elección del Cuarteto en Sol menor op. 10 de Debussy compuesta en 1893 para seguir el recital, muy al contrario. Nos encontramos con otra estructura clásica, organizada en cuatro movimientos, con forma sonata en el primero y el último y un tema recurrente que le otorga una armazón circular a pesar de innumerables mutaciones. Sobre esta base, Debussy juega a ensanchar las formas y a explorar los límites del sistema tonal incluyendo no pocos aspectos modales y escalas inhabituales, como su querida pentatónica. Desde el comienzo, el Quartetto Adorno desplegó su precioso sonido, inmenso y redondo. Da la impresión de que tienen una concepción casi organológica del cuarteto, como si buscaran realmente ser un único instrumento polifónico, con un sonido extremadamente homogéneo. Desde luego es un efecto muy hermoso e impactante. Su interpretación, muy analítica, tiende a reforzar aquellos aspectos del francés que lo hacen uno de los referentes para todo compositor del XX que se precie: la minuciosidad a la hora de caracterizar cada nota, el gusto por destacar e incluso insistir en aquellos aspectos más rompedores, como disonancias o sucesiones de un mismo tipo de acorde, o por supuesto, la amplitud inusual en las dinámicas. Los Adorno presentaron una versión extraordinariamente intensa, reflexiva y hasta grave de este cuarteto (algo del carácter del filósofo alemán de quien han tomado el nombre está ahí, claro) que resulta estimulante y esclarecedora en algunos aspectos, aunque por momentos también en exceso reconcentrada. A gusto de quien suscribe, si hubiera un poco más de flexibilidad en las transiciones entre las frases, un poquito más de respiración y algún matiz más en pianissimo, sería una interpretación referencial. Sin duda, esa intensidad y ganas de cierto rigor proviene en parte de la juventud de sus integrantes y las ganas de hacer las cosas extremadamente bien. Muy bello fue el tercer movimiento, en el que consiguieron un sonido de verdad flotante y una serenidad de carácter muy en el espíritu de la obra.
Sin transición, aunque con las pertinentes y fastidiosas afinaciones (los pobres instrumentistas de cuerda deberían cenar doble tras tocar en el semper humidus claustro del Museo de San Telmo), atacaron el Cuarteto nº 7 op. 59-1, “Razumovski”, de Beethoven, uno de los cúlmenes del género. Compuesto en 1806, como todo el mundo sabe, este cuarteto y los dos siguientes deben su nombre al diplomático ruso instalado en Viena conde Andréi Razumovski, buen violinista, quien le hizo el encargo un año antes. Bajo cierta apariencia de ligereza, este cuarteto participa ya de la sabiduría de un Beethoven aún joven pero con un bagaje ya muy importante que ha compuesto sus tres primeras sinfonías, y se encuentra preparando la cuarta, así como el Cuarto concierto para piano, por ejemplo. De modo que esta obra participa ya de cierto carácter sinfónico y de un claro desarrollo de las formas, asunto que fue la principal obsesión compositiva de Beethoven.
Fantástico fue ese comienzo por parte del fabuloso violonchelista del conjunto, Stefano Cerrato, que dio la pauta a sus compañeros para seguirle en el dibujo de esa frase inicial, que es un verdadero hallazgo. Impecable el trabajo entre los dos violines y también violín segundo-viola, tanto cuando se doblan temas como cuando se efectúan acompañamientos. Esos constantes trenzados que hacen pasar un tema de un instrumento a otro fueron perfectamente resueltos, con una seguridad y una resolución absolutas. Nada que objetar a la homogeneidad en los ataques del segundo movimiento, con una igualdad en la pulsación rítmica digna de encomio, porque es muy complicado mantenerla cuando cambia el carácter, a veces de forma tan brusca como sucede aquí. Nos tradujeron perfectamente el espíritu doliente y melancólico del tercer movimiento, en el que tuvimos ocasión de paladear aún más ese sonido tan suyo. Si acaso, al igual que en Debussy, quizá en algún momento podían haber relajado un poco la tensión para, precisamente otorgar más colores a ese carácter doloroso y para hacernos degustar con más fuerza el poderío de su sonido cuando llegan las dinámicas más potentes. Y lleno de vitalidad y poderío sonó ese dificilísimo Allegro final de inspiración rusa, con esas oscilaciones en la acentuación rítmica pero dentro de la misma pulsación, en el que demostraron todas sus cualidades, juntos y por separado. No nos cansaremos de alabar el sonido de todos y cada uno de los cuatro Adorno.
Como propina, dado el acierto a la hora de programar de estos músicos y después de unas obras de esta altura, sólo podían escoger un Schubert, así que nos regalaron un precioso Scherzo de La muerte y la doncella. Desde luego, los amantes de la música de cámara no podemos quejarnos del trato que nos otorga la Quincena Musical, y desde estas líneas damos las gracias por estas maravillosas veladas.
Ana García Urcola
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