SAN SEBASTIÁN / Al Ayre Español nos transporta a la Roma de Corelli
San Sebastián. Claustro del Museo de San Telmo. 3-VIII-2024. Quincena Musical. Ciclo de Música Antigua. Al Ayre Español (Alexis Aguado y Kepa Artetxe, violines; Aldo Mata, violonchelo; Xisco Aguiló, contrabajo; Eduardo López Banzo, órgano y dirección). “Mvsica romana”. Corelli, “el violinista del Papa” y su escuela en Roma. Obras de Arcangelo Corelli, Alessandro Scarlatti y anónimas.
Parecía que dos años después volviéramos a la escena del crimen: mismo escenario, mismo contexto, idénticos protagonistas. En agosto de 2022 dábamos cuenta de un concierto de Al Ayre Español dentro del Ciclo de Música Antigua de la Quincena en su sede del claustro del Museo de San Telmo que, aunque giraba en torno a la música de Henry Purcell, terminaba con el allegro final de la sonata op. 3 n.º 10 de Corelli, obra que curiosamente –veremos que sólo en apariencia– se incluye en un volumen con sonatas italianas de la catedral de Jaca. Eduardo López Banzo, director del grupo, ha seguido indagando en dicha colección para confeccionar el programa que nos ocupa, centrado en torno a la inconmensurable figura de Arcangelo Corelli.
No podemos decir que la vida fuera injusta con Corelli, ya que fue un compositor admirado, respetado e imitado como pocos en la historia de la música. Gozó de fama y prestigio durante su carrera y también tras su muerte, con múltiples reediciones de sus obras y dando lugar a toda una serie de colecciones de otros autores que parafraseaban, versionaban, mixtificaban o simplemente trataban de emular su estilo. Su magisterio y su influencia fueron tales que no se entiende la música instrumental barroca sin él, de manera que podemos decir que hay un antes y un después de Corelli. Él es quien fijó en el último cuarto del siglo XVII la forma de la sonata en trío y del concerto grosso –sus 12 concerti grossi op.6 fueron publicados póstumamente en 1714 pero Georg Muffat ya da testimonio de ellos en la década de 1680– y es uno de los compositores de su tiempo que más contribuyeron al asentamiento de la tonalidad. Desde Corelli se convirtió en costumbre entre los músicos italianos que su op. 1 fuera una colección de 12 sonatas en trío que siguieran el patrón corelliano, tal y como ocurre con los casos de Caldara, Albinoni, Vivaldi o Veracini. Fuera de Italia, François Couperin rindió tributo al músico de Fusignano en sus Apoteosis, al reunirlo en el Parnaso junto con Lully, simbolizando así la unión de la música italiana y la francesa, su concepto de los gustos reunidos.
Ante la escasez de datos biográficos sobre su vida privada, tras su muerte en 1713 se forjó una semblanza de su persona en la que se proyectaban virtudes como la humildad, la dulzura y la bondad, trufando el relato de anécdotas apócrifas para darle más verosimilitud. La figura de Corelli salió de la historia para entrar en la leyenda.
Corelli, una vez que recaló en Roma hacia 1675, trabajó al servicio de los mecenas más importantes de la ciudad pontificia: la reina Cristina de Suecia -exiliada allí tras su abdicación y conversión al catolicismo-, los cardenales Pamphili y Ottoboni y el marqués Ruspoli. En las orquestas que dirigió como violinista colaboró con una serie de músicos que contribuyeron a perpetuar su estilo (Giovanni Lorenzo Lulier, Carlo Ambroggio Lonati, los hermanos Castrucci, Giovanni Mossi, Pietro Gaetano Boni, Giuseppe Valentini, su más íntimo colaborador Matteo Fornari) y discípulos como Giovanni Battista Somis y Geminiani lo difundirán, especialmente en las islas británicas donde su música causó furor. Su influencia la podemos rastrear en compositores de la talla de Haendel o Telemann, quien publicó una colección titulada “sonatas corellizantes”.
nte todo esto, ¿nos puede extrañar que sus obras aparezcan incluso en un lugar tan remoto como Jaca? El caso es que allí, además de sonatas suyas han aparecido otras que tienen un indudable aire corelliano y a partir de unas y otras, López Banzo ha tejido un programa ciertamente atractivo que nos transportó a la efervescente Roma de finales del siglo XVII y principios del XVIII, la misma en la que Corelli desarrolló su fulgurante carrera en un contexto enormemente estimulante para la música (excepto para la ópera, que tuvo que padecer los decretos de prohibición de algunos Papas). Del maestro, Al Ayre Español interpretó tres de sus sonatas da chiesa, incluidas en sus colecciones op.1 (nº1) y op.3 (nº4 y 10), caracterizadas por su tono más grave y contrapuntístico, con numerosos pasajes fugados, en oposición a las sonatas da camera (colecciones op. 2 y op.4) construidas a partir de movimientos más deudores de las danzas. A ellas, se han añadido dos sonatas anónimas del cuaderno de Jaca, que siguen el mismo patrón que fijó Corelli de cuatro movimientos (dos lentos alternados con dos rápidos), con las típicas suspensiones en los inicios, parecido aliento lírico en los lentos y el mismo juego de contrastes pero quizás sin el equilibrio formal, que es una de las señas de identidad del maestro. La interpretación en unas y otras se caracterizó precisamente por incidir sobremanera en esos contrastes tan barrocos, esos juegos de luces y sombras que fueron resaltados con dinámicas extremas: movimientos lentos sostenidos y estirados hasta el máximo frente a arrebatados y casi furiosos tiempos vivos, con un Alexis Aguado tan vehemente y apasionado como nos tiene acostumbrados. Por tanto, una lectura alejada de la mesura que vinculamos con el estilo de Corelli pero perfectamente disfrutable por su expresividad gracias a la complicidad de los violines de Aguado y Artetxe, perfectamente sostenidos por un magnífico bajo continuo. A resaltar el trabajo de Aguado en las ornamentaciones, muy atento siempre en este apartado que tantas veces se descuida en la interpretación de la música barroca.
El programa se completó con música de un coetáneo de Corelli, Alessandro Scarlatti, con quien coincidió durante un tiempo en Roma. Del palermitano, Eduardo López Banzo tocó al órgano dos fugas escritas, como el propio intérprete explicó, con propósitos pedagógicos y que forman parte de su enorme corpus de música para teclado que queda por explorar. Antes, Aldo Mata con el acompañamiento del contrabajo de Xisco Aguiló interpretó con enorme libertad una sonata para violonchelo atribuida a Scarlatti. Lo que escuchamos convertiría a Scarlatti en un inesperado pionero de la técnica del violonchelo, creador de recursos y efectos sorprendentes para la época, lo que haría necesario reescribir la historia del instrumento. Digamos que Mata se permitió, a partir de una sencilla sonata, algunas licencias –benditas licencias– que enriquecieron la obra, algo que en un concierto es perfectamente permisible, sobre todo si se hace con tanta imaginación y gusto como hicieron Mata y Aguiló, especialmente en esas variaciones finales que terminaron en pizzicato.
Entroncando con la figura de Alessandro Scarlatti –de quien el director del grupo nos recordó que el próximo año se cumplirá el tricentenario de su fallecimiento– y con su vinculación con la ciudad de Nápoles, Al Ayre Español interpretó como simpática propina una mixtura de tarantelas que nos dejó con ganas de más. ¿Será esta propina indicio de que la próxima vez que nos visite el grupo tendremos un programa napolitano?
Imanol Temprano Lecuona