SALZBURGO / Strauss frente a Ligeti. Cara y cruz

Salzburgo. Grosses Festspielhaus. 20-VIII-2023. Orquesta Filarmónica de Viena. Dirección musical: Daniel Harding. Obras de Ligeti (Atmósferas; Lontano) y Strauss (Metamorfosis; Así habló Zaratustra).
Daniel Harding (Oxford, 1975) aparcó por unos días su traje de comandante de vuelo de Air France para coger el frac y reemplazar al indispuesto Franz Welser-Möst, y pilotar los conciertos que éste tenía programados con la Filarmónica de Viena en el Festival de Salzburgo. El del domingo fue un concierto desigual en un programa en sí excepcional, que confrontaba dos obras capitales de Ligeti (Atmósferas, y Lontano) con otras dos de Strauss: Metamorfosis, y Así habló Zaratustra. Los resultados, claro, fabulosos. Es difícil que no sea así con la Filarmónica de Viena en el escenario o en el foso, un conjunto que salvo muy contadas ocasiones (¡aquel abucheado Bolero de Ravel madrileño con Lorin Maazel, en 1998!) siempre se muestra instrumento perfecto. Más en un repertorio como Richard Strauss, tan consustancial a su naturaleza artística. Y Ligeti, vienés de adopción, y tan cercano a los filarmónicos vienes y su mismo entorno centroeuropeo.
Harding se empeñó en pilotar en Metamorfosis a un conjunto que, por perfecto, aquí no necesita ser pilotado, sino sugestionado a ir más allá de esa perfección que en los vieneses ya es casi consustancial y se da por supuesta. Más en Strauss, trabajado y gozado junto con los máximos straussianos de hoy y de siempre. Harding no se anduvo con contemplaciones ni retóricas evocaciones. Mimó y cuidó cada detalle, indicó todo con evidente belleza gestual, con convicción y premura de tiempos, como temiendo que la obra se le cayera de las manos, incluso quizá que resultara “aburrida”. Y resultó precisamente “aburrida” por empeñada y sobrada en su perfección minuciosa, pero ayuna de todo lo que encierran unos pentagramas que escapan de la música y de su tempo para sondear los más hondos recovecos del dolor.
Metamorfosis, así lo dijo Strauss, es una “meditación fúnebre”. El retrato hecho por un hombre “destrozado” ante “la mayor catástrofe de mi vida”: la destrucción por parte de las bombas aliadas de la Ópera de Múnich, el 2 de octubre de 1943. Expresión que recoge, simboliza y plasma el dolor ante la destrucción del teatro de ópera de su ciudad natal, el templo lírico que escuchó por vez primera obras El oro del Rin, La valquiria, Tristán e Isolda y tantos otros títulos, incluidos varios del propio Strauss. La versión de Harding no reveló nada de todo esto. Una lectura precisa que no fue más allá de la perfección y la lealtad a la formidable letra y solfa del pentagrama, pero sorda ante todo lo demás, que es, prácticamente, TODO. Los filarmónicos vieneses, disciplinados y profesionales, se limitaron al preciso cumplimiento de lo que dictaba el podio, y sus “23 solistas de cuerda” firmaron así una versión tan perfecta como inerte. El público aplaudió admirado por la calidad instrumental, pero sin ningún nudo en la garganta.
Como contraste, el poema sinfónico Así habló Zaratustra, que cerró el programa, encontró en manos de Harding una versión luminosa y recóndita, de refulgente calibre instrumental. Firmemente enunciada, acaso excesiva en sus expresiones, ambientes y gradaciones. Versión de impacto. No solo por su empaque sinfónico, sino también por los contrastes con que podio y atriles trazaron la narración de este poema sinfónico que es, como el libro de Nietzsche que lo inspira, “para todos y para nadie”. Aquí, tras el largo diminuendo que conduce al enigmático silencio final, el largo entusiasmo y aplauso del público que abarrotó en sesión matinal el inmenso Grosses Festspielhaus (2.179 butacas) refrendaba que el relato del profeta persa Zaratustra y su sugestión straussiana habían trascendido notas y silencios.
Pero, artísticamente, lo mejor del programa radicó en las dos interpretaciones que Harding lideró de Ligeti. El cuidado de las texturas sonoras, de los largos espacios y sus no menos cortos silencios, y la presencia otorgada a la “tímbrica”, espacios y “atmósferas” ligetianas (particularmente en la atención a la característica estratificación de las capas sonoras y las micropolifonías de Atmósferas) fueron señas de identidad de interpretaciones verdaderamente referenciales, en las que la Filarmónica de Viena hizo alarde de su ductilidad y diversidades. Difícil imaginar interpretaciones mejor tocadas y expresadas. Es significativo que, en este curioso cara y cruz, el público festivalero ovacionara con parejo fervor las músicas de Strauss y de Ligeti. En medio, entre ellos, entre Alemania y Hungría, la Viena de la Mariscala, de Ligeti y de su maravillosa Filarmónica. Como por casa.
Justo Romero
(fotos: SF/Marco Borrelli)