SALZBURGO / Riccardo Minasi: Mozart en vena
Salzburgo. Mozarteum (Grosser Saal). 31-VII-2022. Mozart: Tres últimas sinfonías. Orquesta del Mozarteum de Salzburgo. Director: Riccardo Minasi.
El violinista y director de orqueta romano Riccardo Minasi (1978) es uno de los más acreditados mozartianos de la actualidad. No es nuevo. La relación de Mozart con Italia, su cultura y su geografía viene de antaño. En ello no es baladí que su Salzburgo natal esté a apenas unos pasos de lo que hoy es el país de Vivaldi y Da Ponte. Por ello, nada más natural que Minasi, italianísimo por todo, haga en el vecino Festival de Salzburgo un monográfico Mozart nada menos que con las tres últimas sinfonías. El escenario —la bellísima Gran Sala del Mozarteum, cuya brillante acústica fue coprotagonista del concierto— no podía ser más propicio.
Como cómplice de Minasi, este tenía ante sí a la Orquesta titular del Mozarteum, un notable conjunto de legendaria trayectoria, que cuenta siempre con el problema de compartir cartel en la densa programación del Festival de Salzburgo con la Filarmónica de Viena y otras grandes formaciones del mundo, desde la Filarmónica de Berlín, a la Concertgebouw o Staatskapelle de Dresde. Comparaciones insidiosas aparte, hay que decir los profesores de la Mozarteum se volcaron en dar respuesta puntual y notable al caudal de energía y vitalidad que Minasi desprendía y exigía desde el podio. La respuesta, sin ser excepcional, sí fue notabilísima. Más artísticamente que técnicamente, con una cuerda lejos de alcanzar la unísona sedosidad, o el fraseo quizá inalcanzable en estas lides mozartianas de sus paisanos vieneses.
Minasi es un vertiginoso torrente sobre el podio. Como el Gardiner de los años 80, pero aún más. El vibrato reducido a la mínima expresión aporta claridades y sequedades que van de maravilla a la acústica favorable, ideal, de la sala. Las trompetas naturales hacen relucir su esplendor, como el estupendo timbalero. Los tempi son vivos, vivísimos incluso, a tono con la sequedad del corto vibrato. La música fluye así con fugacidad casi centelleante. El gesto, preciso y sin batuta, marca y se preocupa de todo. No hay detalle o indicación de la partitura que escape a su gobierno sin partitura. Sabe lo que tiene entre manos, y transmite su amor a ello. Minasi, concertino de lujo y violinista de alto rango, es, también, un inapelable virtuoso de la dirección de orquesta. También de la interpretación mozartiana, tan arraigada en la revolución historicista, en los Gardiner, Jacobs, Christie, Harnoncourt, Pinnock…
Se echa de menos, sí, mayor temple y sosiego en los movimientos lentos, por mucho que en los tríos —como el delicioso del minueto de la Sinfonía nº 39— respirara a gusto y se explayara en inflexiones métricas cargadas de lógica y encanto, que hubieran hecho sonreír de aprobación al propio compositor; incluso quizá al mismísimo Celibidache, quien desde otra perspectiva bien diferente también hacía recrearse a los músicos en su inolvidable realización de este minueto delicioso. El clarinete cantó y dialogó con precisa y efusiva belleza el tema fascinador que le regala el genio mozartiano.
Luego, en las archifamosas dos últimas sinfonías, se volvieron a disfrutar en los movimientos menos vivos -minuetos y sus correspondientes tríos; andante cantabile de la Sinfonía en Do mayor– momentos de indudable entidad expresiva, sin descuidar por ello nunca el sentido preciso y vivo que alienta este Mozart en vena tan intensamente italiano y luminoso. Casi dapontiano. Es decir, tan intensamente mozartiano. Éxito total, como no podía ser de otra manera en el corazón de Mozart.
Justo Romero
(Foto: Marco Borrelli)
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