SALZBURGO / Pappano, Kaufmann y Netrebko ponen en pie una memorable ‘Gioconda’
Salzburgo. 27.III.2024 Festival de Pascua 2024. Ponchielli : La Gioconda. Anna Netrebko, Jonas Kaufmann, Luca Salsi, Agniezka Rehlis. Orquesta y coro de la Accademia Nazionale di Santa Cecilia. Dirección musical: Antonio Pappano. Dirección escénica: Oliver Mears
Salzburgo se vistió de gala en su Festival de Pascua 2024, con dos grandes espectáculos que tenían a Italia de protagonista: La Gioconda de Amilcare Ponchielli y el Réquiem de Giuseppe Verdi, dirigidos por el siempre inspirado en estos repertorios Antonio Pappano al frente de su Orchestra dell’Accademia Nazionale di Santa Cecilia. Desde los primeros compases de La Gioconda, Ponchielli nos pone sobre aviso acerca de la atmósfera de devastador desastre que impregnará una ópera que habla del poder fatal del amor en todas sus facetas. El sonido doliente del violonchelo recuerda a la revolucionaria obertura Guillermo Tell de Rossini, al dúo entre Otello y Desdemona en la obra maestra de Verdi o al monólogo del rey Felipe II en Don Carlos. Pappano supo conjurar las intensas emociones musicales y la pulsión de deseo de todos los protagonistas de este clásico operístico que nunca antes se había representado en Salzburgo y que requiere de los mejores intérpretes para llevar a buen puerto una retorcida trama sobre el poder, la intriga política y la traición.
Para el libreto de la ópera, el gran Arrigo Boito se inspiró en la tragedia histórico-política Angelo, tyran de Padoue de Victor, protagonizada por una tímida e indigente cantante callejera, la ‘Gioconda’ del título. La trama, ambientada en la Venecia del siglo XVII, gira en torno a dos tiranos, Barnaba y Avise, villanos obsesionados por el poder y espoleados por la Inquisición y el cruel Dogo. En medio late el amor de Gioconda por Enzo, un noble marginado que a su vez ama a Laura, la esposa del inquisidor Avise. Gioconda es el hilo rojo del sufrimiento hecho carne, que une y pone en relación a todos los personajes del drama. Deseada y perseguida por Barnaba, pasa de víctima a victimaria. La ópera de Ponchielli se estrenó en La Scala de Milán en 1876 y fue un éxito sensacional.
El director de escena Oliver Mears traslada la trama histórica a una Venecia moderna controlada por la mafia. La escenografía de Philipp Fürhofer presenta a turistas de crucero (el coro), una fachada de mármol de un palacio eclesiástico, una laguna y embarcaderos de góndolas. Todo parece salido del foleto de una agencia turística. Annemarie Woods firma el diseño de vestuario, contemporáneo, friki y elegante.
Durante la obertura vemos cómo Gioconda, una criatura angelical, es entregada por su madre a varios hombres. Humillada y abusada sexualmente, la mujer se convierte, en la lectura de Mears, en un demonio vengativo que al final apuñala hasta la muerte a Barnaba y Alvise (en contra de lo previsto por el libreto). Con los ojos muy abiertos y vestida con un camisón negro, olímpica como una diosa griega, Anna Netrebko pone en evidencia, en la famosa aria del suicidio, aquello de lo que son capaces las almas traumatizadas.
Jonas Kaufmann, muy elegantemente ataviado, interpretó con bastante contención a Enzo, el apasionado amante de Laura. El tenor alemán envolvió la lánguida ‘Cielo e mar’ con una messa di voce hábilmente controlada que, sin embargo, no pudo ocultar la falta de pasión y empuje de su interpretación. En el papel de Laura, la mezzo Eve-Maud Hubeaux destiló en todo momento una cálida y sutil elegancia. En cuanto al personaje de Barnaba, no se me ocurre un mejor intérprete hoy en día que el barítono italiano Luca Salsi, quien supo conjugar en su lectura las negruras de Yago y de Scarpia. El bajo Tareq Nazmi fue un inquisidor (aquí un capo de la mafia) más noble que desagradable, mientras que la soprano de Agniezka Rehli prestó suaves y delicados acentos a la venal madre de Gioconda. En la ‘Danza de las Horas’, el famoso interludio de ballet de la ópera, Mears supo condensar magníficamente el dramático y ominoso destino que planea sobre la ópera. Al final, el triunfo fue memorable y colectivo, con especial entusiasmo por el trabajo de Anna Netrebko y, sobre todo, del maestro Antonio Pappano.
Barbara Röder