SALZBURGO / Nostalgia de Verdi
Salzburgo. Grosses Festpielhaus. 14-VIII–2023. Serafina Starke, soprano. Coro de la Sociedad de Conciertos de la Ópera de Viena. Orquesta Filarmónica de Viena. Director: Riccardo Muti. Obras de Verdi y Bruckner.
Riccardo Muti llenó los tres conciertos programados con la Filarmónica de Viena y dejó acreditado que a sus 82 años es uno de los artistas más venerados en Salzburgo. Escogió para la ocasión un clásico suyo: dos de las cuatro piezas sacras de Giuseppe Verdi, el Stabat Mater y el Te Deum, acompañado del Coro de la Sociedad de Conciertos de la Ópera de Viena y la soprano Serafina Starke. Para la segunda parte, mostró su peculiar visión de un clásico austriaco: la Séptima Sinfonía de Anton Bruckner.
Hay pocas manos como las del maestro napolitano para enhebrar los pentagramas del compositor de Busseto. Más de uno, después del fiasco de Falstaff, comentaba en los pasillos del entreacto que más le habría valido a Hinterhäuser aprovechar el viaje del maestro. Quizás Muti ya no esté por la labor y frente a los extenuantes ensayos de una producción operística, prefiera volcarse más en el repertorio sinfónico. En el caso de Verdi tanto da porque no se aprecia ninguna merma entre uno y otro durante sus últimos años de creación. La misma economía de medios, la misma profundidad entre canto y música, como en la entrada de las voces masculinas en el Quae moerebat et dolebat del Stabat Mater con la cuerda en ascenso hasta el deslumbrante tutti. El mismo crescendo reservó Muti para el final de la pieza. Con el Te Deum las prestaciones crecieron desde el Sanctus para no detenerse hasta el final con la estelar participación de la jovencísima Serafina Starke, que había pasado por el proyecto de jóvenes cantantes del festival.
Para Bruckner, Muti juntó las dos secciones de violines y dejó toda la cuerda grave a su derecha. El primer movimiento mostró el concepto del maestro napolitano sobre esta obra, que huye de cualquier sonido catedralicio. Frente al magma germano que lo unifica todo, la lectura del maestro napolitano deja las costuras de las transiciones expuestas. En la coda, el efecto indeseado fue que los metales cubrieron a la cuerda antes de tiempo. Para el segundo, dejó que la cuerda grave se escuchara tanto como las tubas wagnerianas de inicio. El tempo, lejos de acelerarse, se ralentizó hasta extremos que amenazaban una caída de la tensión. En la coda extrajo un sonido muy bello de la conjunción entre la tuba y los primeros violines. El trío del siguiente movimiento volvió a esa premiosidad y en el final recuperaría un Bruckner algo exhausto, con pronunciados staccati en los tutti orquestales. El público del Festpielhaus ovacionó largamente la nueva perspectiva ofrecida.
Felipe Santos
(fotos: SF/Marco Borrelli)