SALZBURGO / Juan Diego Flórez, un dios en Salzburgo
Salzburgo. Grosses Festspielhaus. 31-VIII-2024. Juan Diego Flórez (tenor), Vincenzo Scalera (piano). Arias, romanzas y canciones de Gluck, Haendel, Alessandro Scarlatti, Rossini, Donizetti, Vives, Soutullo y Vert, Lalo, Gounod y Verdi.
Ni siquiera en los tiempos del Plácido más dominguero ha sido el crítico testigo de tanto entusiasmo. Juan Diego Flórez, un dios en la ciudad de Mozart, ha despertado el delirio en su nuevo recital en Festival de Salzburgo, ante un Grosses Festspielhaus con sus 2.179 repletas de un público que ya antes de que su dios abriera la boca, de que comenzara a cantar, lo recibió con ovación, bravos y devoción más propios de final de un gran recital. Y sí, fue un grandísimo recital. Generoso y repleto de bombones y golosinas, multiplicados en los bises, con el Bésame mucho (con él mismo acompañándose al piano, que alternó con la guitarra), el Cucurrucú paloma, la Furtiva lagrima, el Dein ist mein ganzes Herz y ni se sabe cuántos caramelos más… ¡Solo faltaron la canela y su flor, los nueve dos de Tonio y la verdiana señora voluble! Se sabe atractivo y maneja sus resortes empatizadores a tope con unos parroquianos que tiene ganados a de antemano.
La misa había comenzado a las tres de la tarde pero podría haber continuado hasta el día siguiente. Allí, de la ermita en que Flórez convirtió el Grosses Festspielhaus, nadie se movía de sus asientos si no era para ponerse en pie para vitorear y adorarle aún con más frenesí. Los feligreses, entregados hasta el delirio, realmente se mostraban magnetizados por el carisma y saber escénico de Flórez. Pero la ceremonia del mejor canto tenía que tener su fin, sobre todo, porque a las ocho, en el mismo púlpito, era el concierto de clausura, con la laica Sexta sinfonía de Mahler interpretada por la Sinfónica de la Radio de Baviera. Así que había que desalojar el altar y dar por terminado el éxtasis mitómano, sí, pero abducido, sobre todo, por el canto único, el fraseo, la expresión…, y un fiato portentoso que él administra y hace lucir a destajo. También por la pureza de una voz, que en su registro de verdadero tenor lírico-ligero, solo tiene parangón en leyendas como Schipa, Kraus o Pavarotti. ¡No se puede cantar ni mejor ni más bellamente!
Atentamente acompañado por el piano de Vincenzo Scalera, el dios desgranó en el programa “oficial” un itinerario desde Gluck (el aria de Paride de la ópera Paride ed Elena) hasta la escena y aria de Rodolfo de Luisa Miller. En medio, y tras Haendel y Alessandro Scarlatti, llegaron sus grandes interpretaciones de Rossini y Donizetti. Del primero, la cavatina de Oreste de Ermione, cantada como quizá hoy nadie lo pueda hacer; en Donizetti, incursionó en Roberto Devereux a través de la escena escena y aria de Roberto. Por cierto, los fieles, en se vehemencia aplaudidora, le destrozaron sin excepción los puentes entre las arias y sus cavatinas.
Puro belcanto, dicho con expresión genuina y esos afilados y siempre perfectamente afinados y precisos agudos y sobreagudos que tanto han distinguido su carrera. Flórez, tenor en plenitud a sus 51 años con aspecto de treintañero, utiliza sus muchos recursos con inteligencia, técnica, y listura. Para servir al compositor, pero también para seducir a todos -no solo a los devotos- con sus mejores atributos, quizá en ocasiones en detrimento de la pureza del estilo y la lealtad a la partitura. ¡Pero lo hace tan extraordinariamente bien! Seguro que los propios compositores serían los primeros en aplaudir estos histrionismos. Licencias que, por otra, han hecho y seguirán haciendo in sécula seculórum todos los grandes divos.
Tampoco faltó la zarzuela en este programa diverso y para todos los gustos. De Doña Francisquita, el “Por el humo se sabe”, y el “Bella enamorada” de El último romántico. Asombra el fervor del público centroeuropeo ante estas romanzas, equiparable o superior incluso al que despiertan arias de Rossini o la de Rodolfo de Luisa Miller. Un terreno que ha sido bien abonado y recolectado por los grandes cantantes españoles sin excepción. Era curioso escuchar al final del recital, ya a las afueras del Grosses Festspielhaus, una sabionda Frau cuchichear de zarzuela y sus romanzas con una amiga. “Qué lástima que no haya cantado el ‘No puede serrr’ de La taberrrnera”, le vino a decir en alemán salzburgués. Vamos, como si estuviera hablando, allí mismo, a apenas unos metros de la casa donde nació dios verdadero, de algún aria de Las bodas de Fígaro.
Justo Romero
(foto: SF/Marco Borrelli)