SALZBURGO / ‘Il re pastore’, ópera como la copa de un pino
Salzburgo. Mozarteum (Grosses Saal). 19-VIII-2023. Emöke Baráth (Aminta), Nikola Hillebrand (Elisa), Julie Roset (Tamiri), David Fischer (Agenore), Daniel Behle (Alessandro). Orquesta del Mozarteum de Salzburgo. Dirección musical: Ádám Fischer. Mozart: Il re pastore.
Aunque Mozart la definió como “serenata en dos actos sobre un libreto de Pietro Metastasio”, la realidad es que Il re pastore es ópera como la copa de un piano, que entraña y luce muchas de las claves y esencias futuras de su creador. Compuesta por un joven Mozart de apenas 19 años, y estrenada a apenas unos metros de donde se escuchó el sábado, en la Gran Sala del Mozarteum de Salzburgo, los dos actos de la ópera transcurren en un santiamén, gracias a un libreto que en su ágil dramaturgia se anticipa al de Così fan tutte (dos parejas de enamorados contrapuestas, catalizadas por Alejandro de Macedonia, que aquí hace las veces de Don Alfonso). También merced al cúmulo incesante de arias, dúos, tríos y concertantes tocados por el genio sin edad de Mozart, y a un escritura orquestal asombrosamente avanzada, cargada de efectos, brillantes sonoridades y derroche de recursos orquestales, admirablemente recreados por una Orquesta del Mozarteum en estado de gracia.
Pero todas estas maravillas no hubieran alcanzado tal grado de amenidad y regusto mozartiano si en el escenario no hubiera habido un equipo de la solvencia y lenguaje mozartiano del que disfrutó Ádám Fischer (Budapest, 1949), quien volcó un trabajo sobresaliente de sabios calibres mozartianos. Seguro, conocedor al dedillo de la partitura y de su joven estilo; mimando siempre a los cantantes –casi cantando con ellos– y contagiándolos de su propio entusiasmo y dinamismo. El maestro húngaro, de 73 años y rodado en mil peripecias (desde un excepcional ciclo sinfónico Haydn en disco al Anillo del Nibelungo en Bayreuth), hermano mayor del también director Iván Fischer, formado en la fábrica de directores de orquesta que fue el aula vienesa de Hans Swarowsky, dejó constancia rotunda de su alta escuela y dinamismo con este Mozart vivificante, difícil de imaginar más genuino y mejor.
Más estupendo que de campanillas, el reparto vocal era solvente y certero. En cualquier caso, propio de un festival tan puntero y mozartiano como el de Salzburgo. La soprano húngara Emöke Baráth hizo maravillas con el precioso personaje de Aminta, el humilde pastor que no quiere ser rey. Cantó como los ángeles su maravillosa aria “L’amerò, sarò costante”, idealmente acompañada por el concertino, que tocó de pie, fuera de su puesto, en dúo cómplice con la voz, e incorporado a una escena imaginaria (se ofreció en versión concierto, aunque con un hábil movimiento escénico que para sí quisieran algunas de las producciones que se están viendo/sufriendo en los vecinos Grosses Festspielhaus y Haus für Mozart). Por su voz candorosa, Baráth recordó a Irmgard Seefried, aunque por presencia escénica y poder fascinador, más aún a Patricia Wise, quien cantó esta ópera en la Sevilla de 1992, en el Teatro Lope de Vega, junto con la misma orquesta salzburguesa que lo ha hecho ahora, una “perita en dulce” cuya titularidad será asumida, en 2024 por el vallisoletano Roberto González-Monjas. Entonces, en Sevilla, fue dirigida por Wolfgang Roth.
Como Alejandro Magno se lució el tenor Daniel Behle, cuya voz carnosa, firme y ancha se prestó a la perfección al rey macedonio, que al final, con ecuanimidad donalfonsina, dispone ambas parejas con arreglo al deseo del amor y no de la conveniencia de estado. Un gran rey, desde luego. Algunos deberían tomar ejemplo. De tintes más belcantistas y ligeros, el también tenor David Fischer compuso un Agenore noble y exquisitamente cantado, apoyado en un timbre hermoso y metálico y un fraseo mozartiano de finas resonancias. La soprano alemana Nikola Hillebrand envolvió de empaque, carácter y buen canto a la pastora Elisa, la enamorada de Aminta, mientras que la francesa Julie Roset hizo brillar su categoría de soprano coloratura en una impecable y amorosa Tamiri, la princesa de Sidón. Gran concertante final, con todas las voces ubicadas al fondo del escenario y las trompas naturales sonando a gloria. El entusiasmo del público que abarrotó las 800 localidades, propio de la mejor función imaginable de Las bodas de Fígaro o Don Giovanni. Mozart es siempre Mozart. Sobre todo en su ciudad.
Justo Romero
(fotos: FS/Marco Borrelli)