SALZBURGO / Hugo Wolf desde la entraña
Festival de Salzburgo. Haus Mozart. 1-VIII-2022. Wolf: Spanisches Liederbuch. Julia Kleiter soprano. Christian Gerhaher, barítono. Ammiel Bushakevitz, piano.
Después de dos horas y media de recital, de Liederabend, el público que no alcanzó a completar las 1.495 butacas de la Haus Mozart, estalló en una ovación más propia del intermedio de La boda de Luis Alonso que de uno de los ciclos liederísticos más hermosos, sofisticados y exquisitos de la literatura musical. Y no era para menos: durante ese tiempo irrepetible, interrumpido con dos excesivos descansos de veinte minutos, la soprano Julia Kleiter y el barítono Christian Gerhaher, junto con el piano correcto y no más de Ammiel Bushakevitz, desgranaron, se sumergieron y sumergieron a todos en cada de uno de los 44 pequeños y grandes universos que integran la colección Spanisches Liederbuch, compuesta por Hugo Wolf entre octubre de 1889 y abril de 1890, y publicada en 1891, inspirada por antiguos poemas y canciones populares españolas y portuguesas traducidos al alemán por Emanuel Geibel y Paul Heyse.
Escuchar de modo integral esta cima de la canción de concierto en alemán es de por sí algo excepcional. Un acontecimiento musical. Fuera de la órbita germánica, el Spanisches Liederbuch no alcanzó cierta popularidad hasta aquel registro milagroso de Elisabeth Schwarzkopf y Dietrich Fischer-Dieskau con el irrepetible Gerald Moore editado por EMI en los años sesenta. Hoy, seis décadas después, Kleiter y Gerhaher se acercan a la obra maestra con similares presupuestos: la vocalidad puesta al servicio de la palabra; la fusión armoniosa y expresiva de intenciones y sentidos que Wolf vuelca unitariamente en cada poema, en cada Lied. Como Schubert, Brahms, Strauss o Falla en las Siete canciones populares españolas, Wolf hace música con la semántica y poesía con la entraña musical de cada nota, de cada modulación e intervalo.
Alguien que amaba muy particularmente los dos cuadernos que integran Spanisches Liederbuch, la gran Victoria —la única—, decía que no necesitaba saber qué decía el texto y, que en la música estaba todo. Quizá tuviera razón. Al menos, cuando se interpreta con la intensidad y naturalidad y renuncia de artificio con que el lunes lo hizo Gerhaher, quien, con su personalidad y propiedades exclusivas, es el Fischer-Dieskau del siglo XXI. La misma verdad e intensidad en el decir. Idéntica robustez y sutileza vocal. Cada instante, es un mundo. No hay opción al decaimiento.
Como el berlinés, el barítono bávaro es artista puro, sin concesión, complacencias ni tontería. ¡La música! An Die Musik!, que cantó Schubert. A su lado, Julia Kleiter, alterna con Gerhaher, pero nunca juntos, como dispuso Wolf e hizo Mahler en La canción de la tierra. Su voz limpia, transparente como el agua de un torrente schubertiano, ligera —en exceso para la idiosincrasia vocal de algunos Lieder—, siempre homogénea y bien intencionada, contrastaba con la grave carnosidad baritonal de la de Gerhaher. Es una opción a un ciclo que se ha abordado desde diversas vocalidades, incluso por mezzos como Brigitte Fassbaender. o Anne Sofie von Otter.
Una y otro, otro y una, con el piano cómplice de Ammiel Bushakevitz —cuya competencia habita un cosmos más terrenal y discreto —, constituyeron único e hilvanado instrumento expresivo, por mucho que la Kleiter diste de la dimensión estratosférica e inalcanzable de Gerhaher. Ambos, con sus abismales diferencias y a pesar de no cantar ni un solo instante juntos, se fundieron en la unidad expresiva que vierte Wolf en su obra maestra. No cabe hoy imaginar recreación más conmovedora y fiel de este ciclo que, paradójicamente y a pesar de sus fuentes, apenas deja asomar algún guiño a España o a sus músicas. Se ofreció sin subtítulos y con dos excesivísimas pausas —sobraba una a todas luces— que rompieron el recogimiento que precisa cualquier gran interpretación. El sortilegio concluyó cuando ya pasaban las once de la noche en la ciudad de Mozart. Pura madrugada por aquellos calmos lares.
Justo Romero
(Foto: Marco Borrelli)