SALZBURGO / Grandiosa Yuja Wang
Salzburgo. Haus Mozart. 5-VIII-2022. Yuja Wang, piano. Obras de Schubert-Liszt, Schubert, Schoenberg, Scriabin y Albéniz.
No ha podido ser más espectacular y redondo el tardío debut de Yuja Wang (1987) en el Festival de Salzburgo. Y ha sido por la puerta de atrás, sustituyendo a ultimísima hora a Evgeny Kissin, obligado a cancelar su anunciado recital “debido a que necesita tiempo para recuperarse de un dolor el brazo”, según se comunicó verbalmente instantes antes de aparecer en escena Yuja Wang. Haya sido por la puerta de atrás o por la puerta falsa, la realidad es que su debut en Salzburgo ha resultado un verdadero impacto en un festival en el que comparten cartel los más grandes del teclado. El programa, raro, diverso y apto solo para virtuosos de otra galaxia -ella lo es- se cerró con la preciosa novedad de incluir dos Iberias de Albéniz tan comprometidas y exigentes como Málaga y Lavapiés.
Yuja Wang ha recalado y triunfado absolutamente en Salzburgo en esta edición plagada de pianistas. La relación es irrepetible. Merece la pena por ello ser referenciada: Aimard, Bronfman, Kissin, Lang, Levit, Pollini, Say, Schiff, Sokolov, Trifonov, Volodos y la propia Yuja Wang, que el próximo 26 de agosto será solista, además, en la Sinfonía Turangalîla de Messiaen junto con Esa-Pekka Salonen y la Filarmónica de Viena. Menuda, sonriente, protocolaría, ligera de ropas y con esos saludos orientales y tan suyos en los que la cabeza casi se topa con las rodillas, Yuja Wang está en la cúspide del palmarés. Y no solo como virtuosa deslumbrante, que bien sabido es, sino también como una artista cuajada, hecha, con una madurez capaz de dar vida a un sustancioso Schubert del más hondo calado y a un Albéniz que hubiera entusiasmado a la mismísima y exigente Alicia de Larrocha.
Su recital de Salzburgo ha sido la consagración, la verificación de una artista dueña de un virtuosismo espectacular, del que muy legítimamente se vanagloria y gusta lucir; que fascina, asombra e inspira no solo por este virtuosismo sin fisuras- También por su arrojada valentía ante el teclado. ¡No se puede tocar mejor el piano! El programa sin concesiones de su debut salzburgués era de extrema dificultad técnica, pero también artística. Un programa en apariencia descabellado, no solo por las enormes exigencias técnicas, sino sobre todo por su inmensa exigencia artística. Tras su apariencia de batiburrillo sin ton ni son, que mezcla Schubert, Liszt, Schoenberg, Ligeti Scriabin y Albéniz, se parapeta una arquitectura programadora de agudas miras.
Después de escuchar este programa asombroso con oídos atónitos y corazón entrecortado; después de sentir cómo Yuja Wang abrazó y fundió el final de la no solo deliciosa Melodía húngara en si menor de Schubert con el comienzo del Estudio “Otoño en Varsovia” de Ligeti; de cómo hermanó el misterio de la dramática Tercera sonata de Scriabin con el duende de Málaga y el ritmo truncado de Lavapiés, o la transparencia, desnuda y limpia, con la que regodeó sin complejos la Suite de Schoenberg en sus esencias vienesas, en la misma Viena de un Schubert (Schwanengensen: “El canto del cisne”) que recreó con pasión liederística a través de Liszt…Tras todas estas vivencias incontables, el programa cobró pleno sentido y se convirtió en revelador de la fina sensibilidad de una artista de honduras que rompe cualquier cliché o costumbre.
Yuga Wang es dueña de un sonido, inmenso y poderoso, que ella, con su cuerpo menudo como Larrocha o Pires, gobierna con una inteligencia técnica natural y maravillosamente modelada. Administra las dinámicas con pareja agudeza, y una sensibilidad cargada de ideas y razones. Ella, como otras diosas y dioses del teclado (Argerich, Larrocha, Guilels, Rubinstein, Sokolov…), vuelca ese talento, estos maravillosos medios técnicos, en su función esencial: herramienta de expresión del caudal expresivo con que, desde su propia idiosincrasia vital, sirve la creación musical.
El viernes, cuando se escuchaba en sus dedos increíbles la Suite de Schoenberg, esta parecía vivir por sí misma, ajena al intérprete. Ocurrió lo mismo en una Tercera sonata de Scriabin de oscuros acentos eslavos y futuristas, con un Andante hipnotizadoramente dicho, en líneas con las mejores versiones. Yuja Wang fue en esos momentos, y al mismo tiempo, Sofronitski, Guiles y Richter. ¿Exageración derivada del ‘calentón’ del concierto? Puede ser, pero es más que probable que ninguna de las 1.500 personas que abarrotaron la Haus Mozart disienta del juicio.
Y llegó el final. ¡Albéniz! Yuja Wang podría haber seleccionado dos Iberias de éxito. Quizá Triana, o El Albaicín. Incluso las vistosas sevillanas de Eritaña. ¡No! Se adentró por derecho, con jondura en una Málaga más agitada que movida de tempo, que alcanzó momentos de lirismo de plena exaltación romántica, en los que la mano izquierda cantó con efusión la expresiva y bella copla de la jota malagueña. Luego, casi sin interrupción, el enrevesado Lavapiés, dicho con un desparpajo, fluidez, claridad en el complejo entramado y sentido popular proverbiales. Incluso con castiza chulería. Tan “socarrón, seco y canalla” como lo pedía el mismo Albéniz. Pocas veces se ha escuchado todo y con tanta claridad como el viernes en la Haus Mozart. Acaso sobró un pelín de fluidez y faltó énfasis en los quebrados acentos rítmicos y en sus atrevidas disonancias. Minucias para una lectura memorable. Única y personalísima. Yuja Wang, grandiosa artista, grandiosa pianista.
Luego, después de ese Lavapiés de punto final. El éxtasis. Ovación interminable. Bravos para parar un tren. Nadie quería que aquello terminara. Ni siquiera, cuando al tercer o cuarto bis, encendieron las luces de salas y abrieron las puertas de salida para invitar infructuosamente al público a abandonar la sala. Hasta siete propinas y nadie se marchaba. Merece la pena dejar constancia de tanta generosidad, de tanto éxito: Danzón nº 2 del mexicano Arturo Márquez; Variaciones sobre la ópera Carmen, de Bizet-Horowitz; Sexto estudio de Philip Glass: Marcha Turca de Mozart en la pluriversión de Volodos y Fazil Say; Margarita en la rueca de Schubert/Liszt; el arreglo para piano de Sgambati de la famosa Melodia de Orfeo y Eurídicie de Gluck, y, para completar esta ciclópea tercera parte del recital, las jazzísticas Variaciones op. 41 de Nikolái Kapustin. ¡Increíble!
Justo Romero