SALZBURGO / ‘El barbero de Sevilla’: cuanto más, mejor (mentira)
Salzburgo. Haus Mozart. 4-VIII-2022. Rossini: El barbero de Sevilla. Nicola Alaimo, Cecilia Bartoli, Edgardo Rocha, Alessandro Corbelli, Ildebrando D‘Arcangelo, Rebeca Olvera. Coro Philharmonia de Viena. Les Musiciens du Prince-Monaco. Director musical: Gianluca Capuano. Director de escena: Rolando Villazón.
Rolando Villazón, que no es precisamente un genio de la dirección de escena, se ha atrevido, sin embargo, a hincarle el diente a un título tan arriesgado como El barbero de Sevilla, el ‘melodrama bufo’ que estrenara Rossini en 1816 a la sombra de la Commedia dell’arte. El resultado, que ya se vio en el pasado Festival de Pascua de Salzburgo, fue el previsible: un abigarrado desastre escénico. Ahora, el hermano festival de verano ha recuperado este fallido pero exitoso montaje, de nuevo con el estrellato omnipresente de su valedora, la mezzo Cecilia Bartoli, que a sus 56 años hace una Rosina que más parece su tía política. La diva romana intenta compensar el evidente deterioro vocal a base de tablas, sobreactuación (todas las imaginables, castañuelas, flamenqueo y sevillanas incluidas) y una técnica que sí sigue siendo admirable y hasta deslumbrante.
El mexicano Villazón mexicaniza su Barbero, que llena de mariachis ¡que tocan y cantan mezclados con la música de Rossini!, conquistadores extremeños —Hernán Cortés incluido— y hasta el personaje de la sirvienta Berta aparece, en el primer acto, inspirado por Frida Kalo, tanto en su vestuario colorido como en el peinado característico de la gran artista mexicana. Todo es un sobrecargado dislate, sin rumbo escénico ni sentido dramático. Un cajón de sastre con espacio para cualquier ocurrencia. Incluso adulteradoras músicas actuales que aparecen mezcladas con la escritura rossiniana sin el más mínimo escrúpulo, con el único sentido de hacer reir. ¡Cuánto más, mejor! (mentira, claro). Villazón transforma la fina ‘bufonería de Beaumarchais/Sterbini/Rossini en grotesca payasada. El público, todo hay que decirlo, se lo pasa en grande. Como en el circo. Pues bueno.
Irrita, también, el protagonismo absoluto de la Bartoli. La producción está concebida a su mayor gloria. Durante la obertura, proyecciones de la diva, en plan estrella cinematográfica del cine negro, haciendo de Juana de Arco, de Cleopatra y de no se sabe cuántas heroínas más. Como si fuera la Xirgu. Solo faltó Agustina de Aragón. Luego, cuando acabó su famosa aria, Una voce poco fa, el teatro se vino abajo. Y ella, diva más lista que el hambre, retroalimentó con natural habilidad el entusiasmo de casi todos con guiños, gestos y lo que hiciera falta. También es un arte.
Aplausos, vítores y mitómanos aparte, vocal y actoralmente la palma de la función se la llevaron por goleada el barítono Nicola Alaimo (sobrino de Simone Alaimo), que cargó de empatía escénica y empaque vocal su divertido y fresco Figaro; el veterano Alessandro Corbelli, que a sus 70 años sigue siendo un Don Bartolo de primera, y el Don Basilio de otro grande de la ópera en italiano, Ildebrando D’Arcangelo, que otorgó énfasis, malicia y fina bufonería —pese al entorno nada propicio— al granuja professore di musica. Su Calunnia sonó, verdaderamente, como un venticello que acaba a colpo di cannone, gracias a una voz plena de tradición, poderío y saberes. Por su parte, el tenor uruguayo Edgardo Rocha revalidó la calidad y belleza vocal de su acabado y bien fraseado Almaviva (papel que ya lució en 2013, en el Palau de les Arts de Valencia). Estupenda la pizpireta Berta de la mexicana Rebeca Olvera, que cargó de chispa y talento el personaje, y no desaprovechó el gran momento que le regala Rossini en el aria l vecchiotto cerca moglie.
Si vocalmente, salvando, respetando y manteniendo al margen la más que veterana Rosina de la Bartoli, el nivel fue notable y hasta sobresaliente, el foso no mostró la misma excelencia. Les Musiciens du Prince-Monaco se escucharon como un conjunto discreto con importantes carencias, más a tono con el borroso nivel de la puesta en escena que el vocal. Ya en la obertura, mientras la Bartoli hacía de diosa del cine negro, las trompas se dedicaron a devastar el sonido de una cuerda cuyo descuidado empaste dista del nivel orquestal acostumbrado en Salzburgo. Gianluca Capuano, que dirige el conjunto desde 2019, llevó la función con más rutina que genio. Y, por supuesto, hizo suyas todas las morcillas, adulteraciones (incluidos castañeteos, ritmos de sevillanas y flamencos) y postizos musicales que tan caprichosa y arbitrariamente se introdujeron en la partitura.
Al final. Éxito mayúsculo. El entusiasmo de casi todos eclipsó los abucheos de unos pocos. Bartoli, más feliz que unas pascuas, montó el cirio. Bisaron y bailaron hasta por sevillanas. Cuando apareció el ex divo Rolando Villazón, aquello fue ya la leche. Ni les cuento cuando abrazo a la Bartoli y se pusieron todos a canturrear ya ni se sabe qué. Casi todos se fueron felices. Quizá incluso comieron perdices. Un circo, vamos.
Justo Romero
(Foto: Monika Rittershaus)