SALZBURGO / Arcadi Volodos, de la más inmensa intimidad
Salzburgo. Mozarteum (Grosses Saal). 18-VIII-2023. Arcadi Volodos, piano. Obras de Mompou, Liszt y Scriabin.
En apenas 24 horas, Salzburgo y su Festival, de tanta raigambre pianística, ha posibilitado disfrutar de dos intérpretes de primer rango. Ambos rusos, los dos singulares y de poderosas personalidades. Rotundamente disímiles. Frente al Beethoven caprichoso y volcado en el romanticismo escuchado el jueves a Ígor Levit de la mano de Barenboim, el viernes Arcadi Volodos (San Petersburgo, 1972), virtuoso de fuego en sus comienzos, recaló en la Gran Sala del Mozarteum con su pianismo objetivo, volcado en la intimidad inmensa de Mompou, que quiso contrastar y fraternizar con la inmensidad íntima de Scriabin. En medio, entre ambos colosos del pianismo más sutil, de las armonías más secretas y calladas, de las ideas más exotéricas y místicas, emplazó la apasionada y romántica Segunda balada de Liszt, pieza de tantas bellezas y exigencias, planteada como catalizadora entre dos creadores tan remotos y próximos como son -así lo dejó claro el petersburgués en este recital sin olvido- el autor de las Canciones y danzas y el del Poema del éxtasis.
Volodos adora la música de Mompou. Cree en ella y la expresa sin prisas ni miedos a la quietud y a los silencios que la sustancializan. La selección de doce páginas de Música callada que abrió el programa se sucedió calma, regodeada en sus delgadas armonías, en sus ecos recónditos, en la inmensa intimidad de un catalán que no necesita enfatizar. Es el silencio que atrapa y se impone sobre el ruido para convertirse él mismo en sonido. Universo íntimo, de transparencias y sugestiones, instalado en un paisaje vital de mutismo, ideal y quizá irreal. Donde habita la música. Sencilla y sin alambiques. Atmósfera esencial y desnuda. De tú a tú. Espacio reservado en el que el más leve pianísimo cobra suprema fuerza. La “Soledad sonora” de Juan Ramón hecha sensación y expresión. Cántico espiritual.
Servida por sus manos fieles y leales, la obra de Mompou y Scriabin, ambos tan fuera de la tiranía inexorable del tiempo y su perverso compromiso, parecía habitar desde siempre en el espacio propicio, de acústica ideal, del Mozarteum. Mozart –seguro– se hubiera quedado maravillado con estas músicas calladas de Mompou confidencializadas por Volodos. Tanto como con las armonías teosofistas y futuristas de Scriabin, cuyo abstracto misticismo encuentra en el sentir y hacer de su paisano inmejorable hábitat. A él dedicó Volodos la segunda parte del programa. Una selección de estudios, poemas y preludios en los que filigrana, sugestión y raigambre pianística –siempre, como en Mompou, con la referencia de Chopin– confluyen en la indagadora, novedosa y futurista escritura.
Todo resultó subrayado y manifiesto por el pianismo devoto de Volodos, quien redondeó el itinerario con una antológica versión de la Décima sonata para piano, la “Sonata de los insectos”, así definida por el propio Scriabin, quien consideraba a los incordiantes artrópodos como “besos del sol”. En la sonata, como luego en la maravilla Hacia la llama (Vers la flamme, en francés el original), su última obra para piano de envergadura, basada en el célebre “acorde místico”, reapareció el Volodos más espectacular y brillante, el que en sus comienzos deslumbró a medio mundo y al otro también con sus transcripciones de virtuosismo imposible, incluida la de la Marcha turca del anfitrión de este recital salzburgués.
El éxito, claro, fue total. Absoluto. Las 800 personas que completaban el aforo de la Gran Sala del Mozarteum se entusiasmaron tanto con las músicas de Scriabin como con las de Mompou. En el descanso, algunos se preguntaban cómo se pronuncia el apellido del catalán, y su nacionalidad: “¿Es catalán o español?” “¿Se dice Mompu o Mompó?”. Maravilla que músicas tan íntimas, tan inmensamente íntimas, fascinen de tal manera. El delirio alcanzó lo inimaginable cuando, tras regalar en la larga tanda de bises dos páginas más de Scriabin –la Mazurca op. 25 nº 3, y el Preludio op. 2 nº 2–, y Secreto, penúltima página de Impressions intimes, del universal Mompou, el hipervirtuoso que huyó del circo regaló su particular transcripción, honda, jonda y espectacular, de la Malagueña de Lecuona. Fue un resultón “¡Viva Cartagena!” que se impuso incluso sobre el fuego centelleante de la Balada de Liszt. Por fortuna, la gloria del piano también es esto. Inolvidable.
Justo Romero
(fotos: SF/Marco Borrelli)